Nuestro país atraviesa tiempos en los que se sobredimensiona lo efímero, se endiosa lo mediático y se entroniza la conveniencia.
No es casual observar a diario conductas no solidarias, anómicas y especulativas que en nada contribuyen a la convivencia social.
Dentro de este degradado espectro valorativo suelen aparecer maestros excepcionales que, desde su anonimato, parecen desafiar aquellos difíciles escollos.
No es fácil encontrarlos, pero casi todos hemos conocido a algunos a lo largo de nuestro camino. Recorrido que no hubiera sido el mismo si estos verdaderos personajes no lo hubieran compartido en algún tramo del mismo.
Es que los maestros auténticos consiguen -aún sin proponérselo- trascender su propia existencia. Logran así, como pocos, que su mensaje y su presencia permanezcan vivos por siempre en sus pupilos.
No hablo sólo de maestros titulados. Si bien las aulas suelen ser su hábitat ideal, algunos de ellos transitan otros espacios en las ciencias, el deporte, la religión, el arte y hasta en la llamada "universidad de la vida".
¿Cómo hacen estos héroes modernos para sobrevivir a una realidad tan adversa?. Es difícil dar una única contestación a tal incógnita. Las respuestas a mi criterio, terminan siendo tan subjetivas, como indescifrables.
Más si arriesgo a dar algunas "señas" de estos seres tan singulares. En primer lugar han comprendido que la palabra debe estar siempre respaldada por la acción; en segundo término, que su alumno necesita de exigencia y respeto para crecer; luego que su autoridad se basa en el cumplimiento de las normas y en el trato igualitario sin concesiones; para concluir en el dominio profundo y actualizado de la temática a abordar.
Con estos cuatro elementos se puede ser un gran docente, pero no un maestro de excepción, ya que a éstos hay que sazonarlos con el más importante de los ingredientes, el que desnuda el alma y la vocación docente: su pasión.
Como dice Marcus du Sautoy, reconocido científico de la Universidad de Oxford, "la clave es saber transmitir tu pasión: la gente inmediatamente se interesa por algo que es capaz de apasionar tanto a alguien".
La pasión es la manera que tiene el educador de decir que ama lo que hace, de transmitir su cariño al alumno; como él sabe hacerlo, a través de su prédica, su gestualidad y su obra.
Un tema aparentemente aburrido con un interlocutor que se posesiona en la transmisión del saber puede resultar exquisito y la más atractiva partitura, sosa, en manos de quien no la sabe interpretar.
Aquel que a su saber, coherencia y disciplina les agregue su pasión conseguirá del espacio compartido con su educando un momento único, digno de ser vivido, quizás inolvidable.
Podrá decirse que tales maestros son una especie en vías de extinción y que los valores expresados más arriba han perimido.
Afortunadamente no, por esos caprichos de la vida todavía existen maestros por allí que rinden culto a sus insobornables sueños, redoblando esfuerzos aun en las condiciones más adversas. También que en ellos se encarnan códigos claros y verdades sencillas, que el río de la temporalidad jamás arrasará.
Por ello en estos días en que se los recuerda brindo por quienes, con su ejemplo, aún creen que en el más árido desierto puede crecer una flor: los maestros de excepción.
MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado. Profesor Nacional de Educación Física. marceloangriman@ciudad.com.ar