"Es un espectáculo poco amable: cientos de aves marinas, alas desplegadas y chillido estridente, las gaviotas cocineras se abalanzan sobre las ballenas y sus crías que nadan cerca de la costa y las pican con violencia para alimentarse de su grasa y su piel. Ante el ataque, estas moles de unos 40 mil kilos se sumergen y se dan a la huida. Pero el daño está hecho: según el Centro Nacional Patagónico, el número de cetáceos con lesiones en la piel se triplicó en la última década".
La descripción la realizó la periodista Valeria Perasso, de la BBC, en un artículo sobre la situación que se vive cada vez con mayor frecuencia en cercanías de Puerto Madryn.
"Hay informes científicos que dan la voz de alerta: según especialistas en fauna atlántica, estos mamíferos podrían migrar hacia las costas uruguayas, donde cada año se divisan más ejemplares con heridas en el lomo. Y el daño de la guerra perdida de las ballenas contra las gaviotas no sería sólo medioambiental: afectaría profundamente a la economía regional", dice.
La convivencia imposible entre gaviotas y ballenas es un fenómeno nuevo, y los científicos tienen una explicación: en los últimos años, la población de estas aves marinas ha crecido desproporcionadamente por el aumento en la oferta de alimento.
Glotonas por definición, las gaviotas obtienen la comida de los basurales a cielo abierto que han proliferado en las ciudades costeras de Chubut. Eso les permite reproducirse a gran velocidad e insistir con el hábito aprendido de picar a las ballenas. Los científicos señalan que no hay evidencias concluyentes de que las ballenas vayan a emigrar en masa. Para evitarlo, las autoridades estudian una medida de emergencia: intervenir en el medioambiente para reducir la población de 11 mil gaviotas, matándolas directamente o introduciendo un predador que controle su reproducción desmedida.