Por mucho que algunos peronistas quisieran convencerse de que cuando conmemoran el 17 de Octubre están reafirmando su "lealtad" hacia el fundador y los valores que a su juicio encarnó, a esta altura debería serles evidente que la celebración anual de lo que sucedió en 1945 sólo sirve para ampliar las divisiones y para recordarles que hay una brecha enorme entre sus supuestas aspiraciones y la realidad. Acaso lo único que tienen en común las miles de facciones que según sus integrantes se sienten herederas de Juan Domingo Perón sea, como suelen aseverar sus referentes cuando se les pide aclarar lo que creen representar, "un sentimiento", es decir, cierto apego a los mitos y ritos propios de la fase más autoritaria del movimiento, en especial los vinculados con Evita. Después del derrocamiento del gobierno peronista ya agotado por un golpe militar en 1955, el movimiento se transformó en una fuerza opositora más interesada en regresar al poder que en rejuvenecer sus propuestas adaptándolas a un mundo que en el medio siglo siguiente experimentaría una serie de cambios radicales. Aunque todos los peronistas juran estar comprometidos con la justicia social, los esfuerzos de los distintos gobiernos que han formado sus presuntos compañeros por hacer de la Argentina un país más igualitario han resultado tan contraproducentes que puede argüirse que el peronismo es en verdad un fenómeno político intrínsecamente reaccionario que, lejos de impulsar la inclusión, empuja a la pobreza extrema a sectores cada vez mayores de la población.

En los actos no muy concurridos que se celebraron el sábado pasado, los "leales" al ex presidente Néstor Kirchner, comenzando con su esposa, la presidenta actual, se mofaron de la falta de ideas que atribuyen a sus adversarios, mientras que "los disidentes" se quejaron de "la dictadura de la caja", del escaso coraje de gobernadores que no se animan a defender sus provincias y del autoritarismo de los santacruceños. O sea que, una vez más, el peronismo se ha desdoblado, ya que además de estar en el gobierno constituye una parte importante del aglomerado opositor. Con todo, si bien tienen razón los "disidentes" cuando señalan que merced a la gestión de los Kirchner la cantidad de pobres ha crecido tanto como el producto bruto nacional, no hay muchos motivos para suponer que si uno de los suyos llegara a suceder a Cristina en la Casa Rosada los resultados concretos serían mejores. A menudo, el deseo de políticos bienintencionados de luchar contra la pobreza sólo contribuye a consolidarla porque difunde una cultura clientelista, conforme a la cual las "soluciones" dependerán por completo de las medidas que tome el gobierno nacional, no de lo que hagan los pobres mismos y una multitud de personas emprendedoras.

De todos modos, no cabe duda de que el peronismo se ha diluido a tal punto que ha dejado de representar mucho más que la nostalgia por la Argentina de tiempos ya idos cuando aún era un país muy promisorio al parecer "condenado al éxito". Por cierto, hoy en día escasean las corrientes políticas que no cuenten con lo que se ha dado en llamar "una pata peronista", lo que puede tomarse por una señal de que por ser virtualmente todos peronistas a su modo, calificarse como uno carece de sentido. Sería saludable, pues, que nuestros políticos dejaran de hablarnos de su propia condición de peronistas o del respeto que les merece un movimiento cuya supervivencia debería motivar más extrañeza que orgullo. Al fin y al cabo, ya estamos en el 2009 y el país debe afrontar muchos desafíos que muy pocos pudieron prever en vida de Perón, razón por la que convendría que quienes tienen la responsabilidad y el privilegio de ser dirigentes políticos dejaran de perder el tiempo en disquisiciones casi teológicas en torno a lo auténticamente peronista o en revisar por enésima vez la historia tumultuosa de un movimiento que, como el país en su conjunto, perdió el rumbo más de medio siglo atrás. Para los habitantes actuales del país, lo que podrían hacer tales políticos en el 2010 y el 2011 importa decididamente más que lo que según ellos mismos hicieron en un pasado ya brumoso, pero sucede que para muchos es tan difícil pensar en el futuro próximo que les es irresistible la tentación de darse otro baño de nostalgia.