Sábado 10 de Octubre de 2009 Edicion impresa pag. 35 > Deportes
90 minutos cruciales
Argentina se la juega ante Perú en medio de un clima muy tenso. Diego vuelve al 4-3-1-2 y apuesta por la sociedad Aimar-Messi. Jonás, Emiliano Insúa, Schiavi y Pérez, las cartas inesperadas.

BUENOS AIRES (Sebastián Busader, enviado especial).- Las horas que vendrán serán trascendentales para el fútbol argentino. Se siente en los bulliciosos y pesimistas pasillos del edificio de la AFA, se vive con inquietante efervescencia en el predio donde ayer entrenó el seleccionado bajo siete llaves. Parece mentira, pero el equipo de Diego Maradona se enfrentará esta tarde-noche ante una parada decisiva contra un Perú que se asemeja a un equipo casi amateur y que está último cómodo en las Eliminatorias, pero que así y todo suena a amenaza.

Sólo un conjunto se juega cosas importante en este compromiso que se disputará en un Monumental colmado y expectante. Argentina llega acuciada por las carencias futbolística (está quinta y hoy va a repechaje) y golpeada por la lucha encarnizada entre sus conductores. De nada le sirvió a Maradona desmentir la chance de una renuncia inminente después de aquel "si sigo, será con mis condiciones", directo cross a la nariz de Carlos Bilardo.

El seleccionado volverá al 4-3-1-2 con el que empezó este ciclo antes del portazo de un JR Riquelme que aún mueve la estructura. Para este regreso al viejo esquema, Maradona eligió a un amigo de Román: Pablo Aimar que ya no es Pablito, tiene casi 30 años, juega bastante bien en una liga menor como la portuguesa y no se vestía de albiceleste desde la Copa América de 2007, tras la paliza de Brasil.

Como una teoría comprobada, en el cuerpo técnico entienden que la clave del éxito está en que Lionel Messi sea el que gozan los españoles. Aquí entra Aimar, con el que la Pulga dice tener una afinidad futbolística que por ahora no reflejan los números: compartieron sólo 13 partidos en cancha, nunca más de 30´, jamás en un mismo cotejo ambos fueron titulares. Así y todo, está claro que están templados de similar manera, que ven el fútbol desde la velocidad y la verticalidad, y que el Payaso, lejos del vedettismo, asumirá ser el complemento de Lio.

La gran disputa dialéctica por estos días (viene de meses, en realidad) es si Messi puede ser un líder futbolístico. Maradona, por sus últimos movimientos, entiende que la mejor forma de hacerlo explotar es rodeándolo con jugadores con los que se siente cómodo. Proponerlo como la puntada final. Porque Lionel es una daga que se desafila a medida que retrocede en el campo, como sucedió en partidos como ante Bolivia, Ecuador y Paraguay.

"Vamos a ganar, pero seguro con algo de sufrimiento", sugiere bajo su gorra de River Carlos Braulio, un muchachito de 17 años que como los cientos que pululan en cercanías del estadio en busca de una entrada, se esperanza con la conexión Aimar-Messi-Higuaín.

En el Monumental no hay histeria, sí la ilusión de ver otra vez al Payaso y de reencontrarse con un Pipita cambiado, maduro, triunfador en el Primer Mundo. Hay otras posturas: "Nos va a salvar Martín (Palermo) en el segundo tiempo), carcajea el Titán desde la remera de Augusto, hincha de Boca. Las chances de Palermo eran sostenidas por el clamor popular después de sus goles ante Ghana y Vélez, pero en estos días conformó más el del Real Madrid.

El grueso de los hinchas no confía en Diego como DT, una sensación que se potencia en los medios de comunicación. Esta vez no estará en cancha como en aquella eliminatoria para el Mundial 86, cuando los héroes fueron Passarella y Gareca, pero igual los ojos inquisidores se posarán sobre su desgastada figura.

Maradona puso en juego su leyenda y esta partida decisiva la afrontará con algunas cartas inesperadas: Jonás Gutiérrez y Emiliano Insúa de laterales, Rolando Schiavi de primer central y Enzo Pérez y Di María como carrileros.

¿Puedo dar Perú un batacazo como el del 69, que logró empatar en La Bombonera y privar a la Argentina de viajar a Brasil 70? Es poco probable, aunque no hay que perder de vista la peligrosidad que poseen los que no tienen nada para perder.

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