Muchos que, hace menos de un año, lograron convencerse de que la elección de Barack Obama como presidente de Estados Unidos inauguraría una época de fraternidad mundial ya se sienten decepcionados por el desempeño del hombre en que invirtieron sus esperanzas. Un tanto tardíamente, se han dado cuenta de que el primer presidente estadounidense de raza mixta no es un superhombre sino un político astuto que durante la campaña electoral consiguió entusiasmar a decenas de millones de norteamericanos y otros al dar a entender que "el cambio" que añoraban sería milagrosamente fácil. Si bien se trataba de la especie de ilusión a la que los ciudadanos del "país rector" suelen creerse inmunes, quienes se entregaron a ella no eran sólo negros que, por motivos comprensibles, querían ver a uno de los suyos en la Casa Blanca, jóvenes impacientes y demócratas de toda la vida, sino también quienes integraban las elites académicas y mediáticas y que se enorgullecían de su perspicacidad.
Tal y como están las cosas, Obama corre peligro de ser aplastado por las expectativas exageradas que supo generar en el transcurso de su exitosa campaña proselitista. Aunque con contadas excepciones los comentaristas de los medios progresistas, encabezados por el "New York Times", siguen haciendo gala de su lealtad hacia el mandatario, negándose a criticarlo por miedo a ayudar a los republicanos que en su opinión son todos lunáticos mezquinos, la gente común ha comenzado a abandonarlo. Conforme a las encuestas de opinión, la popularidad de Obama ha bajado más estrepitosamente que la de cualquier otro presidente reciente con la excepción de Gerald Ford, un político olvidable cuya luna de miel terminó abruptamente cuando optó por indultar a Richard Nixon. A la misma altura de su gestión -antes de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001- hasta George W. Bush disfrutó de más apoyo popular.
En parte, la caída se ha debido a los esfuerzos de Obama por vender una reforma drástica del ya costosísimo sistema de salud norteamericano. Puesto que no contiene nada que alarmaría a los conservadores de países europeos como el Reino Unido, Alemania y Suiza, lo que tiene en mente dista de ser revolucionario, pero según la oposición republicana significaría un paso de gigante hacia un infierno socialista, mientras que la mayoría de los norteamericanos teme que los gastos que supondría serían suficientes como para hundir una economía que ya hace agua.
Con todo, sería un error atribuir el deslucimiento de la imagen de Obama a nada más que las vicisitudes de la batalla en torno al sistema de salud y a su resistencia a reconocer que ampliarlo costaría mucho dinero. Lo ha perjudicado mucho más la impresión ya generalizada de que en verdad es un líder débil y vacilante, a lo sumo un buen orador en jefe cuando lo que Estados Unidos necesita hoy en día es un comandante en jefe confiable, y que para más señas es demasiado propenso a dejar que los legisladores de su partido se encarguen de todas las tareas engorrosas. Es lo que hizo Obama con los "paquetes de estímulo", con el resultado de que sus correligionarios aprovecharon la oportunidad para llenarlos de gastos que podrían encantar a los votantes de sus propios distritos pero que no contribuirían a mejor el estado de la economía nacional.
Por lo demás, Obama se ha rodeado de personajes acusados de delitos como evasión impositiva o de haber militado en organizaciones extremistas caracterizadas por el odio hacia su propio país. En efecto, hace apenas una semana tuvo que aceptar la renuncia de Antonio Van Jones, su "zar verde" que en nombre de la ecología buscaba destruir "el capitalismo gris". Entre otras cosas, Van Jones insistió durante años en que la demolición de las Torres Gemelas había sido en realidad obra de Bush. Y a pesar de la promesa de Obama de ser el primer presidente "posracial", en ocasiones se ha comportado como un típico activista negro comprometido con la lucha de "los hermanos" contra la tiranía blanca.
A juicio de la izquierda demócrata, Obama está demasiado dispuesto a ceder ante las presiones de los republicanos y los lobbies empresariales. También le molesta que no haya cambiado radicalmente las tácticas empleadas en "la guerra contra el terror" que fue iniciada por su antecesor, limitándose a reemplazar algunas palabras consideradas urticantes -como "terrorista" e "islamista"- por eufemismos inanes. Como candidato presidencial, Obama criticaba con virulencia todo cuanto hacía el gobierno de Bush, pero parecería que, luego de convertirse en presidente, entendió que el peligro planteado por los yihadistas no era un cuento de hadas y que en cualquier momento podrían producirse atentados devastadores, los que, es innecesario decirlo, serían atribuidos a su presunta negativa a tomar en serio las advertencias formuladas por los servicios de inteligencia.
El destino de la presidencia de Obama dependerá de cómo evolucione la economía norteamericana y de lo que suceda en las zonas más explosivas del resto del mundo. Por ahora, las perspectivas económicas no parecen tan malas, aunque se prevé que la recuperación que está en marcha tardará en generar muchos puestos de trabajo, pero el panorama internacional no es promisorio en absoluto. En Washington, el pesimismo sobre la guerra que está librándose en Afganistán está compartido por conservadores y progresistas: si Obama eligiera abandonar el esfuerzo por mantener a raya a los islamistas, las repercusiones serían graves, ya que una retirada prematura serviría para confirmar la convicción de los yihadistas de que los norteamericanos son congénitamente incapaces de tolerar bajas por mucho tiempo, de suerte que con tal que sigan luchando siempre lograrán derrotarlos.
Aún más ominosa para Obama, y para el mundo, es la situación en el Medio Oriente, donde Irán pronto estará en condiciones de fabricar sus propias bombas atómicas a menos que lo impidan Estados Unidos o Israel. Al intentar dialogar amablemente con el régimen iraní y obligar al gobierno israelí a desmantelar asentamientos judíos en Cisjordania, Obama parece habérselas ingeniado para convencer a los iraníes de que ya se ha resignado a que tarde o temprano dispongan de un arsenal nuclear y a los israelíes de que en adelante su seguridad dependerá por completo de sus propios esfuerzos. De estallar una nueva guerra en el Medio Oriente, pues, Obama estará entre las víctimas políticas, porque muchos la imputarían a su incapacidad para manejar la crisis creada por el desafío iraní.
JAMES NEILSON