Lunes 07 de Septiembre de 2009 12 > Carta de Lectores
Recuperación y empleo

Al enterarse el viernes los operadores de Wall Street que la tasa de desempleo estadounidense se acercaba al 10%, el nivel más alto que se ha registrado desde 1983, el índice principal de la Bolsa neoyorquina subió. Aunque se atribuyó el alza a que los inversores hubieran previsto una tasa de desempleo todavía peor, parecería que la mayoría da por descontado que, si bien en esta ocasión la economía se recuperará pronto del cataclismo provocado por la implosión financiera, tendrá que transcurrir mucho tiempo antes de que surjan fuentes de trabajo nuevas. Es que, como suele suceder cuando el clima económico se hace más duro, empresas grandes, medianas y pequeñas han reaccionado despidiendo a empleados prescindibles sin por eso ver perjudicada la productividad. Lo mismo está ocurriendo en Europa, en China y también en nuestro país, lo que es una muy mala noticia para centenares de millones de personas. Como ha sido evidente desde hace por lo menos veinte años, la búsqueda constante de una mayor eficiencia propende a eliminar más empleos de lo que, andando el tiempo, termina creando. Asimismo, los despedidos raramente encuentran puestos tan bien remunerados como los que han perdido, razón por la que en todas partes abundan hombres y mujeres que se suponen óptimamente preparados pero que tienen que conformarse con empleos modestos desvinculados de las calificaciones que tanto les costó conseguir. Por cierto, la Argentina dista de ser el único país en el que muchos abogados o arquitectos diplomados se ganan la vida manejando taxis.

En Estados Unidos, Europa y el Japón se ha difundido el consenso de que lo peor de la recesión ha quedado atrás, pero se teme que los mercados laborales permanezcan deprimidos por mucho tiempo más, si es que algún día se recuperan. En algunos países, como España, la situación es dramática, con casi el l6% de la población "activa" sin trabajo y la probabilidad de que la proporción siga creciendo en los meses próximos hasta rozar el 20%. Aunque en el resto de la UE, como en Estados Unidos y el Japón, el panorama es menos alarmante, los dirigentes políticos entienden que se ven frente a un problema social sumamente grave. Los más afectados por lo que los españoles llaman "el paro" son los jóvenes producto de un sistema educativo que los preparó para un futuro muy distinto del que en efecto les aguardaría. Sorprendería que algunos no reaccionaran con violencia contra un sistema que luego de prometerles salidas laborales atractivas, con los ingresos correspondientes, se ha encargado de echar un balde de agua helada sobre expectativas que hasta hace relativamente poco les parecían razonables.

Merced en buena medida a los avances tecnológicos, las economías más poderosas, y las "emergentes" que en algunos casos les están pisando los talones, están en condiciones de asegurar puestos de trabajo más que satisfactorios a una minoría que tiende a achicarse, dejando a los demás empleos rutinarios por lo común relacionados con "los servicios" en que, debido a la competencia, los salarios son bajos. A diferencia de lo que sucedió en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando una cantidad muy grande de personas empleadas en el sector manufacturero disfrutaba de ingresos que hasta los sindicatos juzgaban dignos, en la actualidad escasean los trabajos apropiados para quienes no poseen calificaciones especializadas o han tenido la suerte de ubicarse en puestos que les permitía prosperar.

El desafío planteado por la brecha creciente entre las expectativas no sólo de las nuevas generaciones sino también de muchas personas que antes de verse despedidas creían tener el futuro garantizado, y lo que la economía "posindustrial" puede ofrecerles es uno de los temas actuales más preocupantes, pero hasta ahora ningún gobierno se ha manifestado dispuesto a enfrentarlo. Aunque con escasas excepciones los políticos concuerdan en que "la solución" tendría que pasar por la educación que, imaginan, posibilitaría que virtualmente todos puedan desempeñar funciones esenciales en una economía que, gracias a la alta tecnología, se hará más sofisticada por momentos, se trata de una ilusión, ya que no hay motivos para suponer que muchos sean capaces de adquirir los conocimientos mínimos necesarios.

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