Sábado 19 de Septiembre de 2009 20 > Carta de Lectores
No será la última crisis

Ya ha transcurrido un año desde que la implosión del gigantesco banco de inversión Lehman Brothers marcó el fin de una etapa económica signada por el optimismo casi ilimitado y el inicio de otra caracterizada por el pesimismo extremo. Antes de hacerse evidente que las distorsiones provocadas por lo que en una ocasión el entonces jefe de la Reserva Federal estadounidense Alan Greenspan calificó de "exuberancia irracional" hacían insostenible el sistema financiero mundial, se daba por descontado que el producto bruto planetario continuaría creciendo vigorosamente por muchos años más, pero en las semanas que siguieron al colapso de Lehman Brothers políticos, economistas y otros se pusieron a vaticinar una reedición de la gran depresión de la década de los treinta del siglo pasado. Asustados por lo que ocurría, gobiernos de una variedad amplia de preferencias ideológicas armaron "paquetes de estímulo" colosales para asegurar que, a pesar de la resistencia de los grandes bancos a prestar dinero, sus respectivas economías no carecerían de liquidez. También se comprometieron a regular con mayor severidad las instituciones financieras e impedir que los banqueros se otorgaran premios a menudo millonarios por suponer que en la raíz de la crisis estaba la codicia de jugadores irresponsables resueltos a enriquecerse cuanto antes sin preocuparse por las consecuencias a largo plazo de sus actividades.

Puesto que hay señales de que casi todos los países ricos están saliendo de la recesión, sus gobiernos están felicitándose por haber reaccionado con contundencia, pero en Estados Unidos, la Unión Europea y Japón la ciudadanía aún no se siente convencida de que será tan fácil volver a "la normalidad". Teme que debido al endeudamiento público masivo virtualmente todos tengan que acostumbrarse a un estilo de vida más austero y que las próximas generaciones nunca disfruten de la prosperidad que hasta hace apenas un año pareció garantizada.

En el Primer Mundo, la recesión ocasionada por el "ataque cardíaco" financiero de hace un año no se ha asemejado en absoluto a la gran depresión. Las sociedades actuales cuentan con recursos muy superiores a los disponibles ochenta años atrás y por lo tanto están en condiciones de mitigar el impacto social de los barquinazos económicos. Con todo, por ser tan altas las expectativas, lo que para un depauperado por la depresión hubiera sido una existencia cómoda será para su bisnieto una existencia apenas tolerable. Existe el riesgo de que de resultas de la recesión se elimine una multitud de empleos prescindibles y los perjudicados no tengan más alternativa que la de conformarse con otros mal remunerados de poco prestigio social. En algunos países "emergentes" y en los que podrían calificarse de sumergidos, el impacto de la crisis ha sido mucho más cruel que en los ricos, pero a diferencia de sus homólogos norteamericanos, europeos y japoneses, sus dirigentes están habituados a que una proporción notable de sus compatriotas viva en la miseria, de suerte que no parece probable que la caída de los ingresos cause muchas convulsiones políticas.

Como suele suceder cuando se produce una crisis económica dolorosa, los líderes de los países más importantes se han afirmado decididos a tomar medidas a fin de asegurar que sea la última. La posibilidad de que tengan éxito es escasa. No hay ningún consenso sobre lo que debieron haber hecho para frenar el galope hacia el precipicio financiero. Por lo demás, de haber actuado a tiempo el gobierno norteamericano, no sólo sus adversarios sino también quienes operaban en los mercados financieros lo hubieran acusado de poner fin a un período de crecimiento rápido que sin su intervención se hubiera prolongado. Y aunque los especialistas lograran determinar con precisión las causas de la crisis más reciente, lo así aprendido no necesariamente los ayudaría a prevenir debacles futuras. Bien que mal, el progreso económico depende en buena medida del optimismo de muchísimas personas, pero sucede que en la convicción de que en adelante todo será mejor están las semillas de la próxima crisis, mientras que de imponerse la cautela recomendada por los persuadidos de que es fundamental no correr demasiados riesgos el resultado más probable sería una etapa muy larga caracterizada por el estancamiento.

Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí