A veces uno ríe por no llorar. Fue lo que me pasó hace algunos días cuando leí que se había "descubierto" una estafa en el Banco Provincia del Neuquén. Me dije "chocolate por la noticia" y recordé un episodio de un clásico del cine, "Casablanca".

En esa ciudad del entonces (Segunda Guerra Mundial) Marruecos francés manda un jefe policial del régimen pronazi del mariscal Petain, el capitán Renault (el actor, Claude Rains), un cínico simpático que se define a sí mismo como "un pobre funcionario corrupto" en un diálogo con Richard Blaine (Humphrey Bogart), protagonista del filme. Blaine es el dueño de Rick´s, un local nocturno donde hay una sala de juego a la que Renault "protege" a cambio de un sobre diario de "ganancias".

De visita en la ciudad, el mayor Strasser (Conrad Veidt), del ejército alemán, quien conoce antecedentes antifascistas de Blaine, debe soportar que una noche el público de Rick´s lo desafíe entonando La Marsellesa. Entonces, fuera de sí, le ordena a Renault que clausure el local de inmediato. Azorado, el policía le dice que no tiene ningún motivo legal para hacerlo, a lo que el alemán contesta "invéntelo". Resignado aunque aparatosamente, Renault transmite la orden a sus subordinados. Mientras la orquesta calla y el público se va, Rick pide explicaciones, a lo que, sin que se le mueva un músculo, Renault contesta -al tiempo que guarda en su bolsillo un sobre con las ganancias que le entrega un empleado del casino-: "Me he enterado de que aquí se juega".

Y bien, en Neuquén nos hemos enterado de que en el BPN hubo una estafa. Se han enterado también en el Ministerio de Gobierno y en el banco, bien porque leen este diario o porque lo lee para ellos la gente del Grupo Crear, contratada para eso. Pero, coherentes con una línea histórica de respeto al principio "El silencio es salud", nadie dijo nada.

El diputado provincial Ariel Kogan fue quien dio estado público a la noticia. Dos días después este diario publicó otra denuncia de Kogan. "Me huele a testaferros", dijo el legislador, con lo cual se refirió a un hedor que viene creciendo en Neuquén desde hace muchos años, a medida que los beneficiarios de grandes negocios con plata del Estado necesitan del encubrimiento de los "testa di ferro".

Kogan denunció una maniobra que es -leo lo publicado en este diario anteayer- "la que rodea a la ex bodega Lamberg". Se trata de la bodega de El Chañar que se llamaba Arquén, construida por la sociedad anónima Langber, cuyo presidente era Carlos Lombardi, un vecino de Cipolletti sin antecedentes empresariales.

El testaferro al que se refirió el legislador es un tal Carlos Merlino quien, en sociedad con Silvia Merlino, inscribió entre junio del 2002 y abril del 2003 unas veinte sociedades, Langber entre ellas, todas presididas por él. El negocio consiste en inscribir esas sociedades en registros oficiales y luego venderlas a quienes necesitan del anonimato. La noticia publicada anteayer dice que Merlino le transfirió Langber a Lombardi, quien poco después obtuvo en el Iadep un préstamo de 3.800.000 dólares destinados a financiar la compra de 180 hectáreas en El Chañar a La Inversora de Julio Viola (ahora asociado con el Grupo Eurnekian, concesionario del aeropuerto neuquino), la plantación de viñedos y la construcción de la bodega. Según Kogan, Lombardi no tiene actualmente "ni siquiera una cuenta bancaria, y en la AFIP figura en la categoría que engloba a astrólogos y lustrabotas".

Lombardi no tiene cuenta bancaria. A lo mejor sólo una de ahorros, pero de ser así no bastaría como demostración de que puede ser merecedor de un préstamo de 3.800.000 dólares. Pero Alfredo Esteves, hombre de Jorge Sobisch en su largo paso por la función pública, sí la tiene.

Se me preguntará, y con toda la razón del mundo, a santo de qué incorporo a Esteves en este relato cuyo principal protagonista es el mago Merlino. Porque este ex ministro de Empresas Públicas (en una de las cuales, el EPEN, trabajó Lombardi) contestó una vez a una consulta sobre su vínculo con Langber diciendo que ninguno y explicando que Lombardi era sólo un estimado amigo suyo.

No hay un solo documento (y si lo hay yo no lo he visto) demostrativo de que el ex funcionario y consecuente sobischista haya tenido ese vínculo. Sólo testigos, como el trabajador de un viñedo contiguo al de Langber que al ser preguntado sobre el propietario de esa plantación vecina dijo "Tévez" o un ingeniero relacionado con la construcción de la bodega Arquén, proyectada por el estudio de arquitectura Ibarroule, Aprea, Gradel. Un testimonio interesante fue el del comprador de Langber, Fernando Muñoz de Toro, quien al ser consultado sobre el vínculo de Esteves con el establecimiento vitivinícola contestó que no le constaba. Decir "no me consta" no es decir que sí y tampoco que no.

Tampoco habla a favor de la consistencia de la firma Langber un acta de "asamblea general ordinaria" de la sociedad de noviembre del 2004. Preside la asamblea Carlos Lombardi, quien dice que está representado en la reunión el cien por ciento del capital social. El tratamiento del orden del día se inicia con la designación de dos accionistas para firmar el acta. Los nombrados son Lombardi y Ana Rita Coccia (su esposa), lo que es aprobado por unanimidad por los accionistas (ellos dos). La "asamblea" aprueba todo y en el final hay dos firmas ilegibles que, uno supone, pertenecen al matrimonio langberiano.

Las artes de prestidigitación de Merlino aclaran algo. Es él quien, el 18 de junio de 2002, aparece en el Boletín Oficial, junto con Silvia, como fundador de Langber, firma que transfirió el 13 de julio siguiente a Lom- bardi.

Lo llamativo es que ocho días antes el Boletín publicaba que Merlino había tocado con su varita al Grupo Latinsur SA, el mismo que después este diario descubriría como aparente propietario del campo pampeano La Mota, cuyo propietario verdadero sería Luis Manganaro. Y, por si eso fuera poco, en julio aparecía otra creación de Merlino: Compañía Meridiana SA, dueña de otro campo contiguo a La Mota, que también sería de Manganaro. Las dos sociedades con un mismo domicilio, en Suipacha 190, piso 9, oficina 907, de la ciudad de Buenos Aires. Allí fue "Río Negro" una vez y no encontró a nadie. Como mago que es, Merlino aparece y desaparece, aparece y desaparece.

JORGE GADANO
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