En el 2008, la humanidad tuvo la segunda mayor cosecha de toda su historia. Sin embargo, según denuncia un organismo internacional, Acción contra el Hambre, ese año murieron cinco millones de niños por hambre. En el Día Mundial de la Alimentación, que termina de cumplirse a pesar de los enormes avances tecnológicos en la producción de alimentos, no hay mucho que festejar. Unas 24.000 personas mueren de hambre por día en un mundo que puede generar alimentos para una población muy superior a la actual, el 75% son niños. El número total de quienes lo padecen creció un 9% en el último año y es ahora un récord, 1.020 millones, uno cada 6,5 habitantes del planeta. El 20% de todos los niños del mundo está desnutrido.
El hambre mata madres a diario. Fallecen anualmente durante el embarazo o el parto, 500.000, el 99% en países en desarrollo. Una causa es la anemia que las madres con recursos evitan sin problema ingiriendo tabletas de hierro. Cuestan muy poco, pero aquellas que son pobres no tienen para comprarlas.
Mueren por año nueve millones de niños menores de cinco años. De una tercera parte a la mitad, por una de las consecuencias de la desnutrición: la diarrea.
¿Y por qué esta discrepancia enorme entre la capacidad de producción de alimentos y tantas muertes por hambre?
El tema de la alimentación no es sólo un problema de producción. Cuanto más alimentos se produzcan mejor, pero el tema central es hoy el de acceso a los mismos. En un mundo de groseras desigualdades como las llama la ONU, que hacen que las tres personas más ricas, tienen más que el producto bruto del 20% de la población del orbe, muy amplios sectores no tienen trabajo, ingresos, ni protección para poder tener alimentos. A ello se suman la especulación activa en ese mercado y su fuerte concentración monopólica, que inciden en la contradicción aguda de que los pequeños agricultores con frecuencia padecen ellos mismos hambre.
América Latina es un caso de laboratorio de todo lo anterior. Produce anualmente alimentos para 1.500 millones de personas y uno de cada 6 niños sufre de desnutrición crónica. Ellos suman 9 millones y los que están en riesgo de sufrirla otros 9 millones.
Por otra parte, en una región donde la crisis está elevando la pobreza, muchas familias de pocos recursos recurren a la comida rápida porque es más económica. Según lo advierte la Organización Panamericana de la Salud, este tipo de alimentos está repleto de grasas ultrasaturadas. Genera obesidad en gran escala, envenena las arterias y quita años de vida.
Según la FAO, con 30.000 millones de dólares todos podrían comer en el mundo actual. Es muchísimo menos del 10% de lo que se lleva en asistencia a las entidades financieras, cuyo mal manejo incidió fuertemente en la crisis actual.
Algo muy importante debe cambiar, y cuanto antes.
BERNARDO KLIKSBERG (*)
Red de Diarios en Periodismo Social
(*) Director del Fondo España-PNUD/ONU "Hacia un desarrollo inclusivo en América Latina".