Puede que sea natural que las vicisitudes de la lucha por cuotas de poder que están librando el gobierno kirchnerista, agrupaciones opositoras y distintos sectores que podrían calificarse de corporativos hayan acaparado la atención de los interesados en el interminable drama político nacional, pero convendría que los protagonistas se preocuparan más por el descenso continuo de la Argentina en virtualmente todos los rankings internacionales. En efecto, pocas semanas transcurren sin que entidades privadas u organismos como el vinculado con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) nos recuerden que en comparación con otros países el nuestro está perdiendo terreno económica y socialmente. Parecería que el único ámbito en que a juicio de las organizaciones internacionales la Argentina está subiendo es el relacionado con la corrupción: de acuerdo común, cuando de aprovechar los cargos para enriquecerse se trata, nuestros funcionarios están en condiciones de competir con los más creativos del planeta.

Que, como se informó hace poco, los resultados de nuestro sistema educativo ya sean considerados mediocres incluso en el nada exigente contexto latinoamericano no es sorprendente; lo que sí debería serlo es la incapacidad evidente de la sociedad para reaccionar con el vigor necesario para revertir una tendencia que, de prolongarse mucho más, nos asegurará un futuro signado por la pobreza generalizada. Asimismo, las deficiencias patentes de un "modelo" económico que, lejos de estimular las inversiones productivas, propende a expulsarlas -razón por la que nos encontramos en la parte inferior de los rankings difundidos por quienes procuran medir el clima de negocios imperante-, sólo motivan indiferencia entre gobernantes que dan por descontado que nuestro desempeño decididamente pobre se debe más a los prejuicios ideológicos de los responsables de analizar los datos disponibles que a la realidad concreta.

Todos los intentos de comparar la calidad de vida alcanzada por los habitantes de los países que conforman la "comunidad internacional" son criticables, ya que siempre pasan por alto factores que para muchos serían decisivos, como el clima y el aislamiento lingüístico en los casos de países como Noruega e Islandia, que con regularidad lideran las tablas de posición del PNUD. Con todo, es desalentador que cuando del "desarrollo humano" se trata, ya no ocupamos el primer lugar en el ranking regional, puesto en que se ha ubicado Chile, mientras que Uruguay y hasta Cuba nos están pisando los talones. El índice correspondiente se basa en datos presuntamente concretos sobre la esperanza de vida al nacer, la salud, la tasa de alfabetización y el ingreso per cápita. Por lo demás, el buen desempeño de Cuba, un país regido por una dictadura izquierdista represiva, es prueba suficiente de que quienes elaboraron el informe no se dejaron influir por prejuicios "liberales". De todos modos, sólo es cuestión de una muestra más de la percepción universal, una que es plenamente compartida por el grueso de los habitantes de la Argentina, de que en los últimos años la calidad de vida nacional se ha deteriorado no a causa de los contratiempos económicos -los que, al fin y al cabo, desde hace más de un año han sido igualmente negativos en casi todos los países del mundo- sino de la voluntad de casi todos los integrantes de la clase política de dar prioridad a las internas de su propia facción o, si ya la dominan, a su relación con el matrimonio santacruceño gobernante.

Una consecuencia de la escala de valores así supuesta es que demasiados dirigentes están mucho más interesados en aprovechar oportunidades para hacer más atractiva su propia imagen o la del movimiento en que militan que en impulsar medidas que, andando el tiempo, podrían servir para mejorar el estándar de vida de sus compatriotas. Como a los Kirchner mismos, sólo les importa el impacto inmediato de sus declaraciones o de las medidas que anuncian; lo que suceda después los tiene sin cuidado. El cortoplacismo enfermizo así supuesto está en la raíz de un proceso de deterioro que continuará hasta que con escasas excepciones los dirigentes municipales, provinciales y nacionales entiendan que la política ha de ser una actividad no meramente publicitaria sino también práctica.