Lunes 21 de Septiembre de 2009 Edicion impresa pag. 33 > Cultura y Espectaculos
Con pasión

Deberá reconocer que lo he dejado en paz con el tema de mi operación de cadera. Sin embargo, la recuperación ha implicado algunos cambios, espirituales y físicos, que me interesa compartir. Digamos que ha traído beneficios colaterales, para dar con un antónimo a la horrible expresión militar de "daños colaterales", eufemismo tras el cual encubren la carne y la sangre que despedazan.

Voy a retroceder un poquito. Hasta que la artrosis no mostró su rostro más duro, y me llevó a puro dolor a la operación impecablemente realizada, conducida y seguida de cerca por el doctor Eduardo Cipitria, cirujano del hospital de Cipolletti, mi percepción de las personas con cojeras, sillas de ruedas, bastones, muletas, y otros artilugios de apoyo, era bastante elemental, y hasta le diría, Intelectual. A lo sumo, cierta lástima. Darles paso si voy en auto, fijarme de no estacionar en las rampas, ayudarles si hacía falta, esas cosas.

El principal beneficio colateral ha sido que mi percepción ha sufrido un cambio drástico. Puedo ver cómo aprietan los labios cuando hacen el esfuerzo del paso (como yo); cómo transpiran por sólo cruzar una calle (como yo); siento esa respiración agitada, esa mirada de temor cuando se acerca un auto o un grupo de gente charlando distraída, el pánico a caerse y que se rompa algo (como yo).

Es una especie de empatía, de compasión, en el exacto sentido de esta palabra tan corrompida, emparentada con la lástima desde la superioridad física o moral. Con-pasión. Así es la palabra, y pasión es un sentimiento muy profundo que se comparte con el otro y detiene el tiempo y el espacio en el torrente de gente discapacitada. Es tanta, que llega un momento en que la mente se defiende y, como los locutores de televisión, "pasa a otro tema".

El proceso de mi recuperación no ha sido lineal, en absoluto. Cuando Eduardo me decía, previo a la operación, que iba a empezar a caminar al día siguiente del quirófano, y que iba a salir del hospital caminando, tenía una mezcla de esperanza y escepticismo. Este hombre -que irradia una energía comparable con la de Ana, mi psicóloga- se apareció en la habitación donde yo dormitaba dolorida, golpeando las palmas y cual Jesús con Lázaro, me dijo "a levantarse y caminar". Me sentó en la cama, me ayudó a pararme, me dio una suerte de corralito de cuatro patas rápidamente sustituido por un bastón y, tal cual predijo, al tercer día salí del hospital bastón en mano, caminando. La próxima vez que fui al consultorio no sólo me sacó los puntos sino el bastón. Se colocó en el rincón más alejado y dijo "vení". Y fui.

Después de unos días en ascenso volvió, y con intensidad, el dolor. Volvió tanto que mi vieja enemiga, la depresión, empezó a murmurarme "todo esto para estar igual que antes, no puedo más, me quedaré paralítica", y creo volví bastante loco al cirujano con mis mensajitos, a pesar de que ya me había advertido que el reacomodo de la prótesis iba a producir "molestias". ¡Molestias! Sí, bastantes.

Ahora puedo decir que la acción combinada de Eduardo, Ana, Pablo (el fisioterapeuta) y el seguimiento permanente de mi sobrina la amorosa doctora Marita Rizzi Salto, de hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas, amigos y amigas, que se bancan -cada vez menos, para beneficio de su enorme paciencia, el alcanzame esto, llevá lo otro, andá a pagar esto, dame los remedios, acompañame acá o allá- estamos saliendo, mi alma y yo.

Y dos palabras para el segundo efecto colateral beneficioso: todo este proceso me ha quitado bastante el apetito, placer que recién ahora estoy recuperando, por lo cual estoy decididamente delgada; y no ha sido una satisfacción menor el usar ropa que me miraba culpablemente desde su perchas, hace varios años. Como que he renovado el guardarropa.

A quienes, cuando me tiraba a la pileta familiar, decían ¡cuidado que viene Willy!, les voy advirtiendo: llámenme tonina, La Sirenita, cualquier cosa fina y elegante, porque eso soy. He dicho.

Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí