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Quería escribir sobre este espinoso tema, pero se me adelantó ayer Francesc-Marc Álvaro. Así que ahondaré sobre la cuestión, intentando no repetir sus siempre brillantes argumentos. La memoria y la guerra... En este país sin memoria de la propia guerra, tan manoseada por ambos bandos -que la han utilizado como simple almacén de ideología-, resultaría ingenuo esperar una sólida memoria de la gran guerra europea. No sólo nos educamos en el Spain is different, sino en el Spain is unplugged, tan fuera del mundo que ni tan sólo nos implicó la muerte de 60 millones de personas. De esa indiferencia ignorante hacia la violencia fascista, sumada a la falta de actitud crítica con la violencia comunista -magnificada por una mayoría del antifranquismo-, nació una sociedad de raíces frágiles en los valores democráticos. No olvidemos, además, que nuestro pasado de contrarreforma y persecución de los Jovellanos que intentaron ilustrar el pensamiento moderno, no nos situó en la mejor línea de salida de dichos valores. Hoy tenemos una democracia consolidada, pero también padecemos algunos agujeros negros, como la impunidad legal de la que gozan partidos de extrema derecha, o la confusión con la maldad del antisemitismo, o el dogmatismo intolerante de algunos voceros de la extrema izquierda. No siempre, en esta España democrática, los valores democráticos están claros; no en vano, como decía Raimon, venimos "d´un silenci antic i molt llarg". Y el silencio de la memoria siempre está lleno de confusión. ¿Han construido la memoria crítica los países implicados en la Segunda Guerra Mundial? La respuesta es tan diversa como lo es la historia de cada cual. Sin ninguna duda, Alemania fue el país de Europa que más se implicó, desde el minuto cero, con el monstruo asesino que desataron sus demonios. Con responsabilidad y compromiso, ha ido tejiendo una tupida red donde ha sido imposible el olvido y a pesar de padecer, como todos, la lacra de la extrema derecha, sus leyes son contundentes y su actitud pública ante la memoria es impecable e implacable. ¿Podemos decir lo mismo del resto? En absoluto. Austria, por ejemplo, olvidó pronto el origen austríaco de Hitler y su aplaudida Anschluss, e hizo creer que todos fueron la familia Trapp, Kurt Waldheim incluido. Francia magnificó tanto la resistencia como se olvidó de Vichy; los aliados al completo se olvidaron de su indiferencia hacia los campos de exterminio -cuyos planos conocían al dedillo- y Rusia aún tiene que hacer los deberes con sus Molotov, a la par que construir la memoria crítica con la violencia comunista. 70 años después de aquella locura, la memoria de los muertos aún va acompañada de una gran desmemoria de las responsabilidades de cada parte. ¿Será por aquello que dijo Cervantes?: "¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso!" PILAR RAHOLA (*) (*) La Vanguardia. Barcelona
PILAR RAHOLA |
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