Pocos se sintieron impresionados cuando, hace un año, la Argentina y Brasil decidieron dejar de usar el dólar estadounidense para el intercambio bilateral, pero la reacción fue un tanto diferente cuando la semana pasada se difundió la versión de que los líderes de China, Francia, Rusia, Japón y algunos emiratos petroleros creían que les convendría ver reemplazada la divisa de la superpotencia por una confeccionada por una canasta de monedas de las que el euro sería la más importante. Como entienden muy bien no sólo los europeos y los chinos sino también los norteamericanos, el eventual destronamiento del dólar significaría mucho más que una reforma acaso necesaria de un sistema financiero mundial que se ve agitado repetidamente por las fluctuaciones violentas que suelen ocurrir en los mercados cambiarios.
La primacía prolongada del dólar ha sido el reflejo más visible del poder mundial de Estados Unidos. Antes, la divisa reina había sido la libra esterlina, pero al desmoronarse el Imperio Británico su rol fue tomado por la de su sucesor como país rector. Si bien en la actualidad no hay ningún candidato firme para tomar el relevo de Estados Unidos, razón por la que no se habla del euro o el yuan sino de una moneda de reserva virtual, es evidente que a juicio de muchos la hegemonía estadounidense tiene los días contados.
Por ahora sólo se trata de una percepción, cuando no de una expresión de deseos. A pesar de sus muchos problemas, Estados Unidos sigue siendo por un margen muy amplio el país más rico y sus fuerzas armadas son las únicas que están en condiciones de "proyectar poder" a cada rincón del planeta. Sin embargo, parecería que las elites norteamericanas mismas han perdido confianza en su propio destino, que no se creen capaces de seguir soportando el peso que les supone la hegemonía y que por lo tanto están buscando el modo de trasladarla a otros. Según los conservadores norteamericanos, el gran culpable de este estado de cosas es el presidente Barack Obama, que desde su asunción en enero viaja por el mundo pidiendo perdón por lo hecho por sus antecesores, pero no es convincente atribuir lo que está ocurriendo a nada más que las opiniones de un solo hombre o de las personas que lo rodean. La actitud modesta y dubitativa asumida por Obama es un síntoma del cansancio que siente una alta proporción de sus compatriotas ante las responsabilidades que, les guste o no les guste, tiene que asumir el país más fuerte de turno aunque sólo fuera porque la alternativa sería el caos. Quieren que su país sea a un tiempo el más poderoso y el más amado, lo que, por supuesto, es imposible.
La sensación de que Estados Unidos se ha debilitado acaso irremediablemente y que de ahora en adelante se concentrará en replegarse, siguiendo así el camino que tomó el Reino Unido casi un siglo antes, ya está teniendo repercusiones alarmantes. Una consiste en el avance constante del programa nuclear de la teocracia iraní que amenaza con transformar el Medio Oriente en un infierno. Otra es el resurgimiento de los talibán en Afganistán y el activismo de los guerreros santos en el vecino Pakistán, una potencia nuclear que en cualquier momento podría entregarse a la anarquía.
Aunque las pérdidas sufridas por la fuerza expedicionaria norteamericana en Afganistán han sido menores en comparación con las que fueron rutinarias en Vietnam -e incluso con las bajas provocadas por accidentes o enfermedades en aquellas unidades del ejército que nunca se acercaron al campo de batalla-, crece en Estados Unidos la influencia de quienes insisten en que son demasiado elevados los costos económicos y humanos de lo que conforme a las pautas tradicionales debería considerarse un operativo policial y que por lo tanto sería mejor que "los muchachos" volvieran a casa. Si ello ocurriera y como consecuencia de ello Afganistán cayera en manos de fanáticos religiosos, el golpe al prestigio de Estados Unidos sería aún más brutal que el asestado por la derrota en Vietnam. En la cincuentena de países de mayoría musulmana, en África y América Latina se propagaría en seguida la convicción de que es inútil depender de los norteamericanos ya que tarde o temprano buscarán un pretexto para abandonar a su suerte a quienes cometan el error de aliarse con ellos. Dijo hace tiempo el arabista británico Bernard Lewis, un hombre de gran influencia en Estados Unidos, que en buena parte del mundo la experiencia había demostrado que la superpotencia "es inofensiva como enemigo y traidora como amigo".
Para un país poderoso, combinar la firmeza con la benignidad nunca es fácil. Luego de años en que Estados Unidos fue acusado hasta por sus presuntos amigos de actuar con arrogancia excesiva, a Obama y sus consejeros les resultó muy tentador procurar cambiar la imagen antipática así supuesta proclamándose dispuestos a charlar amable y constructivamente con los líderes de los regímenes de países como Irán, Corea del Norte y Cuba, además de los jefes de bandas terroristas, ofreciéndoles concesiones con la esperanza de que aceptaran colaborar con los esfuerzos norteamericanos por hacer del mundo un lugar más tranquilo y menos peligroso, pero sería un auténtico milagro que la estrategia así intentada produjera los frutos deseados. Por el contrario, al brindar a los ambiciosos más oportunidades para acercarse a sus metas, aumentaría el riesgo de que estallaran conflictos devastadores entre los comprometidos con objetivos que son mutuamente incompatibles. Asimismo, a muchos que han elegido archivar fantasías geopolíticas por entender que no les sería dado concretarlas, se les ocurrirá que acaso no sean tan exageradas como habían supuesto. Será por eso que hace poco el primer ministro turco, Recep Tayvip Erdogan, afirmó que lo que quiere hacer es "restaurar el poderío del Imperio Otomano".
Desde hace miles de años, la sensación de que por fin un imperio largamente hegemónico se batía en retirada siempre ha dado lugar a una lucha sin cuartel entre los interesados en llenar el vacío. ¿Existen motivos para suponer que en esta ocasión el resultado no será una etapa acaso larga de anarquía sanguinaria sino un período de paz, armonía, negociaciones fructíferas y respeto mutuo? Puesto que no los hay, hasta los más críticos de las pretensiones norteamericanas deberían de sentirse preocupados si resulta que Estados Unidos, abrumado por sus problemas económicos y angustiado por su mala imagen internacional, realmente ha optado por tirar la toalla.
JAMES NEILSON