La capacidad para acumular información de los buscadores que operan en la red de internet (Google, Yahoo!, Firefox) puede llegar a ser muy agresiva con los derechos de la persona. Pero, a la vez, la red es una extraordinaria plataforma de información y expresión (los blogs y las redes sociales como Facebook y MySpace) por la que circulan millones de datos de acceso universal que objetivamente amplían el espectro informativo. Sin embargo, la acumulación de valoraciones y noticias que el motor de un buscador genera a través de millones de páginas web esparcidas en la red digital puede llegar a resultar, según los casos, una hipoteca para el honor o para la intimidad.
Es evidente que una información de hace años contenida en la prensa escrita no puede ser excluida de las hemerotecas, pero también lo es que el acceso a su contenido es más difícil que el que ofrece la red digital. Ahora bien, en este contexto, ¿se puede borrar el pasado que aparece en la red? ¿Es lícito reclamar el derecho al olvido cuando algo molesta?
La casuística es muy variada, pero parece razonable afirmar que -por ejemplo- no tienen la misma entidad informativa el caso de aquella persona que reclama que no sean tratados sus datos personales relativos a una infracción administrativa de tráfico y publicados en el Boletín Oficial de la provincia que aquel otro en el que la infracción de tráfico es delito o el protagonizado por un periodista por un delito de injurias y después indultado por el gobierno.
La pretensión de borrar de la red estos datos es razonable en el primer caso pero en absoluto lo es en los otros dos. La justificación jurídica se fundamenta en la veracidad y el interés público de la información que aparece en la red, porque lo que fue de interés público en un momento determinado -la comisión de un delito- no puede desaparecer de la historia; de lo contrario, estaríamos ante una falsedad.
Resultaría paradójico que una información de interés público y obtenida con escrupuloso respeto al canon de la diligencia profesional se pudiera consultar en la hemeroteca de la edición escrita de un diario y, por el contrario, haya de desaparecer de la edición digital.
Claro que no hay que obviar que también el cúmulo de datos obtenidos sobre una persona a través de los buscadores supone un riesgo para su reputación e intimidad al proporcionar una información a la que se accede carente del más mínimo interés general. Y que en el criterio de algunos buscadores de internet prima más la morbosidad informativa que otros factores más objetivos.
Los instrumentos de defensa jurídica de la persona ante unos datos de su pasado que carecen de interés público pero que pueden afectar su trayectoria personal y profesional (por ejemplo, para acceder a un puesto de trabajo) se encuentran sobre todo en la acción de las agencias de protección de datos como autoridades administrativas reguladoras de la llamada autodeterminación informativa ante el uso abusivo de la informática. Y si cabe, finalmente, a través de los tribunales. Aunque esta última -y no es ninguna novedad- sea una vía lenta.
A fin de proteger los derechos de la persona, la experiencia que cabe extraer en España de las resoluciones de estas autoridades reguladoras pone de relieve la importancia que tiene el cumplimiento de algunos criterios adicionales a los ya apuntados de la veracidad y el interés público del dato; por ejemplo, la necesidad de que los medios de comunicación ponderen la relevancia de publicar la identidad de las personas implicadas en una noticia instando en su caso a difundir únicamente las iniciales, en especial cuando una sentencia no es firme. Asimismo, la sugerencia de que las administraciones de las webs (webmaster) se doten de las adecuadas medidas informáticas que permitan evitar la indexación de la noticia. Se trata de los robots.txt, unos archivos con capacidad técnica para ocultar determinadas páginas de una web a fin de impedir el acceso de los principales buscadores. Ello, sin perjuicio de las soluciones privadas que aportan incipientes iniciativas empresariales que ofrecen al cliente la protección on-line del historial de una persona facilitando el borrado de lo que no le interese.
Pero en la sociedad de la información no es fácil escapar del pasado aunque sea perfectamente legítimo pretenderlo. Por otra parte, la cultura de preservar lo pretérito es diversa, según las diferentes tradiciones culturales.
La red es un campo abierto que no conoce fronteras estatales pero que está sometida a límites. Obviamente, internet no puede quedar al margen de una cierta regulación.
Por ello se hace preciso el establecimiento de un marco jurídico o estándar común que permita asegurar la intimidad y la reputación de las personas pero asumiendo que el derecho al olvido no es absoluto y que lo que en su momento fue una información veraz y de interés público no puede hacerse desaparecer de la red.
MARC CARRILLO (*)
El País Internacional
(*) Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Pompeu Fabra