Las ofensas sexuales, abusos y violaciones derivan en los intereses de la gente hacia las víctimas y hacia los autores o perpetradores. Sin embargo, no son estos elementos aislados los que permitirían comprender el fenómeno sino que una visión más integral u holística es la que podría ayudarnos a visualizar primero la totalidad de la problemática para luego intentar alguna intervención con posibilidades de éxito.
La popularización de los conceptos jurídicos o de exclusivo uso judicial ha determinado el encapsulamiento o cris-talización de los casos en un "hecho", escamoteando partes de la realidad que pertenecen al epifenómeno del abuso sexual.
El término "abuso sexual" es una figura jurídica precisa y de límites acotados que se refiere a un tipo de delito específico y/o hechos concretos; no es un término de uso sanitario o psicopatológico y carece de la proyección en la historia vital y social de quien lo padece.
En estos casos tampoco son las mortificaciones físicas las de mayor significación o trascendencia, pues las lesiones físicas sanan en breve tiempo, la mayoría de las veces sin dejar secuelas.
Los trastornos más severos que acarrea el abuso son de orden psicológico y/o psicosocial y acompañan a las personas que lo viven a lo largo de toda su vida a partir del momento en que se inicia. Constituye una situación traumática, psicopatológicamente bien definida.
Los hechos que podrían constituir un "abuso sexual" son y deben ser considerados de diversa manera. Así, en tanto se trata de una problemática humana, incluye una dinámica que lo constituye en un proceso con antecedentes y consecuentes, en el que por lo general participan varios actores, circunstanciados por el tiempo y el lugar.
Muchas veces, atrapados por la monstruosidad de los hechos develados, se deja de ver la pléyade de circunstancias que rodean los casos, sin las cuales no habrían sucedido; pero lo que es peor, aun se inhibe la posibilidad de prevenir situaciones consecutivas.
Los actores dentro de este proceso se hallan involucrados de distinta manera, pero todos ellos son partícipes necesarios en la concreción de los actos.
La tendencia a pensar que los casos de abuso sexual son pocos o raros resulta de una negación de la realidad que tiene por objeto liquidar la angustia que estos hechos producen. Lo cierto es que las estadísticas demuestran que uno de cada cinco niños o niñas es abusado sexualmente antes de los 18 años
Estas consideraciones determinan la necesidad de un enfoque interdisciplinario sobre el problema, donde lo cultural, lo educativo y lo político-social resultan relevantes.
Agresores, ofensores, abusadores, violadores
La gran cantidad de términos utilizados para nombrar a las personas que realizan acciones que perturban la sexualidad ajena no expresa las dificultades que existen para hacer una clasificación de ellas. Porque no son sinónimos y tampoco abarcan todo el espectro del fenómeno. Estas dificultades se transfieren a las clasificaciones de los actores de dichos comportamientos. Las categorías resultantes implican siempre un enfoque o visión particular del perpetrador, sin alcanzar nunca la precisión descriptiva necesaria para fundar una tipología.
Las teorías psicodinámicas de la personalidad tampoco han resultado eficientes para brindar un cuadro preciso del perfil del violador. Un primer intento en este sentido fue realizado en Estados Unidos por Cohen y colaboradores, quienes concretaron una clasificación de los violadores según sus motivaciones. Diez años después, Groth Burgues y colaboradores establecieron una nueva clasificación considerando tres factores siempre presentes en los casos de violación: poder, ira y sexualidad. Ninguno de estos estudios logró establecer las características específicas de una supuesta "personalidad del violador".
Un intento más actual y más positivo sobre el particular remite a la construcción de perfiles multimodales.
Éstos consideran varios modos comunes dentro de colecciones de comportamientos populares y agrupan, en clases, a los individuos que presentan una serie determinada de esas conductas, al margen de otras posibles. De todos modos, tampoco en este caso se han podido establecer perfiles precisos para describir a los agresores sexuales. No se lograron establecer perfiles discriminatorios que permitieran diferenciar entre los agresores y personas comunes, aun cuando las exploraciones se realizaron con técnicas tan reputadas de alto valor diagnóstico como el MMPI, que resultó en rotundo fracaso.
Hoy en día las clasificaciones que se consideran de mayor utilidad derivan de la acumulada experiencia de los profesionales actuantes; son producto del método clínico, empírico, de uso práctico. El relevamiento de datos se realiza dentro de una muestra heterogénea que representa todos los estratos y condiciones de la sociedad.
Hasta hace poco tiempo se suponía que los agresores sexuales debían presentar alguna característica sobresaliente que los diferenciara del resto de la gente, recalando sobre personas marginales, adictos, "viejos verdes", "locos", hombres solitarios, pobres, desconocidos o de cualquier otra condición, sobre las que el imaginario colectivo pudiera depositar sus fantasías persecutorias.
El estudio de casos y su tratamiento estadístico han demostrado claramente que ninguno de estos prejuicios resulta necesariamente verdadero; es decir: se trata de mitos carentes de conexión causal con los hechos de agresión sexual. De hecho, la gran mayoría de los agresores sexuales son personas que no se caracterizan por llamar demasiado la atención en ningún aspecto; son lo que llamamos personas comunes y corrientes, adaptadas al entorno al cual pertenecen y no se diferencian por nada particular de cualquier otro miembro de su comu-nidad.
La florida colección de delincuentes sexuales incluye, en abundante número, hombres de negocios, tutores, instructores, respetables padres de familia, parientes, educadores, religiosos, trabajadores comunes, servidores públicos, amigos y conocidos, etcétera, etcétera.
En la ciudad de La Plata, en el refugio para mujeres víctimas "María Pueblo", se utilizan dos conceptos de alto valor práctico que permiten diferenciar abusadores de violadores. Considera que los abusadores se caracterizan por pertenecer al entorno de la víctima, generar una red de intimidación, seducción o engaño; los actos que perpetran persiguen el placer sexual y no siempre está presente la violencia física. En tanto, los violadores mantienen lo más alejado posible su comportamiento abusivo del resto de las actividades de su vida; suelen ser desconocidos, desean someter a su víctima y siempre apelan a la violencia. La búsqueda del placer sexual no es para ellos lo significativo sino el afán de dominio y poder total sobre el otro. Son personas inmaduras afectivamente, inseguras, que necesitan la aprobación de los demás; son proclives a la agresividad y poseen baja tolerancia a la frustración.
Dentro de estas dos grandes categorías pueden discriminarse aún otras subcategorías que van particularizando cada vez más las descripciones. Por ejemplo, en el grupo de violadores puede considerarse una subcategoría que incluya a aquellos que aparte de violar matan. U otra para los violadores impulsivos y los violadores seriales, de los cuales los impulsivos serían aquellos que aprovechan la oportunidad para violar en el transcurso de otros hechos delictivos en tanto que los seriales serían los que perpetran violaciones a manera de ritual, repitiendo lugares, horarios y signos.
En determinadas circunstancias, técnicamente, puede utilizarse otra clasificación que considera a los agresores sexuales como pertenecientes a dos grandes grupos: los abusadores situacionales y los abusadores preferenciales, perteneciendo a los primeros aquel que tiende a concretar el delito sexual en ocasión de una oportunidad, en tanto que en el segundo grupo se ubica a los llamados paidófilos o personas cuyo objeto sexual de preferencia son los niños.
Esta categorización se relaciona con la anterior, porque tanto los abusadores situacionales como los preferenciales pueden ser abusadores o violadores.
Los trastornos mentales que podrían estar vinculados a estos delitos nunca son determinantes de ellos y las personas que los padecen constituyen una verdadera rareza dentro de la extrema supremacía que presentan los perpetradores habituales.
Prevenir el abuso (sexual) implica: conocer las circunstancias y actores que participan de ese proceso y reconocer las situaciones de riesgo a fin de evitarlas, ya que los perpetradores, hasta ahora, son unos más entre nosotros.
OSCAR BENÍTEZ (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Psicólogo. Bariloche obenitez@jusrionegro.gov.ar