Viernes 23 de Octubre de 2009 18 > Carta de Lectores
Aliados descartables

Toda vez que Washington se prepara para abandonar a su suerte a un aliado tercermundista, los voceros de turno de la Casa Blanca dan a entender que su conducta es incompatible con los principios que supuestamente representa Estados Unidos y que por lo tanto no puede seguir apoyándolo. Tal y como están las cosas, el presidente afgano Hamid Karzai pronto se sumará a la lista ya larga de líderes de países subdesarrollados que, luego de haber sido respaldados por los norteamericanos, se han visto sacrificados por no estar a la altura de las expectativas de sus protectores. Según una comisión vinculada con la ONU -una entidad en que abundan déspotas de todo tipo-, hubo fraude en las elecciones presidenciales recientes y por lo tanto Karzai debería enfrentar una segunda vuelta. Mientras tanto, los asesores más influyentes del presidente estadounidense Barack Obama afirman que, a menos que los afganos logren pronto poner su casa en orden, continuará demorándose una eventual decisión de aumentar la cantidad de tropas norteamericanas que están procurando impedir que los talibanes regresen al poder, lo que podrían hacer a pesar de la oposición del grueso de la población que, por razones comprensibles, no quiere una repetición de la pesadilla cotidiana que le supuso el ser gobernado por fanáticos religiosos extraordinariamente brutales.

El que hubiera fraude en las elecciones afganas no debió haber sorprendido a nadie. Afganistán es un país paupérrimo, fragmentado entre distintas etnias y tribus, sin tradiciones políticas que sean comparables con las de América del Norte y Europa occidental, de modo que era virtualmente inevitable que sus esfuerzos por actuar conforme a ellas resultaran decepcionantes. En países como Afganistán, los norteamericanos y sus socios tienen que elegir entre dirigentes que acaso sean malos según las pautas del mundo democrático y otros que son claramente peores. Si exigen a los primeros que se comporten siempre como si vivieran en una de las ciudades menos corruptas de Estados Unidos o un país tranquilo de Europa, nunca contarán con aliados más o menos confiables en el Tercer Mundo.

Desde hace varios meses, Barack Obama y su equipo están hablando públicamente de lo difícil que les es decidir qué les convendría hacer en Afganistán y el vecino Pakistán, que es una potencia nuclear. Durante la campaña electoral y a comienzos de su gestión, Obama afirmó una y otra vez que la de Afganistán era una "guerra necesaria" y que si el desenlace fuera desfavorable a Estados Unidos las consecuencias serían terribles, pero parece que ha cambiado de opinión y está buscando afanosamente un pretexto para ordenar la retirada, de ahí la indignación un tanto tardía que están manifestando sus asesores por la evolución a su entender poco prometedora de la democracia embrionaria afgana. Por supuesto que los talibanes, los militares paquistaníes que durante años los apoyaron y muchos otros están siguiendo con suma atención las alternativas de las discusiones entre distintos integrantes del gobierno norteamericano. Saben que la presencia de las fuerzas de la OTAN en la región podría tener los días contados y que su probable repliegue los obligaría a modificar radicalmente sus propios planes.

Desgraciadamente para Obama -y para las decenas de millones de afganos y paquistaníes que temen caer víctimas del furor islamista-, lavarse las manos de lo que está sucediendo en aquella parte del mundo no contribuiría ni a tranquilizarla ni a reducir el peligro de que haya más atentados terroristas devastadores en América del Norte y Europa. Si la única superpotencia decidiera que le son demasiado altos los costos de intervenir en los conflictos que están desgarrando buena parte del mundo musulmán, y que por lo tanto lo más sensato sería permitir que siguieran su curso, pagaría un precio muy elevado por el aislacionismo resultante. De sumirse Afganistán y, lo que sería más atroz todavía, Pakistán, en una guerra civil mucho más feroz que la que ya está en marcha, Occidente sentiría en seguida las repercusiones que, claro está, serían mucho más dolorosas que las atribuibles al intento de la OTAN de brindar a los afganos una oportunidad para crear instituciones políticas lo bastante firmes como para hacer de la convivencia pacífica algo más que una aspiración utópica.

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