La República del Uruguay tiene atributos de buena sociedad. Dentro de las latinoamericanas, muestra el nivel de alfabetización más alto, uno de los mayores índices de desarrollo humano a juicio del PNUD y el estándar más limpio en cuanto a corrupción según Transparencia Internacional. En relación con la justicia social, el Índice Gini muestra que la distribución del ingreso en la población, considerando el 10% más rico y el 10% más pobre, es la más equitativa de la región. Si un detalle faltara para apreciar los niveles positivos del país, el juicio de la revista "The Economist" lo coloca, al lado de Costa Rica, como "la democracia más completa" de Latinoamérica.

Hay otras cosas buenas que los argentinos tuvimos y que nuestros hermanos de allende el río mantienen: la gran costanera de su capital contrastando con nuestra clausurada ribera porteña, la amabilidad y altivez sin estridencia de la gente, el mate y la siesta, sus morenos humildes y sus calles tranquilas. Montevideo es como un remanso, con gente íntima y amigable. "Así era Buenos Aires", se oye decir a algún nostálgico argentino de edad madura. Borges, quien pobló muchísimas veces su prosa con la nostalgia de sus amigos dilectos y del paisaje oriental "en donde ayunó Solís y los indios comieron", suspiraba que los uruguayos son de buena cabeza y "crecen hacia adentro". ¿Por qué estas diferencias de sociabilidad con lo que nosotros somos ahora? Algunos las atribuyen a la inmigración o al tamaño. Otros al batllismo progresista de principios del siglo XX. No faltan quienes opinan (y así lo hacen algunos taxistas uruguayos de Buenos Aires) que la razón de su vida amable está en que "nosotros no tuvimos peronismo". Están, finalmente, los que creen que las diferencias culturales se deben, precisamente, a la educación y sobre todo en el nivel que es clave: el secundario. La calidad del bachillerato y la escuela normal uruguayos -ya un dato de su cultura- proviene de una tradición (íconos: Vaz Ferreira, filósofo; Rodó, escritor), de cierta mística y un cuerpo de profesores seleccionados en concursos severos.

Pero nuestro tema central aquí no es Uruguay como tal. Es alguien que casi seguramente se constituirá en las elecciones del mes próximo en su presidente. José -"el Pepe"- Mujica acaba de visitar Buenos Aires en un viaje de proselitismo político y, se dijo aquí, en procura de apoyo del gobierno a su candidatura por el Frente Grande que obtuvo en internas de su partido superando el 70% de los votos.

El hombre es panzón, sencillo y rústico. Tiene una apariencia de Sancho Panza, el quijotesco rey de la ínsula Barataria, y como él es un manantial de salidas insólitas, dichos y refranes. Toma mate y le gustan el vino y las reuniones de amigos. Su curso de vida es pródigo en comportamientos personalísimos. Fue dirigente tupamaro, luchó como guerrillero a la dictadura militar, tiene el cuero cruzado de cicatrices y pasó 15 años en la cárcel. Le sirvieron, como a Mandela, para darle vuelta la cabeza en el sentido de la comprensión y la paciencia. "Me hicieron pensar -dice- que hay que pelear por los derechos humanos de los que están vivos y que no quiero presos a militares viejos". Vuelta la democracia, de agricultor y en alpargatas se convirtió en ministro de Agricultura y legislador, distinguiéndose por su capacidad de diálogo con la sociedad. En sus pagos lo respetan por lo que ha probado en cuanto a integridad y lo distinguen por su franqueza pintoresca y a toda prueba. Siempre está dispuesto a decir lo que piensa y en sus dos visitas a la Argentina en los últimos meses lo demostró contestando de un modo fulmíneo y desgarbado, al modo de un "smash" de Del Potro, a preguntas de ésas de las que nuestros políticos escaparían como de la peste.

Por ejemplo, cuando un periodista le preguntó qué tipo de presidente imagina que va a ser si es electo, respondió: "Uno que no esté rodeado de alcahuetes, de los que dicen que todo está fenómeno. Voy a escuchar a los que discrepan, a escuchar a los heterodoxos. Mire: si la democracia existe, la forma que más la representa es la oreja, no la lengua". Y a la demanda de cómo piensa conquistar a los empresarios, contestó: "Con paciencia. Pero no voy a ganar con el voto de ellos. A los empresarios los precisamos para que sean empresarios, para que trabajen, para que multipliquen los bienes. Después que voten a Magoya". No piensa en cosas como reformar la Constitución, porque él "no gastaría pólvora en chimangos" ni cree "en el progreso manuscrito". En lo que sí cree es en que "hay que integrar la inteligencia y la cultura porque lo demás tiene patas cortas". ¿Que si sigue la estrategia de Lula? Admira al brasileño sobre todo por su "posición filosófica e inteligente" de negociar los conflictos, resolverlos por vía de la negociación. "Si no se puede 100 consiga 20, pero consiga algo. En el arte de gobernar hay que evitar la confrontación todo lo que se pueda y negociar cuarenta veces".

En su viaje a Buenos Aires del 21 de agosto visitó al matrimonio Kirchner y parece que hablaron largo. Los diarios argentinos registraron que vino a pedirles facilidades de concurrencia a los próximos comicios de nacionales residentes aquí. Los diarios de Montevideo, en cambio, relataron que su tema de fondo fue pedirles "un acercamiento hacia el pueblo uruguayo". El entrevistador de "La Nación" anota: "En realidad Mujica dice que a la pareja gobernante no quiere darle consejos (´¿Quién soy yo para hacerlo?´) pero no cree que compartan el mismo sendero". "Es que no sé cuál es la ideología de los Kirchner. Parece que son progresistas, pero también son peronistas. En Uruguay nos resulta bravísimo entenderlo". Y, finalmente, sobre el absurdo contencioso que tenemos con el puente Gualeguaychú-Fray Bentos, "¿Qué haría para solucionar el conflicto?", se le preguntó. Y su respuesta estuvo también en la línea de los buenos estadistas. "Negociar, negociar y negociar. Hasta que resulte insoportable". ¿Cuál es la razón de los Kirchner para sustentar los piquetes? No sabe. "Están atrapados. Y piensan que será el tiempo el que arregle el asunto". (Una actitud, apuntamos, tipo De la Rúa). Cierra: "Menos mal que al medio ambiente lo cuida Botnia. Los finlandeses son más inteligentes que nosotros. Si lo tuviéramos que cuidar los uruguayos y los argentinos, ¡pobre medio ambiente!".

No olvidó mencionar su proyecto educativo. Dijo que en los próximos 15 años no debe quedar en su país un solo muchacho sin formación terciaria. Que aparte de ello se pelearán en veinte cosas pero hay que transformar la idea en una política de acuerdo nacional. "La materia prima fundamental está en el balero".

Una lección de ese sentido común que, como decía Unamuno, no es nada común. O, como apuntaba Benavente, es el menos común de los sentidos.

HéCTOR CIAPUSCIO (*)
Especial para "Río Negro"

(*) Doctor en Filosofía