Martes 29 de Septiembre de 2009 20 > Carta de Lectores
Cambio de actitud

A ningún gobierno, sobre todo si se trata de uno como el de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner que quiere ser tomado por progresista, le gusta tener que emplear la fuerza contra obreros que están protestando contra los despidos de compañeros, pero puesto que la pasividad ante hechos de violencia puede resultar contraproducente, a veces no cabe más alternativa que la de reprimir. Para el gobierno de Cristina, la hora de la verdad llegó el viernes pasado. Luego de más de seis años en que los Kirchner toleraron las protestas organizadas por sindicalistas, piqueteros, asambleístas entrerrianos y militantes de la izquierda, ya porque a su entender sirvieron para recordarles a las clases medias urbanas de que amplios sectores sociales estaban hundidos en la pobreza, ya porque apostaban a que andando el tiempo se agotarían y, de todos modos, no querían que hubiera "mártires", finalmente el gobierno optó por enfrentar a los revoltosos, de ahí el desalojo violento de la planta de Kraft Foods Argentina, que antes había pertenecido a Terrabusi, por centenares de gendarmes y efectivos de la Policía Bonaerense. No les fue una decisión sencilla. A esta altura, sabrán muy bien que es poco probable que la batalla campal que se produjo en la localidad de Pacheco haya sido suficiente como para convencer a los activistas de que les convendría desistir de organizar la toma de plantas y bloquear los accesos a la capital federal. Por el contrario, están tan acostumbrados a la virtual impunidad que con toda seguridad seguirán provocando disturbios con la esperanza de que las autoridades reaccionen con la misma contundencia que manifestaron frente a la toma de Kraft, brindándoles así las oportunidades que buscan para asumir el papel de víctimas de la represión. La situación sería distinta si desde comienzos de la gestión presidencial de Néstor Kirchner el gobierno hubiera dejado saber que no vacilaría en hacer cuanto resultara necesario para asegurar la paz social y el respeto por la ley, pero no lo hizo. Antes bien, trató a los grupos piqueteros más belicosos como aliados en potencia.

Los Kirchner, el gobernador bonaerense Daniel Scioli y los empresarios no son los únicos que tienen motivos de sobra para sentirse muy preocupados por el cariz que están tomando los acontecimientos. Comparten su nerviosismo muchos líderes sindicales que se ven ante el dilema de respaldar a los obreros despedidos llamando a un paro nacional o correr el riesgo de ver crecer el poder y la influencia de las agrupaciones izquierdistas más combativas. Si optan por la primera alternativa, romperían con un gobierno que los ha colmado de privilegios y que, entre otras cosas, les ha permitido manejar a su antojo las muy lucrativas obras sociales; si procuran actuar como una valla de contención, podrían perder frente a los izquierdistas que son expertos consumados en el arte de aprovechar el miedo comprensible de muchos obreros de quedarse sin trabajo en una sociedad en que los desocupados se ven condenados a la pobreza extrema, cuando no a la indigencia.

Tanto el gobierno como la CGT quisieran que, mientras dure la crisis económica que atribuyen al "mundo", los empresarios se abstuvieren de despedir a empleados que desde su punto de vista son prescindibles, pero nunca hubo ninguna posibilidad de que a pesar de la recesión se conservaran todas las fuentes de trabajo. Lo mismo que en otras latitudes, aquí los empresarios no pueden sino dar prioridad a sus propios intereses. Por lo demás, aunque muchos están dispuestos a hacer un esfuerzo por evitar los despidos, a menudo el activismo excesivo de sindicalistas politizados los obligan a tomar medidas antipáticas. Lo reconoció abiertamente el titular del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación, Rodolfo Daer, cuando criticaba a los despedidos por Kraft por causar "situaciones tensas dentro de la fábrica" que obstaculizaban su eventual reincorporación. Asimismo, el líder actual de la CGT, Hugo Moyano, calificó a los activistas de Kraft de "izquierdistas ideologizados" que estaban más interesados en provocar conflictos que en defender puestos de trabajo, de este modo echando más nafta sobre una interna sindical que podría agravarse mucho en los meses próximos.

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