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La Argentina desdoblada | ||
Mientras que en el resto del mundo proliferan los "brotes verdes" que, en opinión de los optimistas, prenuncian el fin de la gran crisis que fue desatada por el colapso en septiembre del año pasado de la burbuja financiera más reciente, aquí las señales son, para decirlo de algún modo, decididamente ambiguas. Se ha ampliado tanto la brecha que separa a la Argentina del Indec de la de las consultoras privadas que podrían estar en continentes diferentes. Según las estadísticas difundidas por el organismo oficial, en el segundo trimestre del año la economía se achicó el 0,8% frente al mismo período del 2008, lo que dadas las circunstancias no sería tan malo puesto que en otras partes del mundo se registraron caídas mucho más pronunciadas, pero conforme a las entidades privadas más respetadas, en dicho trimestre el producto bruto interno se redujo el 6,5% interanual, lo que aseguraría a la Argentina un lugar entre los países más golpeados por el barquinazo planetario. La diferencia así supuesta dista de ser anecdótica. De estar en lo cierto los funcionarios del Indec, en comparación con otros países, incluyendo al Brasil, la economía nacional ha resultado ser relativamente robusta. Para las consultoras privadas, en cambio, está atravesando una recesión penosa puesto que ya ha sufrido dos trimestres negativos consecutivos. En cuanto al intercambio comercial, los números son alarmantes: el viernes pasado el Indec informó que en agosto se exportó un 40% menos que en el mismo mes del año anterior, aunque el país sigue disfrutando de un superávit debido a que las importaciones también se han desplomado. Puede que las cifras producidas por los contadores privados sean todavía peores, pero en este ámbito por lo menos las diferencias no suelen ser escandalosas. Desde el punto de vista del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, es una suerte que la desaceleración -o recesión- haya coincidido con una convulsión económica planetaria que le ha permitido imputar todos los problemas locales a la pésima conducta del "mundo". Aunque es comprensible que tanto ella como los gobernantes de todos los demás países hayan asumido el papel de víctimas inocentes de errores ajenos -el presidente norteamericano Barack Obama da a entender que todo es culpa de su antecesor, George W. Bush- , la politización de la crisis entraña muchos peligros, puesto que hace virtualmente imposible un análisis objetivo de los motivos de lo que está ocurriendo. No es un detalle menor: si no acertamos con el diagnóstico, no habrá ninguna posibilidad de encontrar un remedio adecuado a tiempo para ahorrarnos otro desplome como el del 2001 y el 2002, cuando millones de personas se vieron empujadas en la miseria. A juicio de muchos especialistas, nuestra economía comenzaba a manifestar sus flaquezas bien antes de la debacle internacional y, aun cuando el célebre "viento de cola" hubiera continuado soplando con fuerza, ya estaríamos en graves dificultades debido a la fuga de capitales, la inflación, la falta de inversiones productivas, la pérdida de mercados externos por motivos netamente internos, el conflicto del gobierno con el campo y otros problemas propios del "modelo" kirchnerista. Y para colmo, la incertidumbre política, más la voluntad oficial de dar prioridad a las batallas que está librando contra sectores como los supuestos por el campo y los medios de difusión privados más influyentes sin preocuparse por las eventuales repercusiones económicas, ha creado un clima que no es del todo propicio para el análisis racional. De no haber sido por el derrumbe financiero internacional y la recesión resultante en todos los países avanzados, y de haber estado menos crispado el estado de ánimo de los integrantes más conspicuos del elenco político permanente, tanto el oficialismo como los dirigentes opositores hubieran tenido que reconocer que "el modelo" de los Kirchner se había agotado hacía tiempo y que en consecuencia hubiera convenido cambiar muchas cosas, pero ha sido tan fuerte el impacto de la crisis internacional que a los comprometidos con el statu quo les ha sido fácil convencerse de que, por ser la crisis de origen exógeno, no les corresponde modificar nada, mientras que sus adversarios siguen haciendo gala de su impotencia. | ||
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