Nos guste o no nos guste -y la verdad es que no nos gusta para nada-, el argentino mejor conocido en el resto del mundo sigue siendo Diego Maradona. Es por eso que repercutió con tanta fuerza en los medios más prestigiosos de la prensa internacional el exabrupto grotescamente soez que "el Diego" se permitió luego de que, para alivio de todos, la selección nacional lograra asegurarse un lugar en el Mundial que se celebrará el año que viene en Sudáfrica. Puede argüirse que Maradona nunca pidió ser tomado por nuestro representante máximo en el exterior, pero sucede que lo es. Por lo tanto, tiene responsabilidades que van más allá de las supuestas por su condición de director técnico del equipo que llevará las esperanzas de una proporción elevada de sus compatriotas. Aunque le parezca sumamente injusto, cuando de la imagen de la Argentina se trata, sus palabras pesan más, mucho más, que las pronunciadas por cualquier otra persona, sin excluir a la mismísima presidenta de la Nación. Que éste sea el caso es sin duda lamentable en vista del estilo aberrante de Maradona de comunicarse con los demás, pero hasta que surja una nueva figura que a su modo encarne lo que podríamos calificar de "la argentinidad", nuestra imagen colectiva seguirá vinculada con las andanzas de quien en su momento fue considerado el mejor jugador jamás visto del deporte más popular del planeta.
Puesto que no hay mucho que uno pueda decir acerca de las declaraciones que formuló Maradona al sentirse reivindicado por el triunfo de nuestra selección en Uruguay -y por la de Chile sobre Ecuador-, los muchos extranjeros que han comentado en torno al asunto no vacilaron en tratarlas como una manifestación de la atribulada alma nacional. Con escasas excepciones, opinaron que la Argentina es un manicomio, un país de locos que periódicamente estalla de furia en un intento vano de vengarse de la incomprensión ajena. Asimismo, de condenar la actitud infantilmente agresiva de Maradona hacia la prensa a perorar sobre la decadencia política y económica de nuestro país, y sobre el derrumbe educativo, no hay sino un paso muy corto. Si bien conforme a algunas encuestas el 80% de la población del país se siente tan asqueado como el que más por la conducta de su hipotético vocero, la impresión decididamente negativa dejada por Maradona permanecerá por mucho tiempo e incidirá de manera difusa en nuestra relación con el resto de la comunidad internacional.
Todos los gobiernos del mundo, incluyendo el encabezado por Cristina Fernández de Kirchner, procuran mejorar la imagen de sus respectivos países, razón por la que muchos gastan cantidades ingentes de dinero en sus esfuerzos por llamar la atención de los demás a las bellezas naturales del territorio nacional y a la calidad humana de la población, además, desde luego, del nivel educativo y de las oportunidades económicas disponibles. Por ser cuestión de algo subjetivo, hacerlo supone privilegiar detalles que en buena lógica carecen de importancia, de los que uno consiste en el comportamiento público de los ciudadanos más renombrados. Felizmente, hay centenares de argentinos que, por sus logros como escritores, músicos, artistas plásticos, académicos, funcionarios internacionales y también deportistas, contribuyen a dar prestigio a "la marca" argentina, pero por desgracia ninguno influye tanto como Maradona, un integrante estable del elenco de "celebridades" internacionales cuyos juicios, por estúpidos que sean, serán difundidos automáticamente por todos los medios gráficos y electrónicos del mundo globalizado. En la primera fase de la carrera en la que Maradona se hizo mundialmente famoso, sus hazañas aportaron brillo a la imagen nacional, pero a partir de entonces sólo se las ha arreglado para mancharla. Sería mejor, pues, que abandonara cuanto antes el puesto de director técnico que, a pesar de los malos resultados conseguidos, actualmente ocupa y que le da tanta visibilidad, pero parecería que por motivos poco claros cuenta con el apoyo del inefable Julio Grondona, el presidente eterno de la AFA que comparte el rencor incontrolable que siente el ex futbolista por el periodismo, de suerte que a menos que su salud lo traicione protagonizará más escándalos groseros de la clase a la que nos tiene acostumbrados.