La designación de Río de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos 2016 es para nosotros, los argentinos, una noticia de sabor agridulce.

Viscerales como somos, los sentimientos de envidia y de vergüenza afloran espontáneamente.

Las reacciones son así, primitivas, rústicas, epidérmicas. No resisten un filtro de lógica ni un análisis de escritorio. No clasifican como envidia sana, vergüenza propia u orgullo ajeno. Se sienten y punto.

Por ello, cuando desde Copenhague el presidente del COI Jacques Rogge mostró el cartón que otorgaba los anillos olímpicos a la ciudad carioca, dibujamos en nuestro semblante una sonrisa y tragamos saliva.

¿Cómo es posible que Brasil se haya posicionado por encima de Madrid con Zapatero, Rajoy, Nadal y Cía., de Chicago con los Obama a la cabeza y de la megatecnológica Tokio?

¿Cómo es factible que un país, que en buena parte de su geografía todavía hoy sufre pobreza, hambre, enfermedades e inseguridad, se catapulte hacia la cúspide del firmamento internacional?

Pues bien, mal que nos pese Brasil tiene una larga historia deportiva que lo respalda. El pentacampeonato mundial de fútbol, sus reiterados campeonatos mundiales de voley, sus respetables equipos de básquet, balonmano y sus individualidades en natación, gimnasia y atletismo hablan de un pueblo que transpira en sus ciudades, y sobre todo en sus playas, litros de sudor deportivo.

Más sería ingenuo razonar que tal argumento por sí solo pudiera resultar suficientemente convincente para la concesión olímpica.

Mas si faltaban fundamentos de peso para que el mapamundi parara su giro en Brasil, éstos fueron dados por el presidente Lula Da Silva en su magnífico alegato ante el COI.

En un tono calmo pero a su vez enfático, sostuvo que debía corregirse el "desequilibro" geográfico en la concesión de los Juegos Olímpicos, porque éstos pertenecen "a todos los pueblos y continentes, a la humanidad entera".

En un discurso inclusivo -que demuestra su cintura diplomática- remarcó: "Nuestra candidatura no es sólo nuestra, también de toda América del Sur, de 400 millones de personas, entre ellos 180 millones de jóvenes". Para rematar dijo que ha llegado "la hora de Río, la única entre las diez principales economías del mundo que nunca ha tenido unos Juegos" y recordó que "América del Sur es, junto con África, el único continente que jamás ha acogido la máxima cita deportiva mundial".

Lo hecho por este ex tornero mecánico, el menor de una familia pobre de siete hijos, quien de pequeño vendió maní y naranjas y quien conoció a su padre a los cinco años calificándolo como "un pozo de ignorancia", es digno del mayor elogio.

La reciente cumbre de Pittsburgh del G20 ha reconocido la importancia de Brasil como país emergente y su capacidad para salir de la crisis. El notable flujo comercial experimentado con Asia -en particular con China-, las exploraciones hidrocarburíferas y la potencialidad del vasto territorio en la generación de alimentos perfilan al gigante sudamericano como una próxima potencia a nivel mundial.

A ello debe sumarse la aguda visión para ver en el deporte un vehículo de desarrollo. El Mundial de Fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos 2016, además de un excelente negocio, dejarán en Brasil una infraestructura edilicia , de seguridad y comunicacional única en la región. Ya por estas horas, y como muestra de ello, se habla de la construcción de un servicio de metro y de la ampliación del aeropuerto de Río de Janeiro.

Puertas adentro, además, la población tiene una enorme ilusión motorizada por el deporte, por la vida sana, por los posibles logros a alcanzar, elementos que potenciarán indudablemente a sus próximas generaciones.

Más allá de lo expuesto, quizás el aspecto que más "celo" nos genere es que Brasil ha encontrado un proyecto a seguir, una causa común, una esperanza compartida para que cada brasileño tire del carro de todos los días.

Y en el bueno de Lula ha hallado un presidente que representa a todos -postuló a Río de Janeiro siendo paulista de adopción-, que no confronta innecesariamente y que no pierde su tiempo en cuestiones menores -recordemos su inocultable fastidio frente a la novela Uribe-Chávez en la Cumbre del Unasur- .

El lema de la bandera "Ordem e Progresso", inspirado en el positivismo de Auguste Comte: "El amor por principio, el orden por base, el progreso por fin", podrá flamear airoso por estos días en las tierras del Brasil.

MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)
Especial para "Río Negro"

(*) Abogado. Profesor Nacional de Educación Física. marceloangriman@ciudad.com.ar