Muy pocos pueden competir con los peronistas cuando es cuestión de desvincularse de un gobierno surgido de su propio movimiento que ha caído en desgracia. En cuanto dejó de funcionar el "carisma" del compañero Carlos Menem, lo abandonaron a su suerte sin remordimiento, dando a entender que no era un peronista auténtico sino un conservador neoliberal con el que nunca tuvieron nada en común. Pues bien, todo hace prever que el ex presidente Néstor Kirchner y su esposa compartirán el destino del riojano. Son cada vez más los peronistas que quieren alejarse de ellos. Además de "disidentes" como Carlos Reutemann, Felipe Solá, Francisco de Narváez y muchos intendentes del conurbano bonaerense, los resueltos a echar a Kirchner de la grey incluyen al ex presidente interino Eduardo Duhalde que, según se informa, comparte la opinión ya generalizada de que el PJ tendrá que pagar un precio muy elevado por haberse puesto al servicio de la pareja santacruceña. Puede que se haya equivocado, ya que a través de los años la flexibilidad realmente extraordinaria del peronismo le ha permitido no sólo salir de situaciones que hubieran destruido a movimientos más rígidos sino también, después de reagruparse, volver a disfrutar de la hegemonía política a la que se ha habituado, pero parecería que los líderes actuales del movimiento sospechan que esta vez no le será dado recuperarse con tanta facilidad.
La perspectiva así abierta no sería alarmante si el PJ fuera un partido democrático normal, pero sucede que todavía no lo es. Como es notorio, hasta ahora ningún gobierno democrático no peronista ha logrado completar el período fijado por la Constitución debido a su incapacidad para hacer frente a la oposición tumultuosa de los caciques peronistas. Los presidentes radicales Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa tuvieron que irse antes de tiempo por miedo a lo que serían capaces de hacer muchedumbres de saqueadores procedentes del conurbano bonaerense. Conscientes de esta realidad, los dirigentes peronistas que están preparándose para una derrota parecen haber decidido que les convendría a todos que su movimiento dejara de ser una versión política del proverbial perro del hortelano, ya que si bien nunca ha gobernado de manera satisfactoria tampoco ha resultado capaz de permitir que gobiernen otros.
Las intenciones de quienes quisieran que el peronismo se subordinara definitivamente a las reglas democráticas, las que prevén que de vez en cuando hasta los partidos más exitosos tengan que renovarse en oposición, son sin duda muy buenas, pero para que posibilitaran cambios concretos les sería necesario encontrar la forma de disciplinar a los impacientes. Por cierto, no sería demasiado probable que personajes como el camionero Hugo Moyano se resignaran tranquilamente a que el presidente de la República fuera alguien de origen radical, como Julio Cobos, o un conservador atípico como Mauricio Macri. Asimismo, en el caso de que el PJ perdiera las elecciones próximas, los Kirchner e individuos combativos relacionados con ellos podrían intentar desquitarse provocando problemas de toda clase. Así las cosas, los reformadores peronistas tendrían que estar dispuestos a solidarizarse con un gobierno de otro signo, pasando por alto sus discrepancias lógicas, y a oponerse vigorosamente a los reacios a dejar que cualquier radical, socialista o integrante de PRO permaneciera mucho tiempo en "la casa de Perón". Si lograran hacerlo, serían un aporte mayúsculo a la maduración de la cultura política del país. Puede que el peronismo tenga muchos méritos, pero es innegable que ha engendrado una serie de gobiernos -los encabezados no sólo por el fundador del movimiento sino también los de Isabel Perón, acompañada por el "brujo" José López Rega, de Menem y, últimamente, de Néstor Kirchner y su esposa Cristina- que además de manejar mal la economía nacional resultaron ser llamativamente corruptos y, en algunos casos, autoritarios. El movimiento, pues, se debe a sí mismo y a la Argentina un largo período en el llano en que reorganizarse, revisar con espíritu crítico lo que ha hecho y, si le es posible, transformar lo que quede en un partido genuinamente democrático que esté en condiciones de contribuir con algo positivo a la modernización del país.