Hace pocos días se llevó a cabo en Italia, en un reducido escenario enmarcado en un pequeño pueblo medieval, un encuentro internacional de especialistas iberoamericanos en insolvencia empresaria. Verdaderamente fueron notorios los nuevos paradigmas que se reflejaron por efecto propio del estadio actual que evidencia el sistema económico internacional. La sorpresa que ha ocasionado en los más importantes quiebristas europeos la magnitud y profundidad de la actual crisis en la economía real va de la mano de la propia realidad que afrontan sus países. Los latinoamericanos, más acostumbrados a la inequidad y desigualdad social, a las crisis sistémicas y a la observación de hechos internacionales sin participación alguna en su producción, pudimos palpar cuán preocupada observa Europa su realidad actual y su futuro.
Se concluyó que la crisis de la empresa ha dejado de constituir un hecho extraordinario para convertirse en un componente permanente del sistema productivo. Ya no se trata de un evento repentino que aparece en una unidad económica, descomponiendo su operación comercial, sino de un estado constante que la coloca en situaciones repetidas de riesgo y desequilibrio. El ambiente de los negocios se ha tornado confuso y con cambios constantes, lo que ha hecho desaparecer ese equilibrio estático necesario para el crecimiento y la proyección del desarrollo empresario. La situación de crisis es ahora patológica incluso en la etapa fundacional de la empresa, lo cual complica hasta la utilización de métodos de prevención de control, ya que las dificultades que se presentan cada vez son más profundas e involucran nada menos que la posibilidad de ser expulsados del mercado en cualquier momento.
La legislación actual de insolvencia italiana ha venido imponiendo soluciones absolutamente dirigidas al recupero de la empresa endeudada. Los casos de Alitalia y Parmalat, sin bien ocasionaron reformas a la ley para grandes empresas en crisis, se extendieron en soluciones legales para las pymes con la finalidad de que los procesos de concursos preventivos tengan hoy el objetivo exclusivo de evitar la quiebra.
Una realidad de crisis permanente resulta desoladora para un proyecto productivo a mediano y largo plazo y su impacto en las economías europeas de protección social es evidente. En España, por ejemplo, se ha multiplicado por 1.000% la cantidad de quiebras y concursos y en Italia el desempleo avanza hacia cifras récords desconocidas desde la posguerra. En Francia la reducción de los empleos públicos y de los subsidios a la salud, la infancia y la maternidad se conjuga con los despidos masivos en compañías, lo que ha ocasionado la toma con rehenes en más de tres docenas de empresas.
El divorcio entre la economía real y las burbujas financieras de Wall Street es tan evidente que hoy lo podemos ver con claridad: los títulos de los grandes medios nos dicen que ingresamos en la recuperación, pero en realidad los grandes países desarrollados afrontan una desaceleración productiva y una disminución del ingreso de las grandes mayorías que asusta. La recuperación de los términos de intercambio vino de la mano de China y otros país en desarrollo que han inyectado recursos hacia el consumo de sus mercados internos y el crédito bancario barato. Estas políticas riegan la industria y los servicios, amortiguando la caída de los ciclos de crecimiento.
Europa sufre actualmente las consecuencias de un dólar que continúa su proceso de depreciación y con ello, la dificultad creciente para exportar sus productos, lo que necesariamente la llevará a devaluar el euro. Mientras tanto Estados Unidos continúa su camino acelerado de licuación de deuda e incentivo de sus exportaciones a través de una política sin límite de emisión monetaria a toda marcha. Una parte de los excedentes emitidos por aquel país se ha destinado a capitalizar sólo a los bancos de inversión que se sostienen en negocios especulativos, abandonado a las entidades comerciales que prestan al consumidor y la empresa. Sorpresivamente incluso un economista como Paul Krugman ha dicho hace pocas horas que es necesario estatizar algunas de esas entidades para favorecer el crédito público y el consumo.
En estas páginas hemos advertido que una nueva burbuja está en marcha, ya que los correctivos a las causas que generaron la mayor liquidación de valor de la historia económica mundial no se han producido. La economía de los países desarrollados ingresa en una nueva fase de concentración económica; la era de los déficits públicos se avecina.
La empresa moderna -en especial la pyme generadora de valor distribuido en la comunidad- afronta hoy desafíos impensados hace apenas una década, resultando imperativo que los estados nacionales, apoyados en nuevos paradigmas, instrumenten políticas públicas para su supervivencia y desarrollo.
DARÍO TROPEANO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado. Docente de grado y posgrado en Concursos y Quiebras en la UNC