| Para algunos la pena (judicial y emocional) de Roman Polanski podría sintetizarse así: 43 días de cárcel y 32 años de exilio por los abusos que cometió sobre la menor Samantha Geimer. Y si bien, a fines de los 70, hubo un escándalo de proporciones cuando se supo que el director estaba implicado en una violación, todo indicaba que iba a salir libre sin que la cosa, al menos en lo que a su estilo de vida concernía, llegara a mayores. Polanski había aceptado internarse como un paciente psiquiátrico y estaba dispuesto a pasar 43 días más recluido. Sin embargo, en una pausa del proceso judicial, a Polanski le fue permitido irse a Europa donde estaba desarrollando su actividad laboral. En el Viejo Continente se permitió más de un placer y hasta apareció en la prensa acompañado por jóvenes mujeres y bebiendo champagne. Esto, se dice, enfureció al juez Rittenband, quien a su regreso le juró que pasaría 50 años en la cárcel. Polanski aprovechó otro respiro y se fugó para ya no volver. Como es sabido, hace unas semanas la justicia Suiza lo capturó en un aeropuerto cuando el director entraba a ese país para participar de un homenaje que le harían en un festival de cine. A pesar de que su estado de salud en los últimos días no ha sido el mejor, al director se le negó la libertad condicional, y ahora, Estados Unidos pidió formalmente a Suiza la extradición del director. ¿Con cuanto tiempo de reclusión pagará su antigua deuda Polanski si se produce el regreso? Eso, probablemente, se discuta aún por un buen tiempo. | |