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No es nada común que un ciudadano privado que no desempeña ninguna función oficial consiga erigirse en amo y señor de un país, sobre todo de uno que es relativamente grande -miembro del G20, para más señas- y de un nivel cultural respetable. Néstor Kirchner lo ha logrado. Tamaña proeza sería explicable si fuera irresistible el carisma del santacruceño y si casi todos sus compatriotas lo adoraran, pero éste dista de ser el caso. Al contrario: es uno de los políticos menos populares del país, lo que es mucho decir. Y, lejos de confiar en él, la mayoría da por descontado que es un hombre corrupto que sin ni siquiera intentar ocultarlo aprovecha su poder para hacer crecer su ya abultadísimo patrimonio personal. Pese a las desventajas así supuestas, las que en otras partes del mundo serían más que suficientes para condenarlo al ostracismo, Kirchner maneja a su antojo la economía nacional, libra una guerra sin cuartel contra los agricultores sin preocuparse en absoluto por los costos, impide que la Argentina se reintegre a los mercados financieros internacionales y pretende sojuzgar los medios de difusión porque no le gustan. Asimismo, tras apropiarse de "los goles del domingo" por ser cuestión a su entender de un negocio jugoso, acaba de obligar al gobernador de la provincia más poblada del país a echar a un ministro que cometió el delito de llevarse bien con la gente del campo. Políticos opositores, que en su conjunto representan al grueso de la ciudadanía, se sienten espantados por lo que está haciendo, pero a esta altura han de saber que sus protestas angustiadas no sirven para nada. Como conejos encandilados por los faros de un auto que se les viene encima, sólo atinan a rezar para que Kirchner ponga su pie en el freno antes de alcanzarlos, algo que según parece no tiene la más mínima intención de hacer. En palabras de un peronista disidente, Felipe Solá, Néstor "va por todo". Se trata de una situación sin precedentes. A diferencia de lo que sucedió con cierta frecuencia en el pasado, la hegemonía del "hombre fuerte" no depende ni de las bayonetas ni del apoyo de una masa de adictos convencidos de que los llevaría directo a la Tierra de Promisión sino de su relación conyugal con una presidenta cuya propia popularidad está en los suelos. Para justificar su pasividad ante el espectáculo insólito que les está brindando "el primer ciudadano", los demás políticos dicen que por ser indiscutible la legitimidad del poder de Cristina no tienen más alternativa que la de resignarse al protagonismo destructivo de su marido. Así, pues, dueño como es de las llaves de "la caja", Kirchner puede seguir actuando como una especie de dictador elegido, castigando ferozmente a sus muchos adversarios, los que ya incluyen a Daniel Scioli y Carlos Reutemann, y repartiendo premios entre sus amigos personales, algunos de los cuales se han transformado con rapidez pasmosa en multimillonarios. Los horrorizados por lo que está ocurriendo se aferran a la esperanza de que todo termine el 10 de diciembre, que el Congreso que se eligió en junio finalmente logre poner fin a las andanzas del patagónico rencoroso que a juzgar por su conducta está resuelto a provocar mientras pueda el máximo daño a su partido, el Justicialista, y según Eduardo Duhalde, al país. ¿Por qué está haciéndolo? La respuesta más caritativa a dicho interrogante sería que quiere construir una base de poder política, económica y mediática inexpugnable que le permita sobrevivir a los dos años tempestuosos que le aguardan hasta fines del 2011, cuando según la Constitución deberían celebrarse las próximas elecciones presidenciales. Una menos caritativa sería que se ha propuesto crear un desaguisado tan tremendo que si, como parece probable, el gobierno que sucediera al de Cristina fuera de signo muy distinto del suyo fracasaría de manera tan terrible que la mayoría sentiría nostalgia por los buenos tiempos del kirchnerismo triunfante. Puesto que ambas alternativas significarían problemas gravísimos para el país y, desde luego, para sus habitantes, los reacios a permitir que la Argentina sea destrozada mientras dure el tiempo de recreo que fue abierto por el adelantamiento de las elecciones legislativas tendrán que reaccionar. La paciencia estoica de la que están haciendo gala los dirigentes opositores sería digna de elogio si el gobierno se hubiera resignado ante la realidad reflejada por los resultados electorales, pero no lo ha hecho. Antes bien, se las ha arreglado para reemplazarla por otra realidad muy diferente conforme a la cual el matrimonio santacruceño disfruta del apoyo decidido del "pueblo" que le pide continuar golpeando con el vigor debido al campo, a los medios, al empresariado y, para que no haya malentendidos, a los gobernadores provinciales vacilantes y a los intendentes bonaerenses traidores. Todas las constituciones nacionales, sin excluir a la argentina (los artículos 53 y 59 son pertinentes), prevén que podrían surgir circunstancias en que fuera necesario desplazar a quien desempeña el Poder Ejecutivo, por legítimo que fuera su origen. Por razones comprensibles, pocos políticos querrían ir tan lejos. Es merced a su falta de interés en causar un embrollo institucional que podría resultar todavía peor que el ocasionado por la voluntad de Cristina de compartir todo con su marido y por lo tanto convertir la presidencia en un bien ganancial sui géneris que Néstor se siente libre para hacer cuanto se le ocurra, en efecto desafiando a sus adversarios a arriesgarse enfrentándolo. Por ahora ha logrado salirse con la suya y claramente apuesta a poder continuar sin chocar contra ninguna barrera insuperable hasta diciembre, cuando para su alivio consiga los fueros que ostenta todo diputado, pero acaso le convendría actuar de forma un poco menos agresiva. Después de todo, no sería de su interés provocar un clima destituyente tan espeso que incluso los políticos más pacientes, los que se sienten tan asustados por el espectro de una "salida anticipada" que estarían dispuestos a soportar virtualmente cualquier atropello por entender que el despertador pronto pondrá fin a la pesadilla que están viviendo, lleguen a la conclusión de que dadas las circunstancias no tienen más alternativa que la de advertirle que, en cuanto comience a sesionar el nuevo Congreso, activarán los mecanismos constitucionales que se han creado para casos extremos como el que están protagonizando la presidenta Cristina y su consorte. JAMES NEILSON
JAMES NEILSON |
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