Aunque a esta altura pocos incluirían a Elisa Carrió en su lista de presidenciables, la diputada electa sigue siendo el miembro más interesante del elenco político nacional. Lo confirmó el viernes pasado cuando volvió al escenario luego de una ausencia de varios meses en que se tomó vacaciones y después tuvo que recuperarse de una dolencia cervical. Lejos de perjudicarla, parecería que el no haber participado de los debates furiosos pero no muy esclarecedores en torno a la ley de medios y otros asuntos la ayudó, ya que los demás opositores no supieron llenar el espacio que les había dejado. El malestar ocasionado por el hiperactivismo de los Kirchner, los que a partir de las elecciones legislativas del 28 de junio pasado están procurando aprovechar la mayoría casi automática en el Congreso que conservarán hasta el 10 de diciembre, y por la desorientación de una oposición fragmentada que no ha sabido cómo reaccionar frente a la contraofensiva oficialista, aseguró que el regreso de Carrió fuera un acontecimiento importante.

Al lanzar el nuevo partido que ha formado fusionando sus dos creaciones anteriores, el ARI y la Coalición Cívica, Carrió precisó su estrategia para los más de dos años que nos separan de la fecha fijada para las próximas elecciones presidenciales. A su entender, sería muy peligroso que la oposición asumiera una postura rupturista porque la experiencia debería haberle enseñado que es mejor tener paciencia que caer en la ilusión de que, por ser tan malo un gobierno que a pesar de sus deficiencias sea constitucionalmente legítimo, no hay más alternativa que la de derribarlo para hacer borrón y cuenta nueva. En principio, Carrió tiene razón, pero ocurre que en la actualidad los "destituyentes" principales no se encuentran en las filas opositoras sino en los alrededores de la Casa Rosada donde con frecuencia se habla de la posibilidad de que si los Kirchner se sintieran jaqueados por un Congreso hostil podrían optar por "tirarle el gobierno" al vicepresidente Julio Cobos con la esperanza de que la crisis resultante les permitiera volver en triunfo. Sea como fuere, a juicio de los familiarizados con el pensamiento de Carrió, los blancos de sus advertencias eran Cobos y el ex presidente interino Eduardo Duhalde, a los que aludió indirectamente al despotricar contra "la desesperación de quienes después de haber construido monstruos, haber acompañado a los monstruos, ahora se desesperan porque existen los monstruos".

Carrió quiere que la Coalición Cívica-ARI conforme el núcleo de la oposición progresista al kirchnerismo y que, en alianza con la UCR en el contexto del Acuerdo Cívico y Social, consiga consolidarse como la única alternativa convincente al peronismo. Asimismo, supone que al comenzar a sesionar el Congreso renovado, se trasladará el centro de gravedad de la política nacional desde el Poder Ejecutivo hacia el Legislativo. Se trata de una idea que muchos comparten, pero sería poco probable que los Kirchner, habituados como están a un estilo monárquico o, si se prefiere, caudillesco de gobierno, se resignaran tan fácilmente a que los legisladores desempeñaran un papel protagónico. Por lo demás, no hay ninguna garantía de que la ciudadanía esté dispuesta a hacer gala de la paciencia reclamada por Carrió. Si los Kirchner insistieran en tomar medidas provocativas so pretexto de estar "profundizando el modelo" o si la situación económica local se deteriorara mientras que el resto de la región disfrutara de un período de crecimiento, podrían producirse episodios que modificarían drásticamente el panorama político nacional. Según Carrió, la Argentina "sufre de humillación" debido al accionar del gobierno kirchnerista pero la salida de la situación nada agradable así supuesta tendrá que surgir de "la resistencia ardua, pacífica y democrática". La recomendación que acaba de formular la dirigente sonaría más convincente si hubiera motivos para suponer que todos, en especial la presidenta, su esposo y sus partidarios más vehementes, aceptarían respetar las mismas reglas de juego pero, por desgracia, es poco probable que se dejen influir por el colapso de su propia popularidad o por la llegada al Congreso de opositores resueltos a obligarlos a comportarse como gobernantes democráticos normales.