En el relato del Génesis (1.2), la Santa Biblia dice que "la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas". El vacío no era, por lo tanto, total, porque existía lo que hoy llamamos el planeta Tierra y además el agua, lo que significa que también existiría el aire. Faltaba el sol, pero como el anónimo autor del relato estaba convencido de que la Tierra era el centro del sistema, no le dio importancia al detalle. Dijo, pues, que Dios creó la luz y la separó de las tinieblas. Esto fue así hasta que, superando algunas objeciones de la Santa Inquisición, Copérnico y Galileo explicaron mejor estas cosas.
Los trabajos divinos continuaron durante seis días y el séptimo fue dedicado al reposo. Hizo Dios lo que después, al cabo de muchos siglos, fue llamado feriado hebdomadario: descansó. Mostró así un costado humano, como es el de la fatiga que provoca el trabajo, también reconocido en el mundo de la burguesía con la institución de la jornada de ocho horas, el feriado finisemanal y las vacaciones anuales.
En Neuquén, la Creación fue la obra del Movimiento Popular Neuquino. No desconocemos la presencia de los pueblos originarios ni todo cuanto se hizo después de que Roca hizo lo necesario, y más -también aquí la civilización llegó "chorreando sangre y fango por todos los poros"- para el ingreso del capitalismo a estos desiertos. Pero la luz que hizo Dios muestra que esta provincia empezó a ser lo que es hoy desde el año 1963, con Felipe Sapag en la Casa de Gobierno.
Si se nos permite un análisis más preciso del creacionismo neuquino, diríamos que hubo dos etapas. La primera, felipista, hecha principalmente de escuelas, hospitales y viviendas. La que siguió, cuando Jorge Sobisch sustituyó a Felipe en el poder emepenista, se inició en 1992 y fue anunciada por una profecía de don Elías: haremos, dijo, "una provincia de tres pisos", cuando el maná bíblico convertido en 614 millones de dólares -el precio pagado por Carlos Menem a cambio del apoyo a la privatización de YPF- llovió sobre el Neuquén. Años después el himno neuquino cantaría "Neuquén es compromiso, que lo diga la Patria".
El pueblo neuquino espera todavía los tres pisos, pero ya tiene un subsuelo profundo, que es el que guarda todos los secretos del MPN.
Contra el proverbio que dice "nunca segundas partes fueron buenas", en la provincia donde ahora descansan los restos del indiecito cristianizado Ceferino Namuncurá la Creación continuó. Nadie lo recuerda ahora -porque el ser humano disfruta de los bienes que recibe pero olvida a quien se los dio- pero ahí están las multitrochas, el Ruca Che, los vinos de El Chañar, el Trasandino que alguna vez cruzará los Andes y, atención, el autódromo que no salió de un repollo.
Así es. Fue necesario que alguien lo dijera. Y tuvo que ser Jorge Sobisch quien, desde un ostracismo sólo comparable con el de José de San Martín en Boulogne sur Mer, notificara en una solicitada a "las autoridades provinciales y municipales, los dirigentes de la asociación automovilística Centenario Competición, los pilotos, los periodistas, el público, las autoridades del ACA, las asociaciones y comerciantes que explotaron los stands, los técnicos, los mecánicos, los restaurantes, los hoteles, las concesionarias" y, por las dudas, "etcétera" que ese autódromo que ha logrado poner a Neuquén "en la consideración nacional" no nació de un repollo.
No nació de un repollo ni formó parte de la obra de Jehová -quien sólo se contentó con proclamar que "produzca la tierra hierba verde" (Génesis, 1.11)-. Es una gran verdad que la obra se pudo hacer con los maltratados "bonos de Sobisch". De modo que, tal cual lo pide el Creador de los bonos que endeudaron a la provincia en 250 millones de dólares, hay que decir que el autódromo es "una obra más que se pudo hacer" con esos bonos. Y aquí lo decimos: Sobisch lo hizo.
Lo decimos como, del mismo modo, señalamos la grandeza de un hombre que no se deja llevar por el rencor contra todos estos desagradecidos, quejándose apenas de que "no es justo que se me castigue por la decisión de conseguir el financiamiento de estas obras y que cuando se inauguran no se hable de dónde salió la plata". Es la misma grandeza que lo lleva a señalar que "hubiera comprendido" que le dijeran que no lo podían invitar al acto inaugural "por razones políticas" y a despedirse con "un fuerte abrazo" y un deseo de éxitos.
Antes de esa despedida, el lamento de Sobisch recuerda a los injustos que cuando era gobernador formaron parte del abigarrado círculo de los cortesanos y ahora lo olvidan, que "no se es tan bueno cuando se gana ni tan malo cuando se pierde".
¿Tenemos ahí, envuelta dentro de esa queja, la confesión de un ganador que se reconoce como perdedor? Cuesta creerlo pero está ahí, en letras de molde. Sobisch lo dijo.
JORGE GADANO
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