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"La pobreza no es consecuencia de este gobierno, pero sí es su responsabilidad ignorarla" | ||
Después de las declaraciones de Benedicto XVI sobre la pobreza escandalosa de la Argentina, que repercutieron en todos los medios y provocaron la reacción vehemente del jefe de Gabinete, que desautoriza al Papa y responsabiliza a los medios de exagerar su declaración, se pone en evidencia la negativa política sobre algo tan real, triste e inocultable. La pobreza no es consecuencia de este gobierno ya que es tan antigua como la humanidad. Sí es responsabilidad de nuestros gobernantes haberla ignorado, permitiendo su crecimiento y mintiendo su disminución a través de las falsedades del Indec. "Río Negro" en su edición del 10 de agosto, pág. 2, informó que la distribución del aumento de las transferencias de ingresos públicos de los primeros seis meses del 2009 vs. igual período del 2008, en cifras, demuestra que sólo el 2,32% se destinó a personas pobres, mientras el 30% fue para empresas públicas y privadas. Es así cómo los pobres subvencionan a los más ricos cuando compran alimentos y abonan el 21% de IVA. Por eso es escandalosa la pobreza argentina que mencionó recientemente el Papa. Para hablar de la pobreza y encarar una política adecuada y eficiente para disminuirla es preciso ubicarla y conocerla, condición indispensable para crear todas las políticas de Estado que el país necesita, porque no tiene ninguna. Creo poder hablar de ella porque la conozco, conviví con ella cuando niño y la viví en carne propia siendo adulto. Cuando en la chacra de mi familia, en un pueblo de Catamarca, mi padre tomó como obrero de la tierra a un hombre muy pobre con siete hijos que venía de una aldea de montaña, yo -con 8 años- me hice amigo de uno de sus hijos y a través de él conocí la pobreza de esa familia, me impactaba y hasta la sufría sin comprenderla. Pasaron los años y cuando era adulto y estudiante falleció súbitamente mi joven padre y nos quedamos en esa pobreza que llega a la clase media y obliga a bajar varios escalones. Esto fue largo y triste, hasta graduarnos en nuestras respectivas carreras. Hay que vivirla para conocerla, de ese modo es más fácil saber cómo combatirla y salir adelante. Para que los gobernantes puedan disminuirla no es necesario que la hayan vivido, claro está, pero sí es importante que tengan un conocimiento directo y fehaciente de la misma. Deben saber y aceptar que las dádivas, subsidios y regalos preelectorales no son efectivos en el largo plazo. Sí lo son los subsidios, necesarios y obligatorios de todo Estado en emergencias temporarias. Caso contrario se destruye la cultura del trabajo, lo cual es nefasto para un país. La Biblia (el libro más leído del mundo) lo expresa "No des pescado, enseña a pescar". Tampoco se combate la pobreza haciendo ostentación del poder con ropas caras y variadas para cada discurso, con viajes por todo el mundo en aviones de lujo y hoteles suntuosos, viviendo en mansiones en los mejores lugares, declarando poseer fortunas cuantiosas de rápido y gran crecimiento o combatiendo al capital extranjero como a la peor pandemia. ¿Cómo se hace? En primer lugar enseñando y educando. Para comprenderlo mejor, recordemos la frase de Sarmiento pronunciada antes de fines del siglo XIX: "Debemos educar al soberano". ¿Quién es el soberano?: el pueblo. Porque únicamente los pueblos educados logran países ricos, entendiendo por educación todo lo que se enseña en todos los niveles. Así se hizo mediante la ley 1.420 del mismo Sarmiento y otras similares. Otra forma es aumentando la producción tanto para consumo interno como para la exportación. Y no frenándola. De ese modo, aquella llamada generación del ochenta, con buena educación y producción, creó uno de los cinco países más ricos del planeta. Por el contrario, aquellos que no tienen estas condiciones son pobres. Para lograrlo es preciso que ese pueblo educado vote bien y logre gobiernos bien administrados y con seguridad jurídica, que generen confianza, sin fuga de capitales, con inversiones internas y del exterior que a su vez den trabajo para todos. En una palabra: que no se combata el capital. Así lograremos un país próspero y confiable con crecimiento económico que no produzca "caja" sino desarrollo. Esto no tiene nada que ver con la derecha ni con la izquierda y menos con el llamado progresismo. Se trata solamente de patriotismo, con sentido común y honestidad.
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