La educación secundaria nació en la Argentina con la misión de seleccionar a las clases gobernantes. Era la escuela de los elegidos. En 1900, mientras la escuela primaria se poblaba y llegaba casi a los 500.000 alumnos, en la secundaria había apenas 5.000 jóvenes. Este desequilibrio fundacional expresa la doble cultura histórica de nuestro sistema educativo.
Por un lado, la escuela primaria nació con la misión de la homogeneización cultural. Por definición es obligatoria, gratuita y común, proponiéndose su extensión masiva en base a un modelo de maestro vocacional que representa el ideal sarmientino de la civilización. En cambio, la secundaria se basa en el modelo selectivo de Bartolomé Mitre, heredero del dispositivo enciclopédico francés con muchas disciplinas, profesores y exámenes.
Ya en 1983 el regreso de la democracia inició un decidido proceso de cambio de paradigma de la escuela secundaria, por ejemplo a través de la eliminación de los exámenes de ingreso. La sanción de la ley de Educación Nacional en el 2006 marcó un hito histórico en este sentido, reconociendo la obligatoriedad de la educación secundaria.
En el presente, esta meta se está comenzando a traducir en políticas que proponen modificar ese dispositivo preparado para la selección social que ahora debe cumplir la función opuesta: incluir a todos. Para ello se ha comenzado a trabajar sobre la concentración del tiempo docente en una misma escuela; incorporar tutores que acompañen a los alumnos en toda su trayectoria; abrir espacios donde se exprese la diversidad de intereses y lenguajes de los jóvenes (los deportes, las artes, la informática, el trabajo comunitario, etcétera); modificar los regímenes de promoción para evaluar integralmente a los alumnos, entre otras políticas.
El Ministerio de Educación de la Nación está iniciando una política nacional para acompañar a las provincias en este desafío. Una línea de acción que se propone es el financiamiento de proyectos por escuela con horas institucionales pagas para algunos profesores, propiciando la creatividad en la generación de innovaciones junto con los jóvenes.
En las aulas, los docentes padecen las diversas transformaciones sociales que han atravesado sus pedagogías tradicionales y los dejan muchas veces sin respuestas. Las reformas que se propongan deben tenerlos como principales protagonistas, apuntando a un doble objetivo difícil de articular.
Por un lado, es necesario propiciar cambios profundos en la cultura pedagógica de la escuela secundaria, donde todos los alumnos deban ser atendidos en su heterogeneidad, sin tomar el atajo de la exclusión que reinó históricamente en el nivel. Por otra parte, esta transformación sólo será posible generando espacios y entornos adecuados en las escuelas (condiciones dignas de trabajo y equipamiento, entre otros aspectos) y con capacitación concreta sobre cómo generar nuevas prácticas pedagógicas que inciten la participación y el estudio de los alumnos.
Se trata de dos vías muy complejas, porque requieren políticas estables, financiamiento y capacidades técnicas para su implementación. Pero especialmente requieren de la legitimidad social y política que las avale e, incluso, las reclame. Instalar el debate sobre una nueva escuela secundaria democrática que brinde oportunidades a todos los estudiantes es quizás uno de nuestros desafíos centrales como sociedad.
AXEL RIVAS (*)
Periodismo Social
(*) Director del Programa de Educación de Cippec