-Cuatro años atrás hablé con usted sobre la decadencia que tenía el discurso político en Argentina en el campo de las ideas?
-No es un fenómeno nuestro exclusivamente?
-No, claro. Angela Merkel vive denunciando este tema y Sarkozy acaba de denunciar ese fenómeno en el G20, pero aquí el descenso se presenta como uniformemente acelerado. ¿Está instalado en la política argentina que a la hora de la lucha política la idea no vale y sólo cuenta, desde lo instrumental, el discurso de coyuntura, ligero, "vivo"?
-No sé si instalado como cultura ya consolidada, pero hay mucho de todo eso. La última campaña electoral acentuó un fenómeno que ya estaba muy nítido: el personalismo con que se mueven los candidatos mata la discusión de ideas. Hace poco, en un programa de televisión, Gabriela Michetti dio una definición de cómo debe ser la política, una definición insólita. Se venía hablando del consenso y dijo que los argentinos teníamos que consensuar políticas de Estado, acuerdos sobre esto o aquello y luego, a la hora de las elecciones, ante la ciudadanía tenemos que competir para ver quién se encuentra más apto para aplicar y llevar adelante nuestros consensos. O sea, estaba diciendo que el mundo de las ideas con todo el movimiento que implica su tratamiento, su debate, es en los hechos un mundo aparte del hecho eleccionario y que las elecciones son un espacio sólo para mostrar actitudes personales, perfiles personales?
-Donde los feos son seguros perdedores?
-Posiblemente, pero la demarcación que manifestó Gabriela con toda claridad es un convencimiento muy arraigado hoy en nuestra política: no importan las ideas, su debate intenso, argumentado, fundamentado aun desde un proceso que hable de llegar a conclusiones desde el manejo de dudas. Son muy pocos los dirigentes políticos que, fundamentalmente en tiempo de elecciones, buscan moverse, expresarse desde ese ámbito. Pero no, aquí las ideas quedan subordinadas a las percepciones que la gente se forme de los valores personales de éste o aquel candidato, de su "estampa", de su verbo ingenioso para responder a ésta o aquella cuestión.
-Pero aun admitiendo que ése es el curso que define mucho de las elecciones a lo largo de la transición, ¿qué hay de nuevo en ese proceso? Porque la historia argentina reconoce que mucho de lo que usted señala es preexistente a la transición?
-Por supuesto que es así. Pero lo que aquí se acentúa es que la idea como seducción, como posibilidad?
-..."turbina de la imaginación", escribió Frondizi...
-...esa turbina hoy aquí está muy arrinconada. Las elecciones se han transformado en un espacio para determinar qué candidato es más bueno o aparenta ser más bueno a nivel personal, quién tiene mejor sonrisa, qué historia de sufrimientos propios puede aportar, especialmente en el campo de las tragedias personales muy desgarrantes, lo cual siempre parece acreditarles el halo de ser personas más virtuosas. Aunque, en todo caso, ésta es una de las características que asumen nuestras campañas electorales, pero cuando uno las liga con el discurso de los candidatos, bueno... encuentra culturas muy graves.
-¿La ausencia de ideas en sí misma?
-Ése es el marco. Me refiero a la deslegitimación que se hace del adversario. Toda la política se estructura alrededor de deslegitimar al otro.
-Pero ¿eso no hace a la ausencia de ideas o, en todo caso, a la pereza intelectual?
-Hace fundamentalmente a que resulta más fácil deslegitimar que pensar. Hace poco publiqué un artículo en el que señalaba que para que un candidato sea más inteligente, eficaz y honrado, es necesario que el otro sea más lento y corrupto. Eso no sólo es un resultado lógico: también es lo más fácil. Quien está en el poder goza de una determinada legitimidad traducida en votos, entonces qué sucede: la campaña negativa tiene por objetivo minar esa legitimidad, beneficiando de esa forma a la competencia.
-Sí, pero al menos hasta hoy, a lo largo de la transición, en términos más o menos acentuados el poder expresa mucha corrupción. En este sentido, me parece que en su artículo usted está siendo indulgente con el poder?
-¡No! Usted no me dejó terminar. En ese documento dejo claro que no ignoro que la corrupción y las violaciones a la ética no estén enquistadas en éste o aquel gobierno. Pero a renglón seguido advierto que el proceso electoral juega, se articula, a modo de una caja de resonancia que reproduce multiplicando las percepciones sobre la corrupción y las violaciones a la ética por parte del poder. Lo llamativo, al menos para mí, es que el definido descrédito de la política al que asistimos tiene en parte que ver con esa lógica que tienen hoy las campañas electorales, una lógica que transforma el discurso dominante en la campaña en negativo y desacreditador.
-¿Usted está hablando del candidato que habla desde la moral más prístina pero la gente piensa: "Cuando éste agarre la manija será más de lo mismo"?
-Mire, en la sociedad está instalada desde argumentos y experiencias de desigual rigor la convicción de que la política se ha convertido en un imán para gente de dudosas virtudes morales. Y esto, más acentuado o no, es un fenómeno que no exclusivo de Argentina, aunque muchos crean que es así. Pero aquí, esa percepción, al ser tendencia de convencimiento, es injusta con mucha gente joven que incluso se interesa en la política, milita, llega a cargos electivos y da testimonio de solidaridad, de compromiso, de entrega a una causa digna. Lo que pasa es que, bueno...
-¿Bueno qué?
-Que es lo que digo en ese artículo: la mala imagen que tiene una amplia franja de la política como acción cotidiana puede más y sobredimensiona la mala imagen de la actividad política que ya tenemos acumulada.
-Pero incluso en el marco de esa imagen y a fuerza de crisis, ¿no cree que vía el Parlamento la política argentina está recuperando debate, dedicación concreta a los problemas nacionales?
-Sí, es así, y hay razones para el optimismo vista la política desde ese parámetro.
"La hija del tendero"
Julio Burdman tiene 36 años. Es director de la carrera en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Belgrano.
Desde su profesión de politólogo está convencido de que el sistema presidencialista que gobierna la Argentina -en tanto deriva inexorablemente en el ejercicio del poder vía una fuerte impronta personalista- ha devenido en un obstáculo muy condicionante para oxigenar el funcionamiento de la política y transformarla en más eficiente. De ahí su convencimiento en comenzar a debatir la mudanza hacia el sistema parlamentario.
-Ese tema está pendiente -dice-, cada vez más pendiente. Debatirlo implicaría además llevar la reflexión política a nuevos horizontes, a comprometerse con el futuro en función de acreditarle a la política la seducción que tiene la apertura amplia, generosa, del tratamiento de los problemas; ampliar la base de ese debate, inyectarle más calidad de reflexión.
-Días atrás murió, a los 84 años, un hombre insigne en el armado de la transición chilena: Edgardo Boeninger, un hombre que en medio de la noche más oscura de la dictadura pinochetista alquiló una casa y armó el "Grupo de los 24". "Algún día esto pasará: comencemos a pensar qué hacer cuando ese día llegue", les dijo. Quería a la Argentina y le asombraba la pérdida de nivel intelectual de su dirigencia política. ¿Cómo ve ese fenómeno?
-Me parece que ese tema hay que ponderarlo sin perder de vista una realidad: América Latina se ha democratizado mucho en materia de sus elites. Socialmente, en relación con el acceso al poder, somos más democráticos que Estados Unidos o Gran Bretaña. Para que un negro llegara a la Casa Blanca tuvo que pasar mucho y de todo, mientras que en América Latina el acceso a posiciones importantes está abierto desde hace mucho tiempo para distintos niveles del mapa social. En Gran Bretaña, para llegar a primer ministro en general se debe pertenecer a la elite que pasa por Oxford o Cambridge y venir de familia importante. En alguna medida la que rompió esa tradición fue Margaret Thatcher...
-"La hija del tendero", le decían los conservadores más recalcitrantes para invalidarla.
-Le resultó duro llegar, incluso por su condición de mujer... fue una especie de Evo Morales de Inglaterra. Rompió moldes. Si se reflexiona sobre los presidentes de la Unasur, solamente Uribe tiene un origen de elite, el resto, aun con diferencias puntuales, desde lo intelectual representa estándares más comunes de formación. Y me parece que esto tiene en parte que ver con el nivel, pero es un tema muy amplio y con muchas causales como para abrir un juicio único.
CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com