| Quizás usted es esas personas ordenadas, que tiene las boletas en sus correspondientes biblioratos, el nombre de la gente en la hoja donde figura la letra correcta, las tarjetas clave en un lugar encontrable. O quizás no. Y alardea de que "siempre encuentro lo que busco porque controlo mi desorden". Me anoto en la segunda tanda, decididamente. Exactamente detrás de mí, en el lugar donde tengo la computadora, libros y demás, hay un mueble de caña donde yace, en una mezcla tipo la Biblia y el calefón, cuanto papel voy juntando. Y, debo aclararle, no siempre encuentro lo que busco. Así que dado mi forzado descanso posoperatorio, aburrida a más no poder, acometí la empresa de ordenar los papeles. Al menos, parte de ellos. Ha sido una experiencia muy interesante. No sólo puse cada boleta en su lugar, descubrí las que no pagué y las dejé aparte, encontré tarjetas clave, sino me hice de algunos hallazgos francamente graciosos, emocionantes. Y aquí debo contarle de la cuota 48. Hace algunos años, de las épocas en que compraba, pasaba la tarjeta y listo, a los que siguieron como dice el profeta los 7 años de vacas flacas, tuve que refinanciar en un conocido banco una deuda moderada, que se convirtió en enorme gracias a intereses y demás ítems en los que los bancos son tan duchos? ah, qué tiempos terribles. Mi realidad económica era endeble, digamos que era alguien de clase media agarrada al borde para no caer en la media baja o más aún, de modo que las cuarenta y ocho cuotas de mi deuda constituyeron una obsesión interminable: ¡cuatro años! Santo cielo, no pasaban nunca. Veces hubo en que alguno de mis hermanos o hermanas tuvieron que colaborar, sin fecha de reintegro, para que todo el plan no se cayera, y yo con él. Como todo pasa, un día me di cuenta que había pagado la cuota 47, ¡mi liberación estaba cerca, a sólo un mes! Y tuve una idea brillante: cuando me devolvieran el maldito pagaré, haría una fiesta, para compartir la alegría de obviar mi peregrinación al sistema financiero. Mi familia se asombró -hay que concluir que una organiza fiestas para cosas como cumpleaños, nacimientos, o nada, sólo hago una fiesta-, pero festejar la cuota 48 resultó una convocatoria exitosa. Comprenda, yo tenía que compartir ese acontecimiento histórico. Y resulta que, para hacerlo pasar a la posteridad, todo el mundo puso algo en el último recibo, recibo que apareció en el maremagnum de papeles que me puse a ordenar. Me emocionó, le juro. "Terminada de pagar las épocas de pizza y champán, y siguiendo con las artes culinarias, empezá a tirar un poco de manteca al techo". "Te felicito por la cuota 48. Estuvo muy lindo tu ágape. ¡Cuando tengas otra excusa para festejar, nos vemos!". "Te felicito por el fin del préstamo, tener un problema de este tipo te hace ser una Salto más, pero lo importante fue superarlo". "Todas las cuotas son putas pero la más linda es la 48, ¡grande!". "Los vitreaux y la colección de piedras valen la pena aunque la pagaste caro". "Por 48 cuotas de festejos" "¡Quién te quita lo bailado!". "Todo comienzo tiene un final. Chau años menemistas". "Espero que con la inteligencia que tenés, nunca más te metas en gastos semejantes. Si hay, hay, sino, ¡nada!". ¿No es conmovedor? La pasamos bárbaro; tengo una foto con todos y yo en el medio exhibiendo mi cuota final y el pagaré que dice CANCELADO, la palabra más reconfortante de esos tiempos. Ahora voy a hacer un cuadrito donde figure la foto y las leyendas. Y espero que el orden de mis papeles dure un tiempo? no me doy mucho crédito. Soy caótica y detesto las boletas. Pero este hallazgo de mi fiesta ya está separado y me sigue causando esa mezcla de risa y emoción. Le juro: no me volví a meter en honduras semejantes. No sé si por haber asimilado la lección? o porque sencillamente, las circunstancias no dan. MARíA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com | |