Este gobierno es hijo de Fuentealba. Nació bajo el signo de la injusta muerte del docente y mucho de lo que hizo y de lo que no pudo hacer tiene que ver con eso. Por ejemplo, su mentada "paz social" no fue una graciosa concesión, sino una consecuencia directa de las limitaciones políticas que le marcó la sociedad. Así como el asesinato de Kosteki y Santillán se llevó puesto al gobierno de Duhalde, el del maestro neuquino arrastró al sobischismo, un modelo que llegó a saturar a toda la sociedad.
Tan terrible y convulsionante fue para los neuquinos lo que ocurrió aquella mañana en Arroyito, que esa inercia estuvo inclusive a punto de desalojar del poder al MPN después de más de 40 años de reinado. Si no lo hizo fue, precisamente, porque Jorge Sapag supo leer lo que ocurría y astutamente se separó aun más de su antiguo socio, protagonizando un giro moderado, con diálogo y trato civilizado hacia gremios y oposición.
Es importante tener en cuenta todo esto cuando el gobierno emprende un giro en el sentido inverso, arrastrado por la crisis nacional e internacional y por la delicada coyuntura financiera local. Lo hace acaso tibiamente, sin mayores convicciones, llevado por las circunstancias y por una forma de interpretar la realidad alejada de las pasiones políticas y que tiene en las encuestas su principal manual de operaciones.
Esas encuestas ahora señalan lo contrario a lo que marcaban en el 2007: la fatiga de ciertos sectores con el cúmulo de cortes de ruta y tomas de terrenos. Pero lo penoso de esta forma de gobernar -que en la provincia y en el país parece haber reemplazado a las convicciones- es que sólo sirve para el corto plazo y no puede ser tomada como parámetro para gobernar. La mayoría de los que hoy reclaman orden a cualquier precio no dudaría en condenar mañana al gobierno si éste, en el afán por complacerlos, provocara otra tragedia como la de Fuentealba.
Éste es el riesgo, entre otros, que entraña el respaldo oficial a un exceso evidente de la Policía como fue la reducción, a golpes y como si tratara de un delincuente, del secretario de Derechos Humanos de la municipalidad, Jesús Escobar.
Esta policía, es preciso recordarlo también, surgió del brutal descabezamiento producido por Sobisch en diciembre del 2005, cuando con la excusa del principio de autoridad desplazó a una valiosa camada de jefes y oficiales que, en realidad, resistía su Plan Integral de Seguridad. Algo que hablaba muy bien de ellos y no tanto de los que quedaron en pie: el PIS resultó un oscuro designio cruzado por sospechas de corrupción que le costó a la provincia 50 millones de dólares.
Quienes parecen no entender lo que se juega en esta instancia son los gremialistas, que continúan con su escalada de reclamos divorciada de las posibilidades del Estado sin advertir que han sido llevados al terreno del gobierno: ya no se discute tanto cuánto más habrán de cobrar sus afiliados sino el descuento de los días de paro o si los reciben o no.
Con el sectarismo que los caracteriza, estos sectores tampoco advierten que lo de Escobar es también -o acaso especialmente- contra ellos, que de todos los estorbos que incordian al gobierno y a los empresarios constituye sin duda el mayor.
Otro tanto podría decirse de la oposición política, que no se da cuenta de que no es solamente al piquetero Escobar a quien se han llevado por delante mientras el gobierno miraba para otro lado, sino a un funcionario de un municipio que representa a la mitad del electorado provincial.
Por lo pronto, la decisión de respaldar los apremios ilegales de la comisaría Primera ha tenido de movida un alto costo político para el gobierno, cual es el de haber cerrado filas con el sobischismo, su peligroso competidor interno. Éste, libre de los condicionamientos del poder, viene predicando la tolerancia cero con todos los que asoman la nariz: sean estatales, izquierdistas de Zanon, subsidiados o sin techo. Es a ese sector al que el gobierno le ha terminado dando la razón.
El retrato de familia logrado el miércoles en ese bastión del sobischismo que es la seccional Primera, donde la voz cantante la llevó el viejo aliado del ex gobernador Horacio Rachid, es una muestra elocuente de los flancos que tiene el gobierno y el precio que paga por ellos.
La estrechez económica frente a la miopía intransigente de los gremios, la presión interna de su propio partido y el reclamo de los comerciantes que abrevan en esa fuente generosa que son las arcas del Estado, no fueron los únicos motivos que empujaron el giro de Sapag hacia posturas esgrimidas antes por sus adversarios.
También la posición de uno de sus principales competidores, Horacio Quiroga, jugó su papel. La crítica afilada del ex intendente busca alzarse con la representación política de los sectores que claman por orden frente a los reclamos de los menos favorecidos.
Pero ahora se ve que Sapag no está dispuesto a que Quiroga se haga de los votos que hoy detenta, dentro de su partido, el sobischismo.
Lo mismo parece ocurrirle al gobernador con el ministro de Gobierno, Jorge Tobares. El antiguo adalid de la "paz social" ya no es útil en este contexto. Empero, en su caso, el gobernador no se atreve a despedirlo por temor a echarlo en brazos de la oposición, acaso sin advertir lo peligroso de ese juego.
En el sapagismo tienden a pensar que hoy en día un retorno de Sobisch no sería avalado por la sociedad. Así las cosas, quitando a Brillo, quien aspira a ser prenda de unidad, estiman que en lo político el camino estaría allanado para intentar cuatro años más. De hecho, no ocultan a nadie que antes de fin de año Sapag lanzaría su reelección.
Falta ver, en fin, si el giro emprendido por el gobierno con el ánimo de blindarse frente a la oposición política y gremial funciona en verdad como tal o contribuye a subrayar sus vacilaciones frente a los conflictos, operando en todo caso como un salvavidas de plomo.
HECTOR MAURIÑO
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