Conforme los voceros oficiales brasileños, el propósito del ambicioso programa armamentista que acaba de anunciarse es netamente "disuasivo", ya que el gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva no quiere que otros países manifiesten demasiado interés en sus recursos naturales "inconmensurables", en especial los supuestos por los más de 50.000 millones de barriles de petróleo, de muy difícil acceso, que según parece yacen debajo de las aguas territoriales del Atlántico. Se trata de un planteo que sería más apropiado para el siglo XIX que para el XXI, puesto que cuesta imaginar que se les ocurriera a los norteamericanos, europeos o chinos, para no hablar de vecinos como los venezolanos, procurar apoderarse de tales reservas por medios militares. A lo sumo, el gobierno brasileño podría preocuparse por las eventuales actividades de piratas. Hay que suponer, pues, que son otros los motivos auténticos detrás de la decisión de Lula de formar una "asociación estratégica" con Francia, país al cual comprará, por la friolera de 17.000 millones de dólares o más, una cantidad impresionante de equipos bélicos, entre ellos cuatro submarinos, 50 helicópteros y, se informa, 36 aviones caza. Un motivo consistiría en el deseo brasileño de impulsar el intercambio tecnológico, ya que los franceses están dispuestos a permitir la construcción conjunta de un submarino nuclear. Asimismo, los brasileños son tan conscientes como el que más de que el poderío militar da prestigio. Por lo demás, entenderán que en vista de su aspiración a erigirse en la potencia hegemónica regional, para entonces intentar consolidar su papel en el escenario planetario, les es esencial ponerse en condiciones de contar con fuerzas militares que sean mucho más temibles que las de países relativamente pequeños como Venezuela o Colombia.
Puesto que todos los gobiernos latinoamericanos pueden decir que ellos también tienen derecho a proteger sus recursos naturales contra enemigos hipotéticos, no sorprendería que por lo menos algunos reaccionaran frente al desafío brasileño comprando más armas. En efecto, ya lo están haciendo el colombiano, cuyo "socio estratégico" es Estados Unidos, y el venezolano, el que por razones que podrían calificarse de ideológicas se ha convertido en un cliente entusiasta de las industrias armamentistas de Rusia y China, además de aliarse con el Irán del combativo Mahmoud Ahmadinejad. Aunque por ahora el gobierno de nuestro país no tiene interés en aumentar el presupuesto militar, tarde o temprano la situación así supuesta se modificará, sobre todo si Bolivia y Chile se sienten constreñidos a procurar "disuadir" a agresores en potencia, trátese de vecinos sudamericanos, países extracontinentales u organizaciones no estatales.
Las carreras armamentistas tienen su propia lógica. Si un país determinado se pone a comprar grandes cantidades de armas modernas, otros lo imitarán con pretextos similares, agregándoles la amenaza planteada por el gobierno que haya roto el equilibrio regional; los brasileños ya han dicho que les corresponde proteger aquellos depósitos de crudo, por lo tanto, los chilenos podrán afirmar su voluntad de impedir que otros procuren alzarse con su cobre, los bolivianos podrán movilizarse en defensa del litio y en nuestro país los hay que juran creer que extranjeros codiciosos tienen en la mira la Patagonia, la Pampa Húmeda y hasta el agua potable que se encuentra en abundancia en Corrientes. Lula, pues, ha puesto en marcha una carrera armamentista que entraña el riesgo de que en los años próximos los gobiernos de muchos países de la región se sientan obligados a gastar sumas gigantescas en equipos bélicos en lugar de concentrarse en intentar atenuar los gravísimos problemas sociales que los afectan o, si les interesan más las cuestiones "estratégicas" que las sociales, invertir el dinero en educación. Si bien los brasileños creen que, consolidada su posición como primera potencia regional, ya no tienen rivales en América del Sur, los círculos gobernantes de los demás países distan de estar convencidos de que no les quede más opción que la de resignarse a la supremacía del gigante de habla portuguesa, razón por la que podrían formar sus propias alianzas estratégicas a fin de forzarlo a moderar sus pretensiones.