Estamos en una época terminal. Las cosas, así como van, no pueden seguir, aunque por esta vez "zafemos" de la crisis terminal. El estilo de vida que llevamos es insostenible, por más que se afirme lo contrario. Mientras la mitad de la población humana no tiene lo suficiente para llevar una vida digna, la otra mitad destruye la tierra por la avaricia de unos pocos. Y la población crece -tal vez sin límites, agravándolo todo-. Estamos inmersos en un mundo mercantilizado en el que, además, la lucha a muerte por los recursos naturales ya no se asoma detrás de un horizonte cercano sino que causa miles de víctimas cada día.
Al mismo tiempo nos quejamos de que la nuestra es una época del individualismo y del materialismo, en la cual habría que emprender la lucha entre el individualismo y la solidaridad.
Por supuesto, ese materialismo no es el viejo materialismo filosófico que contrapone lo material y lo espiritual sino tan sólo la persecución del bien individual sin o aun en contra del bien común. Se parece bastante a la famosa idea de uno de los padres del ideario capitalista, Adam Smith, para quien el bien común sería el resultado de que cada uno persiga sus propios intereses. Esta frase -obviamente falsa y tendenciosa- fue pronunciada cuando los niños ingleses de diez años trabajaban doce horas diarias en las minas de carbón, así como ahora en India se los hace tejer alfombras para los ricos de Oriente y Occidente. Ahora se cambió de léxico: se habla de derrame -que tampoco se produce, por supuesto-.
A la idea de Smith se contrapusieron el colectivismo, la uniformidad y la desaparición del individuo, pero vale preguntarse: ¿es lo mismo la oposición entre lo que se nos vende como individualismo capitalista y lo que se nos ha vendido como colectivismo socialista? La respuesta es, obviamente, no. Lo contrario del individualismo no es la desaparición de lo individual en el gris de la masa sino la individuación, el crecimiento individual para poder crear, para poder comparar estilos e ideas, en la teoría y en la práctica. Para "asociarse con fines útiles" a la comunidad, como reza nuestra Constitución.
Lo que nos venden como individualismo es sólo equivalente a la libertad de elegir entre dos marcas de un producto o entre clubes de fútbol. O aun la de elegir entre partidos políticos cuyas diferencias, en el fondo, se reducen a estilos de lo mismo y personalidades de diferente tipo. Hay quien ha llamado nuestro "individualismo" la Era del Vacío.
También es la era de la destrucción de la solidaridad entre trabajadores en pos de mayores ganancias. Los sindicatos maltratan a sus propios afiliados y se alían con la patronal. Pero el individualismo que se proclama no es tal. Lo que comúnmente llamamos así sólo es la fragmentación de los espacios comunes o públicos y de las tendencias a constituirlos.
Lo que quieren que llamemos "individualismo" proviene de la tradición estadounidense de la conquista, revólver al cinto, del "lejano oeste", cometiendo el genocidio de los que ahora púdicamente llaman los "americanos originarios". "The rugged individualist" -el rudo individualista- es el arquetipo del superhéroe que siempre es un solitario, en cuyas hazañas nunca interviene como actor el resto de la sociedad, la que es el mero objeto de los desvelos de los Superman, Batman, Spiderman y Cía. Eso es lo que compramos a fuerza de falta de individualidad verdadera y a fuerza de propaganda, como la que nos ofrece la tevé: la belleza femenina y ahora también la masculina, el culto a la juventud, la ausencia de ideas. Las relaciones humanas se han transformado en un tener, poseer, gozar y descartar. A la mayor parte de la humanidad se le muestra un estilo de vida que no sólo es inalcanzable sino que, si no lo fuera, terminaría con todos los recursos en pocos años.
En el uso diario, en aquellos en que esto produce mala conciencia, conduce a la beneficencia, a "hacer algo"; cuando el individualismo se mira desde la clase media, los pobres son feos y hay que ayudarles a ser menos feos. Pero los pobres no son enteramente humanos. Nos acordamos de ellos cuando hay alguna catástrofe -que los gobiernos deberían haber prevenido en vez de dedicarse a los cabildeos y los robos, sean éstos "para la corona" o para sus propios bolsillos-. Después nos olvidamos. Y cada vez son más: cada vez habrá más excluidos y la Iglesia impide que siquiera se hable de control de natalidad. Hasta las estadísticas oficiales lo muestran y sus propaladores inventan eufemismos: "trabajo informal" muchas veces es directamente trabajo esclavo. ¿Sólo individualismo? No, he aquí una consecuencia de un sistema inmisericorde.
No es que no se conozcan muchos de los mecanismos que alimentan la pobreza. La lucha de las grandes empresas farmacéuticas contra los medicamentos genéricos que son de 10 a 100 veces más baratos y que podrían usarse en los hospitales públicos condena a muerte a centenares de enfermos. La adulteración de medicamentos que se abre como un abismo ante nuestros ojos en estos días debería ser calificada de crimen contra la humanidad. Todo ello alimenta la pobreza -aun en la clase media, que siempre se creyó inmune al peligro de caer en ella-.
Dentro de este mundo -que no es individualista, sólo egoísta y de rapiña- la Argentina todavía ocupa un lugar tan destacado que nos podemos dar el lujo de explotar no sólo a argentinos expulsados del interior hacia las villas miseria sino también a bolivianos, paraguayos, coreanos, chinos y vaya a saber qué más -porque las autoridades suelen mirar discretamente hacia otro lado-. También lo hacen en Tailandia y en Sri Lanka ante la prostitución infantil perversamente aprovechada por los turistas occidentales, mientras que en otras partes del mundo condenan a azotes a una mujer por usar pantalones o una nena de 12 años muere al dar a luz.
Nosotros, la mayoría de los de la "clase media", podemos seguir disfrutando del hecho de no ser pobres, aunque la mala conciencia nos lleva a ayudarles -un poco-. Es el asistencialismo de la antigua Sociedad de Beneficencia. Hay solidaridad individual -o sea, más falso individualismo- donde debería haber Solidaridad Social -o sea, una estructura social más justa-. Los pobres se acostumbran al asistencialismo y los pueblos originarios ya ni saben pescar. El clientelismo vive de mantener pobres a los pobres y alimentarlos con dádivas. De modo que no hay forma de corregir la situación ni de llegar a un individualismo verdadero mientras haya "punteros" que medran con la miseria. No es que falten ideas: lo que falta es conciencia de los mismos pobres de que son víctimas de un sistema y no de Dios.
Los "medios" nos llevan a no analizar las causas de la pobreza: exclusión, discriminación, desplazamiento de la población rural por la concentración de la propiedad de la tierra y por la introducción de maquinaria que reemplaza a cientos de hombres. Hay tecnología agraria que expulsa gente del campo a los barrios miserables, donde caen víctimas de los caciques locales y de los narcotraficantes -ya que llega un momento en que la borrachera de cualquier tipo es lo único que les hace la vida soportable, una vida sin posibilidades de trabajo ni de estudio ni de nada-.
Por supuesto que en muchos sentidos lo anterior es una simplificación excesiva. También hay grupos solidarios y entregados que trabajan por la recuperación de una juventud a la que el sistema ha privado de sus esperanzas. Que trata de recuperar a los chicos de la calle y a las víctimas de los narcotraficantes -esa versión moderna de los diablos barriales no tan pequeños que pinchan con lanzas envenenadas con "paco" mientras que los diablos grandes constituyen una estructura impune, corrupta y que va en camino de la omnipotencia-. Esta gente se entregó entera y muchos murieron a manos de la dictadura por querer dar un sentido a la vida de los esclavos modernos y enseñarles a dejar de serlo. A individuarse.
Cada chico a cuya vida se le puede dar un sentido vale el esfuerzo. Pero no nos engañemos. Sólo una solidaridad social mucho más profunda y permanente y un cambio de los valores predominantes en nuestra sociedad podrán tener algún efecto real.
TOMÁS BUCH (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Químico y tecnólogo