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Hermanos furiosos | ||
Merced al conflicto en torno a Botnia, las relaciones de nuestro país con el Uruguay de Tabaré Vázquez siguen siendo decididamente malas. Si triunfa en las elecciones presidenciales del 25 de octubre el candidato oficialista, José "Pepe" Mujica, podrían hacerse todavía peores, ya que acaba de publicarse un libro de entrevistas en que el senador se despacha con virulencia insólita contra los argentinos en general y la clase política en particular. A juicio de Mujica, la Argentina está poblada de paranoicos totalmente irracionales, los líderes tanto del gobierno como del campo son "burros", los Kirchner son peronistas "patoteros", los radicales son "buenos pero nabos" y "la institucionalidad vale un carajo", aunque con cierta caridad dijo más tarde que, a pesar de tales deficiencias, "no es un pueblo de tarados". Como no pudo ser de otra manera, las opiniones contundentes de Mujica acerca de la realidad argentina hicieron recordar las manifestadas en el 2002 por el en aquel entonces presidente uruguayo, Jorge Batlle. Enojado por el impacto doloroso en su país de la convulsión económica desatada por el colapso de la convertibilidad, Batlle afirmó que, entre otras cosas, "los argentinos son una manga de ladrones del primero al último". Puesto que hoy en día es poco común que políticos ambiciosos se arriesguen hablando de otro país en términos parecidos a los empleados por Mujica, un izquierdista, o por Batlle, un hombre que se ubica hacia la derecha del mapa ideológico, es razonable suponer que muchos dirigentes uruguayos piensan como ellos. Pero, como señaló Mujica en un intento de defenderse, también en nuestro país abundan los convencidos de que, con muy pocas excepciones, los políticos locales son tan corruptos, patoteros, irracionales y así por el estilo como dijo, y que aquí está muy difundida la idea de que "la culpa de que no sean Canadá la tiene el sistema político". Según el presidenciable uruguayo, el "misterio" argentino consiste en la brecha entre un pueblo que no es "tarado" y un sistema político que a su entender sí sería propio de "tarados" pero que, si bien no lo dice, se ve cohonestado en todas las elecciones al votar la mayoría abrumadora por los representantes más cabales del orden establecido. Como es lógico, el rival principal de Mujica en la carrera presidencial, Luis Lacalle, está procurando aprovechar la franqueza desconcertante del candidato del Frente Amplio, pidiendo "perdón en nombre de los uruguayos a los argentinos" y calificando sus palabras de "una grosería de alguien sin talla para ser presidente". Bien que mal, tiene razón el ex presidente Lacalle. Los problemas bilaterales ya son lo bastante complicados debido a la decisión de Néstor Kirchner de hacer del enfrentamiento por la papelera de Botnia "una causa nacional", de suerte que no convendría en absoluto agravarlos ubicando a la cabeza del gobierno a un dirigente cuyas opiniones se asemejan a las del protagonista rabiosamente antiargentino de la novela de Mario Vargas Llosa "La tía Julia y el escribidor", que tanto enojó a los jefes de la dictadura militar que en 1977 la agregaron a su lista de libros prohibidos. De todos modos, no es ninguna casualidad que los ataques verbales más feroces contra nuestra clase política hayan procedido de uruguayos ofuscados. Son tan estrechos los lazos culturales entre argentinos y uruguayos que a éstos les parece perfectamente natural participar de nuestros informales debates internos acerca de los presuntos motivos del estado crónicamente precario de las instituciones políticas nacionales y de la decadencia resultante. De no ser por la proximidad así supuesta, a dirigentes como Mujica y Batlle no se les hubiera ocurrido provocar lo que en otras partes del mundo sería un incidente diplomático sumamente desagradable. Por cierto, es fácil imaginar las consecuencias que se darían si antes de las elecciones del año pasado el norteamericano Barack Obama hubiera hablado así de los mexicanos o si un líder japonés calificara a los chinos de "histéricos" e "irracionales". En cambio, los uruguayos se sienten libres para opinar sin pelos en la lengua porque, como "hermanos", se creen facultados para actuar como miembros plenos de la familia argentina, lo que, por desgracia, puede dar pie a episodios tan esperpénticos como el ocasionado por Mujica. | ||
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