Para un conjunto abigarrado de intelectuales y celebridades, es francamente escandaloso que la policía suiza haya detenido a Roman Polanski a pedido de la Justicia norteamericana justo cuando el cineasta renombrado estaba por recibir un premio por su obra. No bien se difundió la noticia, personajes como Woody Allen, Bernard Henri Levy, Pedro Almodóvar y otros, muchos otros, manifestaron su profunda indignación por lo sucedido y reclamaron la liberación inmediata del violador de una niña de trece años a la que había drogado, afirmando que se trataba de un nuevo ejemplo del poder siniestro del malsano puritanismo yanqui. Por su parte, el ministro de Cultura francés, Fréderic Mitterrand, dijo que el arresto de Polanski fue algo "absolutamente espantoso" por ser consecuencia de "una vieja historia que no tiene sentido", pero que al menos sirvió para recordarnos que Estados Unidos tiene un lado "aterrador".
Por un rato, pareció que Polanski tenía asegurada la solidaridad de la intelectualidad mundial y el grueso de la clase política europea, pero al darse cuenta de que gente más humilde no compartía del todo la opinión de la elite indignada, el gobierno francés modificó su postura. Incluso Mitterrand se sintió obligado a decir que ser un gran cineasta o una celebridad "no lo coloca por encima de las leyes". Asimismo, luego de pensarlo, algunos progresistas emblemáticos en Europa y Estados Unidos señalaron que lo que hizo Polanski fue realmente espantoso y que, si bien ya han transcurrido 31 años desde que se le ocurrió violar brutalmente a una menor, esto no quiere decir que merezca la compasión ajena. Señalaron que de ser cuestión de un trabajador, un empresario común, un militar o un político, para no hablar de un cura católico, muy pocos acudirían en su defensa.
Francia no permite la extradición de sus propios ciudadanos, pero puesto que Polanski fue detenido en Suiza no hay mucho que a esta altura el gobierno del siempre combativo presidente Nicolas Sarkozy pueda hacer para ayudarlo sin provocar un incidente diplomático de proporciones del que saldría malparado. Es que lo más llamativo de este episodio no ha sido la detención en Suiza de Polanski sino la voluntad de muchas personas influyentes, algunas de gran prestigio intelectual, de cerrar filas detrás de un individuo que es culpable de un crimen vergonzoso. Al fin y al cabo, no cabe duda alguna de que Polanski sí violó a la menor Samantha Geimer en la casa de otra celebridad, el actor Jack Nicholson, pero hombres y mujeres que no vacilarían en pedir un castigo ejemplarizador para un delincuente sexual cualquiera claramente creen que, por tratarse de un artista talentoso, el francopolaco merece ser perdonado por el gobierno de Estados Unidos.
Pues bien: desde que hace más de un siglo el caso Dreyfus dividió la sociedad francesa entre partidarios de la justicia y una mayoría enferma de antisemitismo, quienes integran la clase de personas que está pidiendo la liberación inmediata de Polanski suelen creerse mucho más esclarecidos y por lo tanto más progresistas que los demás, razón por la que raramente dejan pasar una oportunidad para lamentar la propensión de gente menos ilustrada a respaldar a políticos que a su juicio son reaccionarios despreciables. Sin embargo, en esta ocasión la colectividad así supuesta se las ha arreglado para asumir una posición que es claramente elitista y por lo tanto incompatible con su prédica supuestamente igualitaria al dar por descontado que uno de los suyos debería estar más allá del alcance de la Justicia, lo que no puede sino contribuir a desprestigiarla
Puesto que en muchas partes del mundo occidental es habitual escuchar con respeto las opiniones de cineastas, actores y literatos sobre la actualidad política, económica y social, y debido a la conciencia de que están tan proclives como el que más a privilegiar sus propios intereses corporativos, no sorprendería que se ampliara todavía más la brecha que los separa de la "gente común". De ser así, continuará el "giro a la derecha" que a juzgar por los resultados electorales de los meses últimos está cambiando el panorama político de Europa y, al caer con rapidez el índice de aprobación del hasta hace poco idolatrado presidente Barack Obama, el de Estados Unidos también.
Tanto en Europa como Estados Unidos la sensación de que las elites mediáticas, académicas y artísticas se han alejado tanto de la mayoría de sus compatriotas que sería mejor dejar de prestarles atención se ha intensificado mucho últimamente debido a su apoyo al "multiculturalismo", o sea la tesis de que todas las culturas son igualmente valiosas y que sólo un xenófobo protestaría contra la inmigración masiva de personas que no tienen el menor interés en adaptarse a las costumbres de sus anfitriones. Asimismo, se teme que merced al pacifismo automático de tales elites, cuyos puntos de vista están compartidos por muchos políticos, los países occidentales no estén en condiciones de enfrentar los desafíos planteados por quienes se proclaman resueltos a destruirlos. Durante buena parte del siglo XX, los intelectuales y sus seguidores de la farándula se concentraron tanto en criticar sus propias sociedades que muchos minimizaron los horrores del totalitarismo comunista; parecería que en el actual muchos están igualmente decididos a protestar contra medidas destinadas a mantener a raya el fanatismo clerical islamista, dando a entender que sólo es cuestión de un cuco inventado por belicistas incorregibles.
El apoyo instintivo de tantas lumbreras progresistas a Polanski incidirá en la evolución política de Europa porque ha brindado a los convencidos de que a la elite intelectual local no le importan para nada los sentimientos de los demás un nuevo motivo para desconfiar de un sector muy influyente. En la mayoría de los países del Viejo Continente, está en marcha una rebelión popular, aunque no necesariamente populista, contra la tutela del "establishment" político y cultural que domina el escenario desde hace aproximadamente veinte años. Entre las víctimas iniciales de la creciente ira popular están los partidos socialistas que se han visto respaldados por una proporción notable de los intelectuales. Tal y como están las cosas, no serán las últimas.
JAMES NEILSON