Facundo Agudín avanza con la determinación de una sinfonía.
Los ensayos de la Filarmónica Patagonia de la Universidad de Nacional Río Negro se desarrollan en las instalaciones de Casa de la Cultura. Agudín no camina los escalones entre un piso y otro, los corre, los zanja con un ímpetu gigante: de tres en tres, sube y baja coordinando esfuerzos, sonidos, partituras. Como si 12 horas de trabajo continuo no fueran un antecedente. Como si no marcaran un límite para un agotamiento que parece no llegar jamás. En el breve tiempo que lleva en la región, le ha dado forma a una orquesta sinfónica (se presenta a las 20 en el Círculo Italiano de Regina) que, justamente, suena con la vocación que una orquesta sinfónica debe poseer.
Uno se lo imagina como un personaje de cómics que atraviesa el horizonte mientras las piedras y el polvo van despegando del suelo, producto de un impulso feroz. Éste es el mismo hombre que siendo un joven dejó a la Argentina por Suiza en la búsqueda de un lugar donde pudiera dar vía libre a su talento y al mayor de sus propósitos: dirigir. En el camino se transformó en uno de los más respetados directores de la escena internacional. En este ámbito, más que en ningún otro relacionado con el arte, nadie te regala nada.
"Vivo de dirigir", menciona en uno de los encuentros que mantuvimos. Lo dice al pasar, como si fuera menos de lo que en realidad es. Sus palabras construyen frases que podrían terminan siendo un grafiti. Me dirá en sucesivas entrevistas a lo largo de esta semana: "La música no le pertenece a nadie. Una vez que está en el aire no es de nadie. O mejor, la música le pertenece a todos". Y más tarde asegurará definitivo: "La experiencia orquestal no es comunicable, es vivible". Y luego: "Las dificultades para hacer una orquesta siempre son relativas".
Sin embargo, visto desde afuera, la titánica tarea de armar esta organización que más temprano que tarde estará felizmente condenada a expulsar música de su organismo, no parece fácil, ni relativa. Agudín prefiere las altas cumbres de lo imposible. Ya ha probado su temple a fuego. En Armenia, por ejemplo, se hizo cargo de la sinfónica nacional en medio de condiciones económicas realmente complejas.
Ahora está en la Patagonia. Su tierra también. Un espacio que siente propio e inaugural. "Cuando cuente en Europa que estoy dirigiendo una orquesta en la Patagonia, a los músicos de allá les va impactar", explica. Es que Agudín es muy consciente de que esta orquesta es también una aventura.
La velocidad de las cosas
Hablemos de velocidad. La cúpula directiva de la Universidad Nacional de Río Negro le solicitó asesoramiento en materia de arte y música, él retrucó con una orquesta que funcionara al menos dos veces durante el año, con presentaciones y giras, incluidas. La respuesta llegó con un arriesgado sí. Semanas después estaba haciendo la selección de músicos, estableciendo vínculos con la Filarmónica de Buenos Aires. Después, las partituras, el enorme proceso organizativo, más tarde los ensayos y, finalmente, la música en todo su esplendor.
-Hace unos años dijiste que para adaptarte a Europa te habías convertido en "uno de ellos". Es decir en un suizo.
- Sí. Lo dije pero ya no lo diría. Simplemente he cambiado, he comenzado a trabajar en el resto de Europa y estoy dejando mi sello. Hay mucho de mí y de mi propia cultura en lo que hago. La forma en que lo hago.
- También has dicho, a propósito de tu participación en la Orquesta Sinfónica de Armenia, que entendías de problemas y necesidades, porque venías de la Argentina.
- Sí, estoy acostumbrado a lidiar con problemas, con carencias. Las dificultades siempre son relativas. Haber llevado a cabo este proyecto, por ejemplo, cuando la actividad es tan amplia, me cautivó, es un desafío muy fuerte. Yo viví en Bariloche y el hecho de conocer la geografía me sirve como una toma de conciencia. Ahora, que estamos en el Valle, me siento cómodo también, me encanta este oasis en el desierto. Y en una tierra que quiero, ahora estoy haciendo lo que hago todo el año: dirigir.
- Hay un propósito en todo esto, me refiero en el acto de crear una orquesta, que parece extramusical.
- Éste es un programa innovador y ésa es también una buena motivación. De pronto estamos acercando la música, la música como energía a 40, 50 jóvenes.
- Entonces, en lo profundo, es esa transferencia.
- Claro, la música sigue adelante, es una especie de continuo. Uno entra y sale. Más allá del propósito académico que es importante, estamos vinculando a los chicos con el arte. Puede que algunos de ellos terminen viviendo de la música un día y otros no podrán o no querrán. Alguno quizás después sea mecánico o médico, pero su relación con la música seguramente lo habrá enriquecido. Yo mismo, no sé si en futuro podré seguir dirigiendo, ahora puedo vivir de esto pero ¿qué sé yo lo que va a ocurrir más adelante? Sin embargo, la música continuará y lo más probable es que yo, y los chicos, sigamos vinculados con ella. Tal vez sólo escuchándola.
¿Hace falta decir más? Agudín ha encontrado en un párrafo el verdadero propósito de una organización musical. El arte como una clave para alimentar el espíritu de las personas.
"En esta parte, encuentren su sonido, búsquenlo", le dirá a este puñado de pibes que lo miran entre divertidos y azorados. ¿Está permitido decir algo así en materia de música clásica? Pues, Agudín se lo permite. Y aquí lo tienen, en el sur del mundo provocando un nuevo estallido.
La orquesta ha abierto sus ojos en un pequeño rincón del mundo desde donde ahora la música se expande. Y estos chicos, y esta universidad, y este público se han subido a la milenaria serpiente del sonido.
Queda tanto por hacer y, en el fondo, Agudín lo sabe y sospecho que lo piensa: qué bueno que sea así.
CLAUDIO ANDRADE
candrade@rionegro.com.ar