Jueves 29 de Octubre de 2009 20 > Carta de Lectores
Información reservada?

De tomarse en serio declaraciones recientes del director del Departamento para el Hemisferio Occidental del FMI, Nicolás Eyzaguirre, los jefes del organismo y representantes de nuestro gobierno acaban de encontrar el modo de superar el problema mayúsculo planteado por los prejuicios vehementes del ex presidente y en la actualidad ciudadano privado Néstor Kirchner, un hombre que durante años basó su política económica en la hostilidad hacia el Fondo y todo lo que a su entender representa. Según Eyzaguirre, los técnicos del FMI podrán someter la economía argentina a la auditoría de rigor con tal que no difundan los resultados, ya que "no queremos ser usados por nadie para sus propios fines, ni por el gobierno ni por la oposición". Se trata de un ardid que podría parecer lógico desde el punto de vista de un tecnócrata, pero mal que les pese a los responsables de proponerlo, no sólo es antidemocrático sino también muy poco práctico. Para comenzar, sería virtualmente inevitable que los interesados en el asunto se enteraran casi en seguida de todos los detalles, en especial los más desagradables, del eventual informe, ya que en nuestro país suelen figurar en los diarios del día siguiente hasta los pormenores de reuniones políticas pretendidamente clandestinas. Por lo demás, aun cuando la gente del FMI y del gobierno kirchnerista lograran mantener secreta la información sobre el estado de la economía nacional en opinión de los inspectores de un organismo internacional que, nos guste o no, es muy influyente, muchos atribuirían su actitud al temor a lo que podría suceder si la ciudadanía supiera la verdad. Por negativos que fueran los juicios del FMI sobre lo hecho por los Kirchner, sería peor que los reemplazaran rumores que motivaran más incertidumbre.

Por supuesto que nuestro gobierno dista de ser el único que preferiría impedir la difusión de ciertos datos económicos. Todos los gobiernos del mundo piensan de la misma manera; justifican su hermetismo con el argumento de que, por depender tanto de la confianza de los agentes económicos, es mejor suministrarles datos reconfortantes de lo que sería darles motivos para alarmarse. Sin embargo, aunque en tiempos de crisis es normal que hasta los gobiernos más democráticos procuren ocultar aspectos determinados de la realidad e interpretar de forma tergiversada otros, en el ámbito así supuesto muy pocos han ido tan lejos como el encabezado por los Kirchner. La razón principal por la que siguen resistiéndose a abrir la puerta al FMI tiene menos que ver con su presunta convicción de que por tratarse de un organismo dominado por "neoliberales" aprovecharía la ocasión para ofrecerles consejos demasiado ortodoxos, que con la conciencia de que le impresionaría mal la brecha ya enorme que se da entre la Argentina floreciente del Indec y el país atribulado de la realidad. Peor aún, no sería cuestión de una diferencia de opinión comprensible acerca del valor relativo de ciertas estadísticas, sino de lo que conforme a todos, salvo los más comprometidos con el "proyecto" personal de los santacruceños, son mentiras.

A inicios de su gestión, Néstor Kirchner decidió que le convendría quemar los barcos, rompiendo a medias con el FMI -por fortuna, no lo abandonó por completo- y formalizando con una "ley cerrojo" su negativa a negociar con la mitad de los acreedores no residentes en el país. Pues bien, los beneficios políticos que le supuso tanta agresividad se agotaron hace tiempo y se ha dado cuenta de que a menos que consiga reconciliarse con un organismo que disfruta del apoyo de todos los gobiernos de los países desarrollados, incluyendo a los de centroizquierda, la Argentina no tendrá acceso a los recursos financieros que necesita para ahorrarse largos años de estancamiento, de ahí su voluntad de permitir que el ministro de Economía, Amado Boudou, intente construir algunos puentes con el resto del mundo. De no haber sido por la estrategia típicamente miope elegida por Kirchner, salir del brete en que nos hemos metido no sería del todo difícil. Tal y como están las cosas, durante las semanas próximas Boudou se encontrará plenamente ocupado intentando solucionar problemas originados en las particularidades ideológicas, cuando no psicológicas, de quien aún es el político más poderoso del país.

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