Hay una soltura y una muy poco desvengozada forma de decir las cosas en la escritura de Julian Maclaren-Ross que lo vuelven un autor y, por prolongación, en un tipo fascinante.
¿Es posible elaborar un policial sin tensión? ¿Sin enigma? ¿Sin verdaderos asesinos sino más bien con víctimas de sus propios sentimientos? Si, claro, pero a riesgo de que la historia se pierda en un laberinto de sopor.
Julian Maclaren-Ross logró en "Veneno de tarántula" (La Bestia Equilátera) un singular acto de magia: creó una historia con fuertes condimentos costumbristas -en tanto refleja una clase social y matices de una época-, pero que al mismo tiempo es capaz de soportar un anecdotario amoroso que culmina en un terrible homicidio pasional.
"Veneno de tarántula" avanza a un ritmo que sólo en apariencia es pausado. La culpa de esta falsa velocidad narrativa la tiene su protagonista Christopher, un joven liviano como una hoja y dueño de una ironía que subyase y se revela en cada uno de sus diálogos y en cada una de sus anotaciones al margen.
El personaje es un creador de expectativas. Recuerda a aquellos relatos de Raymond Chandler donde todo parece estar por suceder y al final ese suceder no llega jamás. Con la diferencia de que en la vida de Christopher las peores y las mejores cosas ocurren. El amor, la pasión desatada, la violencia y finalmente la muerte.
Sin embargo, en el entramado de "Veneno de tarántula" no hay verdaderos actos dramáticos. O si los hay, están envueltos por una rara forma de paciencia. Como si se tratara de un estudio antropológico conducido por los protagonistas. Una mula se empeña en no moverse y es pateada brutalmente y sobre ese momento cruel hay también una mirada casi social.
Un drogadicto se arrastra por su casa en búsqueda de su dosis y es sacado de la escena como un muñeco de trapo. El vestido de la dama aprieta y sugiere un cuerpo en llamas pero su verbo y sus acciones delatan su locura que mueve a la risa.
Hay también un millonario que no ahorra en gestos solidarios para su amigo adicto, un James Dean de entre casa, niños jugando, un matrimonio francés en sombras y hasta una joven prometida que espera a la distancia en estado virginal mientras su enamorado se retuerce en el placer y la trampa.
El resultado de este universo de líneas que se cruzan sin desafinar, es una lectura muy ágil y que lleva a su lector por un camino sinuoso e inesperado. Aunque ese carácter de lo "inesperado" no parece una las principales búsquedas del autor. Como si el enigma y la tensión hubieran desaparecido del registro visible de la obra. Están ahí, pero de una manera distinta. Solapada. Al final, la calma se transforma en sorpresa. Y la ironía en el retrato serio de una vida que va de la elegancia al patetismo pasando por la búsqueda de una ¿imposible? normalidad.