El presidente colombiano Álvaro Uribe no tiene mucho en común con otros mandatarios sudamericanos como Hugo Chávez, Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner, de ahí su supuesto "aislamiento", pero parecería que no obstante las diferencias comparte con sus adversarios ideológicos más decididos el deseo de perpetuarse en el palacio presidencial. Puesto que luego de siete años en el poder Uribe disfruta de un nivel muy alto de popularidad, de quererlo no le sería del todo difícil modificar la Constitución para entonces postularse en el 2010 para un tercer período consecutivo, lo que podría conseguir por un margen muy amplio ya que, según las encuestas de opinión, el 64% de sus compatriotas se afirma dispuesto a respaldarlo. Aunque en ocasiones Uribe mismo ha manifestado dudas en cuanto a la conveniencia de permitir que los presidentes sean reelegidos una y otra vez, convirtiéndose de este modo en monarcas virtualmente vitalicios, es evidente que la tentación de hacer una excepción en su propio caso le está resultando muy fuerte, lo que puede entenderse ya que ni sus partidarios ni los demás colombianos quieren que se vaya. Así y todo, sería bueno tanto para Colombia como para el resto de América Latina que Uribe optara por subordinarse a las reglas constitucionales actualmente vigentes y que atribuyera una decisión en tal sentido a la necesidad de que todos los políticos se acostumbren a respetar las leyes básicas de sus respectivas jurisdicciones.
No sólo es una cuestión de principios. Con la excepción de los comprometidos con caudillos "carismáticos" presuntamente irreemplazables, todos los constitucionalistas latinoamericanos han sido conscientes de lo peligroso que es dejar que una sola persona permanezca demasiado tiempo en el poder. Si bien la corrupción es endémica en toda la región, la conciencia de que en un momento prefijado hasta los presidentes más populares tendrán que abandonar el poder incide en la actitud de ellos mismos y de los funcionarios que los acompañan. En cambio, cuando se difunde la ilusión de que un régimen determinado podrá eternizarse, a los corruptos les es fácil persuadirse de que nunca tendrán que rendir cuentas por sus fechorías. Es lo que sucedió en nuestro país cuando Carlos Menem se preparaba para prolongar su estadía ya excesivamente larga en la Casa Rosada. Asimismo, no cabe duda de que un motivo por el que los gobiernos kirchneristas han cometido tantos errores gravísimos ha consistido en la idea de que los integrantes del matrimonio patagónico lograrían alternarse en el poder por varias décadas más.
Entre las muchas deficiencias de la cultura política de la región está el personalismo, la propensión a creer que en última instancia el destino de los distintos países se verá determinado por aquel del caudillo reinante y que, por lo tanto, no hay que preocuparse por la salud de las instituciones. Sería difícil exagerar los estragos provocados por este rasgo que, al reducir, cuando no eliminar, la distinción entre el Estado por un lado y el grupo dominante por el otro, ha dado pie al clientelismo más impúdico que, desde luego, ha contribuido a la desigualdad escandalosa, característica de todos los países latinoamericanos, al hacer depender los sectores más pobres de los intereses de dirigentes políticos. Asimismo, el personalismo exagerado siempre significa el desprecio generalizado por la ley que, se supone, puede ser violada sistemáticamente por el líder máximo y sus cohortes.
Es de esperar, pues, que Uribe nos sorprenda declarándose dispuesto a acatar la Constitución actual de su país por entender que, aunque sus compatriotas lo aplaudieran por pisotearla, deberían habituarse a tomarla en serio. Además de brindar un buen ejemplo a los muchos otros mandatarios latinoamericanos, trátese de jefes de Estado, gobernadores provinciales o sencillos intendentes, que no bien alcanzan un puesto electivo se ponen a pensar en cómo conservarlo para siempre, Uribe tiene una oportunidad para decirles a los colombianos que, a pesar de ser un presidente sumamente popular, no es su intención procurar cambiar las reglas que al asumir juró respetar. Sería una forma inmejorable de aportar al desarrollo político no sólo de Colombia sino también de América Latina en su conjunto.