Días atrás concurrí a un local de indumentaria deportiva de Neuquén debido a que para mi cumpleaños me habían regalado una calza blanca que me quedaba chica. La misma, comprada por un familiar que posee dicha factura, fue abonada con tarjeta de crédito. Fui al lugar para cambiarla por un talle más grande y, si podía ser, de un color oscuro. La prenda poseía la etiqueta, la que en ningún momento había sido violada.
En el local me atendió una señora mayor de baja estatura, ya mirando mal porque iba con una bolsa del local, obviamente para hacer un cambio. Me dijo que fuera mirando, que estaban en un lugar determinado. Mientras observaba las calzas me dijo: "Esto está usado; está manchado". Mi cara de asombro fue instantánea, porque no tenía la menor idea de lo que me estaba diciendo. Le expliqué que no la había usado, que la había llevado tal cual me la habían entregado... evidentemente, con una etiqueta bastante grande que le cuelga no la voy a usar y si la uso no la voy a cambiar.
Esta señora llamó a otra que se encontraba en el local, morocha y de pelo ondulado, que salió a decirme de muy mala manera que no me la iba a cambiar, que ellas ropa manchada no vendían. Yo, ¿cómo sé que esa calza no estaba manchada (llámese roce de tierra) en el momento en que la compraron? Ni siquiera me fijé. Cuestión que esta chica de rulos, además de no cambiarme la calza, en uno de sus comentarios me dijo: "Negra, acá traen hasta calzas con flujo para cambiar", a lo cual respondí que no era tan desubicada como para hacer eso.
Mi indignación va más allá de una calza, es por la forma en que me trataron y me humillaron, primero tratándome de sucia y luego de negra. Cabe aclarar que les pregunté los nombres y apellidos a ambas y ninguna me lo dijo; me dijeron que me fijara en la factura.
Alejandra Spiegel, DNI 26.936.227
Neuquén
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