La última escena del Festival Nacional de Cine "Río Negro Proyecta" fue digna de la programación que se presentó durante la semana: sencilla y austera.
El director de "Vil romance", la película ganadora del principal premio del certamen, José Campusano, agradecía, celular mediante, desde alguna salida de subte en Buenos Aires mientras el subsecretario de Cultura de Río Negro, Armando Gentili, aguardaba diplomático sobre el escenario con una bolsita llena de presentes que deberán ser enviados por encomienda. Es decir, hubo un triunfador ausente. Sin embargo, la voz de Campusano siguió sonando sincera y despojada de vanidad, tal como se la escuchó el día de la presentación del filme en Casa de la Cultura.
Que este joven jurado de un festival que da sus primeros pasos haya premiado una película sin concesiones, armada desde una vocación por la cruda realidad, es un dato que seguramente marcará a fuego y con el tiempo ayudará a crecer a un proyecto en marcha. Fue, en más de un sentido, una decisión osada.
En términos de calidad cinematográfica, el festival demostró tenerla y en abundancia. Las elecciones de los programadores fueron inteligentes y acertadas. Pocas veces se tiene la oportunidad de asistir a un desfile de esta categoría que le permite al público hacerse una idea de cuáles son las tendencias en términos de estética y temática del cine nacional.
Al menos desde ese punto de vista el certamen fue un éxito. No obstante, los festivales están pensados, o deberían estarlo, para volver masivo aquello que se realiza en la intimidad y con tanta dedicación como es el caso del cine. Y si algo le faltó a este encuentro fue público o, dicho en otras palabras, la complicidad del espectador.
Hay razones bastante obvias para que las salas permanecieran a medio llenar durante estos días: faltó una efectiva concientización por parte de los organizadores hacia un público potencial. Y este trabajo hormiga no tiene el mismo tiempo ni el mismo ritmo que el desarrollo del festival en sí: lleva meses y meses.
Queda en limpio que durante un puñado de días el Alto Valle de Río Negro tuvo a algunos de los más interesantes directores argentinos de la actualidad. Quedan sus películas como un promesa cumplida de buen cine. Queda el recuerdo de la agitación y el diálogo intenso entre este puñado de artistas y estudiantes y docentes que se dio en las salas y en los bares de las ciudades y que, seguramente, los enriqueció a to- dos.
Probablemente, el próximo consiga un objetivo global y se vuelva multitudinario si, tal como dijo su promotor, la segunda edición se pone en marcha sobre las llamas de éste.
El problema es que tiene un fin noble si bien inquietante. La idea, que ayer volvió a subrayar Gentili, de que este festival cambie de sede cada año podría convertirse en su talón de Aquiles.
Es loable la decisión de llevar el nuevo cine a distintas ciudades rionegrinas. Pero es poco probable que así se forme un público que año a año asuma el festival como propio. Y eso es justamente lo que falló en esta primera edición.