Como lo enseñaba Germán Bidart Campos, la libertad de expresión es una exteriorización de la libertad de pensamiento, que permite que sea conocido por terceros.
Por otra parte, la reforma constitucional de 1994 contempla la difusión de ideas, opiniones y críticas como espacio para la identidad y pluralidad cultural, la libre creación, el patrimonio artístico y espacios culturales y audiovisuales y el derecho a una educación intercultural para los pueblos indígenas.
Hasta aquí la letra teórica, pero sería infantil olvidar que detrás de los discursos solemnes y eslóganes que proclamaron estos derechos en la discusión de la llamada ley de medios se debaten intereses corporativos y políticos. Pero, ¿qué otra cosa administra la política, sino un conflicto de intereses? El órgano de control sobre los medios audiovisuales de masiva penetración en la intimidad de los hogares y el manejo del concepto de razonabilidad suficiente han llevado al riesgoso terreno de la subjetividad del poder político de turno y el ascendiente ocasional de los titulares vigentes de las corporaciones.
Lamentablemente, las cuestiones centrales en debate se han convertido en feroces batallas por el poder, que la sociedad sigue frente al televisor sin demasiado espacio para la reflexión. Se está con el monopolio o se está con el gobierno, con o contra el campo, con el garantismo o con la seguridad.
De tal modo, que la sociedad está obligada a elegir rápidamente definiciones absolutas y sin matices en cuestiones que no parecen tan simples.
En este contexto, se suman los cambios drásticos de opiniones en los representantes políticos, que nos recuerdan a Groucho Marx: "Éstas son mis ideas, pero si no les gustan, tengo otras".
Este célebre actor y humorista supo de la censura con la llegada del senador estadounidense Joseph McCarthy y la consigna "a esconderse rojos debajo de la cama". En esa época, limitado por las circunstancias, Groucho hacía equilibrio entre complacer a la NBC y no espantar patrocinadores.
Cuando el tristemente célebre Comité citó a declarar a Jerry Fielding, director del éxito del comediante "Apueste su vida", el músico se acogió a la Quinta Enmienda constitucional y decidió no declarar. Fue instantáneamente despedido y convertido en persona no grata. Más tarde, Groucho escribió que uno de los mayores pesares de su vida fue haber cedido a las presiones en el caso Fielding.
No toleraron los censores que el humor pudiera actuar como disparador y contribuir al pensamiento crítico.
Pero estos abusos del poder político de turno, o del poder corporativo según los casos, que postergaron el genio de Groucho Marx fueron luego afortunadamente superados, de tal manera que el comediante pudo morir en paz con su humor, mientras que la Constitución de los Estados Unidos puso al derecho constitucional de la libertad de prensa entre sus "preferidos".
Como decía aquel recordado grafiti francés de 1968: "Je suis marxista, tendance Groucho (soy marxista, tendencia Groucho)".
ALFREDO BELASIO (*)
DyN
(*) Abogado, ex asesor tributario del Instituto Nacional de Cinematografía durante la gestión de Manuel Antín.