Domingo 15 de Noviembre de 2009 22 > Carta de Lectores
Trabajo y competitividad

Aunque la economía norteamericana parece haber salido de la recesión en que cayó en el 2007, ya que conforme a los datos oficiales en el tercer trimestre del corriente año creció a un ritmo anual del 3,5%, la tasa de desocupación sigue aumentando. En octubre superó el 10% e incluso los optimistas prevén que la destrucción de puestos de trabajo continuará por algunos meses más. Que en Estados Unidos el mercado laboral se haya deteriorado tanto a pesar de la evolución positiva de la economía en su conjunto es motivo de preocupación no sólo para los norteamericanos sino también para muchos otros, ya que hace temer que los empresarios, al darse cuenta de que no les conviene contratar muchas personas porque la productividad depende de otros factores, como los supuestos por la innovación tecnológica, se acostumbren a operar con el mínimo imprescindible de empleados estables. De ser así, la próxima etapa económica se caracterizará por la productividad en aumento constante y el desempleo, o subempleo, "estructural" masivo, una combinación que por razones evidentes sería muy peligrosa.

En todos los países desarrollados, pero especialmente en Estados Unidos, los frutos de la expansión económica fenomenal que se ha experimentado desde los años setenta se han visto repartidos de manera llamativamente desigual. Aunque los integrantes de una minoría sustancial se han enriquecido mucho por poseer las capacidades profesionales o los recursos financieros que les han permitido aprovechar las oportunidades brindadas por "la nueva economía", en términos reales los ingresos promedio apenas se han modificado. Por lo pronto, nadie ha encontrado una solución para el problema así planteado. En los países europeos, leyes destinadas a proteger a los ya empleados han perjudicado enormemente tanto a los más jóvenes que han sido virtualmente excluidos del mercado laboral como a aquellos mayores que han perdido su empleo al optar los empresarios por trasladar sus fábricas a partes del Tercer Mundo como China, en que los trabajadores son igualmente capaces pero mucho más baratos.

Asimismo, la esperanza de que andando el tiempo la riqueza se difundiera por un proceso de "goteo" o "derrame" se ha visto frustrada. Aunque los gastos de los ricos sí han llevado a la creación de una cantidad impresionante de empleos, con escasas excepciones quienes los han aceptado han tenido que resignarse a salarios más magros que los que muchos, de capacidad laboral equiparable, habían ganado antes.

Que ello haya ocurrido no carece de lógica. En el transcurso de las últimas décadas, el progreso tecnológico arrollador ha eliminado una multitud de oficios tradicionalmente bien remunerados no sólo en fábricas sino también en oficinas. Los primeros en ser perjudicados por el cambio fueron los obreros de los países avanzados que por los motivos que fueran no lograron adaptarse a un mundo laboral cada vez más exigente, pero en cuanto las comunicaciones electrónicas posibilitaron que contadores, abogados y hasta médicos en la India, digamos, cumplieran con eficacia las mismas funciones que sus homólogos de América del Norte o Europa, miembros de la vieja clase media profesional han empezado a verse expulsados del mercado.

Así, pues, los dirigentes políticos de todos los países se encuentran ante un dilema nada sencillo. Si optan por privilegiar los intereses de los trabajadores, gerentes de nivel mediano y profesionales -es decir, del grueso de la población y por lo tanto del electorado-, podrían condenar a sus países respectivos a perder competitividad frente a China, la India y otros países todavía pobres, pero si dan prioridad a la competitividad, podrían terminar provocando la rebelión de sectores cada vez más amplios. Por supuesto que los voceros de todos los gobiernos de los países desarrollados y semidesarrollados hablan como si a su entender no hubiera ninguna contradicción entre su presunto compromiso con el pleno empleo por un lado y su voluntad de mejorar el grado de competitividad por el otro, pero a juzgar por lo que está sucediendo en Estados Unidos, Europa y otras partes del mundo, el que tal vez no sean compatibles los dos objetivos que se han propuesto será uno de los temas dominantes de la política en los años próximos.

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