Asistí hace días a la presentación de una integrante de la Fundación Discar, entidad que propugna la inclusión de personas con discapacidad mental al ámbito del trabajo. Ello me motivó -precisamente por la altruista labor de esta institución- algunas reflexiones sumamente desmoralizantes, aunque no por ello menos realistas.
Definamos -de manera simple- la idea de delito como todo acto típico, antijurídico y culpable; delincuente es así quien no sujetándose a la norma perpetra libremente -con plena conciencia- estos eventos, generalmente contra la propiedad pero que, en muchos casos, van acompañados de violencia extrema contra las personas.
Pensemos a su vez en la economía como la ciencia que se ocupa de la mejor distribución de los recursos vitales disponibles -siempre restringidos- para una población creciente cualquiera.
Malthus propuso una tesis en la cual señala que, considerando la progresión aritmética en la producción de los alimentos y la geométrica del crecimiento poblacional, en un momento dado los recursos producidos serán insuficientes para satisfacer las necesidades de todos los individuos. Ello deviene cierto en el largo plazo, aun a pesar de las soluciones puestas en práctica para incrementar la producción de alimentos (desforestación, uso de agroquímicos, desarrollo de transgénicos, etc.). Soluciones que, por su parte, tienen un alto costo.
Darwin adquirió renombre por su teoría de la evolución de las especies sobre la base de una selección natural -lucha mediante- de los individuos más aptos para la supervivencia.
Ahora tratemos de combinar estos conceptos -delito, economía y evolución- para echar una mirada al fenómeno criminal.
El delito como noción siempre ha existido y lo hará; ello queda claro desde la perspectiva de Durkheim. Pero su número y brutalidad están en franca progresión y superan la idea de un "número razonable" de transgresiones a la norma.
Finalmente, pensemos en la idea de "recursos necesarios" no limitándonos a los alimentos sino, por el contrario, extendiendo el concepto a aquellos bienes que, hoy día, componen el espectro de "necesidades humanas primarias": salud, educación, trabajo, seguridad y justicia.
A partir de estos cinco principios -quizás alguno más que desee agregar el lector, y puestos en el orden que se quiera- el individuo podrá cubrir, por sí, otras necesidades inadecuadamente llamadas "secundarias": vivienda propia, asfalto, esparcimiento, etc. Es decir, todo aquello que, sin poder ser tildado de primariamente vital, hace a la mejor calidad de vida y a la posibilidad de su obtención por el sujeto que se esfuerza en pos de ello, dignificando a éste, al mismo tiempo, con su trabajo.
Fallando las premisas antedichas -cimientos fundamentales de cualquier construcción social- el resto de lo desarrollado será sólo burda apariencia, sustentada en barro e inviable en el largo plazo.
El Estado no debe proveer todo, pero sí es responsable de brindar el marco necesario para el adelanto individual.
La conjunción de carencia de políticas de salud pública que alcancen a todas las personas desde su misma concepción; falta de educación plena y obligatoria y no sólo mera y superficial instrucción; insuficiente marco jurídico que asegure las inversiones de capital y, a partir de allí, genere fuentes laborales diversas, distintas de los empleos -o los subsidios- estatales; vacío en seguridad y distanciamiento de los representantes de la Justicia -y de los gobernantes- del resto de la sociedad son, sin duda, caldo de cultivo para la criminalidad más perversa e iracunda. Cuando una franja cada día mayor de la sociedad se hunde en un contexto de carencias vitales, y sin ninguna expectativa de desarrollo, no es difícil prever la concreción de la catástrofe malthusiana.
Desde este marco, corresponde preguntarse si el hiperdesarrollo criminal a que asistimos impávidos e inermes, que necesaria -pero no únicamente- tiene que ver con la exclusión y sus efectos directos; si la concentración de bienes y servicios cada vez mayor en manos de unos pocos no constituye, en realidad, una situación de guerra entre dos subconjuntos sociales -el normativo (compuesto por los aun incluidos) y el criminal (formado por los ya excluidos o en vías de serlo)- por la mera supervivencia, lucha en la que cada subgrupo hará uso de las herramientas que tenga a su alcance para predominar.
De ser cierta esta hipótesis -abierta a refutación- estamos asistiendo nada más que al cumplimiento de la predicción de Malthus en el marco de la idea darwiniana: dada la escasez y concentración de bienes por un lado y el consiguiente aumento de la población excluida por otro, se desata una competencia brutal donde sólo sobrevivirán los más aptos.
En situaciones de conflicto, de la lucha más elemental que es aquella por la vida misma, la idea de inclusión social -y el concepto mismo de humanidad- deviene pura ficción ante la realidad natural surgiendo, en cambio, con brutal potencia, nuestra primitiva esencia animal.
Así entonces, el fenómeno criminal, el ataque a los bienes y vidas de otras personas -entendido como lucha (¿"lícita"?) biológicamente determinada para la supervivencia- no sólo resultará incontenible, sino casi entendible.
Y es sólo del entendimiento previo desde donde puede surgir alguna solución temporaria al conflicto.
ALEJANDRO A. BEVAQUA (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Médico. Especialista en Medicina Legal