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"El 17 de Octubre y yo" | ||
La señora caminaba por la avenida Santa Fe. Una mujer joven y realmente linda que lucía ropas primaverales, claras y ligeras de acuerdo con el caluroso y primaveral día de octubre de 1945. También lucía un incipiente embarazo de tres meses que, como a toda madre joven y primeriza, la llenaba de esperanzas y alegrías. Iba a tomar el té a la casa de unas amigas caminando hacia la avenida Canning (actual Scalabrini Ortiz), a la que nunca llegaría. Todo lucía armonioso, el Jardín Botánico y la propia calle arbolada y cuidada que en aquellos días de esplendor era una especie de Quinta Avenida porteña donde se daban cita los mejores negocios, la última moda, las mejores confiterías. Palermo era un barrio tranquilo y tradicional. Pocos autos transitaban y los tranvías y colectivos eran los únicos que aportaban una cuota de ruido. La joven señora era mi madre y el embarazo era del que estas líneas escribe. De pronto, un rumor creciente invadió la elegante avenida. No era un ruido conocido; sin embargo, o quizás por eso mismo, la joven señora se detuvo, una inquietud la invadió primero y la paralizó después. El rumor crecía y se individualizaban a cada momento, más nítidamente, voces humanas. Se comenzaban a adivinar cánticos y un coro cada vez más cercano que lanzaba un apellido como un cañonazo que surcaba la hasta entonces bucólica tarde con una intensidad que hasta ese momento nadie conocía. He escuchado este relato cientos de veces y en todas mi madre ha señalado el miedo que la invadió. Ésa era gente que ella no conocía, que no había visto nunca en las arboladas calles de Palermo. Ése era un rumor vocinglero, con tonos, entonaciones e intensidades que ella ignoraba y que, sospecho, ni siquiera sabía que existían. Una Argentina color tierra, color cobre, transpirada y con sólo sus camisas abiertas y sus gargantas irritadas se abría paso en la avenida Santa Fe y en la historia. Mi madre, joven, elegante y embarazada fue envuelta por la corriente humana. Un grupo de mujeres ("unas negras, grandotas", contaría ella después) la tomó de los brazos y dándole media vuelta la encaminó, sin violencia pero con firmeza, hacia Plaza Italia: "Vamos, compañera, vamos a salvar al coronel Perón que está preso en el Hospital Militar". ¡Ese nombre, ese hombre! Tantas veces denostado y criticado en las sobremesas, en las mesas de té de señoras como ésa a la que mi madre ya nunca llegaría, en las conversaciones de la gente que hablaba con uno y como uno? todo era por ese hombre. Mi madre, paralizada, se dejó conducir. A su alrededor se alumbraban un nuevo mundo y un nuevo tiempo. Las voces coreaban el nombre como una invocación: "Perón? Perón? Perón?". Cuando mi madre, luego de caminar alguna cuadra, fue tomando conciencia de la situación que la rodeaba, les dijo a sus acompañantes que no cesaban de vociferar: "Chicas, no me siento muy bien, estoy embarazada y me parece que me voy a descomponer". Nació así la primera excusa familiar para alejarse del peronismo; primero fueron excusas y prejuicios y luego, a fuerza de repetirlos, se transformaron en convicciones y enconos. Las mujeres que la sostenían de inmediato empezaron a caminar hacia la puerta de una casa de departamentos y la dejaron en la entrada: "Toque timbre, compañera, y que le den un vaso de agua". La solidaridad de género ya atravesaba todas las diferencias. Allí quedó mi madre, sin atreverse a moverse hasta que pasó el último manifestante. Cuando la tarde perdía luz, por las calles poco concurridas de Palermo se encaminó hacia el departamento que compartía con mi padre en la calle Güemes. Atrás dejaba (dejábamos) una ola histórica que cambiaría el rostro de la Argentina para siempre. Siempre lo he dicho medio en broma y en especial se lo remarcaba a mis padres pero, si es cierto que los fetos perciben sensaciones del mundo extrauterino, yo algo debo (y quiero) haber percibido. El 24 de febrero de 1946 Perón ganó las elecciones a todo el antiperonismo reunido en la fórmula de la Unión Democrática. El 7 de abril nací yo. El 4 de junio de 1946 Perón asumió su primera presidencia. Mi madre tenía siete hermanos y mi padre, ocho. Tengo una multitudinaria constelación de primos. El único peronista de la familia soy yo. Creo, me gusta creer, que esa tarde calurosa, primaveral, multitudinaria e histórica no sólo me impregnó de emociones en el seno materno: también me contagió una pasión y un destino que todavía mantengo. Rodolfo Ponce de León Roca | ||
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