Esta nueva edición del clásico más apasionante del mundo, el que todos quieren ver, y por el que los turistas del mundo pagan fortunas para presenciarlo, es una muestra cabal, descarnada, de la actualidad del fútbol argentino.
Si bien puede ser cierto que estos súper derbys "son partidos aparte", como no se cansan de repetir los protagonistas, en el estadio Monumental, a las 16:15, se verán, potenciadas, las caras buenas y malas del deporte más popular del país.
Aparecerán como nunca las reventas, los violentos se apoderarán de las tribunas, la interna en River para reemplazar al inefable Aguilar recrudecerá y el estadio bufará como un animal salvaje. El partido comenzó a jugarse ya hace varias semanas porque los clásicos son bisagras, que pueden ser maná en medio del desierto o el espasmo con el que se va el último aliento.
Los hinchas de River piensan que no pueden caer más e incluso jugadores como Matías Almeyda confiesan que ganarlo sería como "sacar la cabeza de lo más profundo". La situación para el Millonario es terminal, porque sólo obtuvo una victoria en nueve partidos y en los últimos tres cotejos apenas cosechó un punto. Perder con Boca sería, siempre desde la óptima del fanático, una tragedia futbolística, porque su "primo" se regodearía con la victoria y River quedaría bien en el fondo y sintiendo de cerca el temible aliento del fantasma de la promoción.
Ganar los últimos tres partidos fue para Boca un bálsamo, pero tampoco hay que olvidar que en el arranque de la competencia el Xeneize había sumado cinco unidades en seis juegos y la dirigencia y el manager Carlos Bianchi tuvieron que rogarle a Alfio Basile casi de rodillas que no termine abruptamente su segundo ciclo.
En Boca los históricos (Battaglia, Riquelme y Palermo) bancaron al Coco y sacaron pecho por él y para esta tarde se espera que sigan con esa estrategia.
Basile jugó a las escondidas con el equipo pero seguramente jamás vaciló, no así Leo Astrada, que finalmente utilizará a todos los históricos para recobrar la mística, a los jugadores que hace años fueron sus compañeros y ahora sus dirigidos.
River sobrevive con espasmos, conectado a un respirador artificial. Se apoya en el enorme corazón de quien fuera un ex jugador por años (Almeyda), en la talentosa y ciclotímica rebeldía de Ariel Ortega y en el recuerdo de un Marcelo Gallardo que está lejos del estratega de antaño. Boca también palpita cuando aparecen los veteranos y sus latidos merman cuando ellos se ausentan, se encaprichan o dejan ver demasiado sus diferencias internas.
Ya no son los "grandes" imbatibles de otras décadas, aunque a Boca se le teme más que a River. Eso sí, los corazones se detienen cuando los "primos" se encuentran cara a cara. Siempre es el partido del año, veremos quién saldrá mejor parado. (sigue superclásico en pág. 48)