Los hambrientos aumentaron en 100 millones, y son 1.020 millones. Si una madre está desnutrida puede perecer en el embarazo o el parto, su niño nacerá con un peso y una estatura menores a lo normal y no podrá darle lactancia materna. Se convertirá en muy vulnerable a las enfermedades y su cerebro será afectado.
El hambre es un producto de la pésima organización social del planeta, que puede producir alimentos para una población muy superior a la actual. Señala el Nobel de Economía Amartya Sen: "El extendido hambre mundial está en primer lugar relacionado con la pobreza. No está conectado principalmente con la producción de alimentos". La Unicef resalta: "El hambre no se debe a la falta de comida, sino a la desigualdad y las políticas".
América Latina es un ejemplo drástico. Puede alimentar a tres veces su población actual, por su excepcional dotación de recursos naturales, y es uno de los mayores exportadores de alimentos del planeta.
Sin embargo, el hambre está instalada y en el 2009 aumentó en un 13% respecto del 2008, de 47 a 53 millones de personas. El 16% de los niños, casi 9 millones, padece desnutrición crónica y hay 9 millones adicionales en riesgo de desnutrición. En Centroamérica la desnutrición aumentó en un 50% en la década de los 90, pasando de 5 a 7.5 millones de personas. En Guatemala, el 48% de los menores de 5 años de edad está desnutrido. Honduras cuenta con el peor porcentaje de niños con bajo peso al nacer, el 10% tiene menos de 2.500 gramos.
El hambre latinoamericana es totalmente discriminatoria. Afecta mucho más a las madres y los niños de los grupos más pobres, las áreas rurales, las poblaciones indígenas y las afroamericanas. En Perú, el atraso en crecimiento juvenil se estimaba (OPS 2002) del 22,5% en la población no indígena y del 47% en la indígena.
Los apologistas del modelo del derrame han tratado de convencer a la región de que el hambre como la pobreza en general se solucionarán apostando solamente al crecimiento económico, que luego "lloverá" sobre los pobres.
La realidad ha refutado terminantemente ese dogma. Resulta fundamental que la economía crezca, y hay que hacer todo lo posible para ello, pero en América Latina que es tan desigual, y que tiene más de un tercio de su población en pobreza, no basta. La región creció a altas tasas en años recientes: 4,8% en el 2005, 5,6% en el 2006; 5,7% en el 2007 y sin embargo en ese mismo período el número de personas subnutridas aumentó en seis millones.
Debe haber, como piden Sen y la FAO, políticas públicas antihambre explícitas y vigorosas, presupuestos, acceso real de los desfavorecidos a trabajo e ingresos, y se debe potenciar la capacidad de producción de los campesinos pobres.
El hambre tiene una característica. Sus efectos sobre las madres anémicas y los niños suelen ser irreversibles. Si dejamos que las generaciones actuales lo padezcan en una de las regiones más feraces del mundo, los estamos condenando a muertes, enfermedades y vidas torturadas. ¿Seguiremos permitiéndolo?
BERNARDO KLIKSBERG (*)
Red de Diarios en Periodismo Social
(*) Director del Fondo España/PNUD-ONU "Hacia un desarrollo integrado e inclusivo".