Si lo hubiese sabido se habría decidido mucho antes por una inseminación artificial: Fabienne Justel deseaba tener un hijo de su marido, que había enfermado gravemente de cáncer. Fallecido ya por la enfermedad, Fabienne quiere ahora que le practiquen una inseminación con el esperma que, sabiamente, había pedido congelar cuando su marido aún vivía.

 "Tener un hijo era nuestro proyecto de vida conjunto", aseguró. Pero la legislación francesa prohíbe inseminaciones póstumas. En la fotografía de bodas ambos sonríen felices a la cámara. Fabienne luce un vestido blanco, Dominique, calvo, viste un traje gris, que parece quedarle demasiado grande. El hombre de 36 años ya estaba marcado por la enfermedad.

 La boda se organizó con prisas, en parte porque la pareja deseaba un hijo. Dominique estaba preocupado por que la quimioterapia lo dejara infértil. Por eso acudió varias veces al banco de esperma CECOS en Rennes para que congelaran su semen. Tres meses después de la boda, Dominique murió. Desde entonces Fabienne intenta que el banco le entregue el semen congelado de su difunto esposo. "Quedé conmocionada cuando me dijeron que no era posible. Nunca habíamos contado con eso", aseguró la mujer de 39 años, que ya tiene tres hijos de una relación anterior.

"Queríamos esperar a que se recuperara de su enfermedad para intentar una inseminación artificial. Su estado de salud nunca mejoró, pero el deseo de tener un hijo persiste", explica. El niño no sería huérfano de padre, porque él quería tenerlo y ella le hablaría al niño cada día de su padre. El padre de Fabienne se había muerto cuando ella era todavía una niña pequeña, cuenta. En otros países las inseminaciones póstumas están permitidas. En Estados Unidos hay miles de casos, entre ellos también de viudas de soldados que perdieron la vida en Irak.