SINGAPUR (Enviado especial).- Esta pequeña isla asiática de apenas 707 kilómetros cuadrados enclavada en el extremo sur de la península malaya es una caja de sorpresas que no resiste comparaciones con la Argentina: con apenas tres veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires, sin petróleo, gas, ni tierras cultivables, exhibe una ingreso per cápita de 53 mil dólares -uno de los más altos del mundo- y tiene solucionados muchos de los problemas que agobian a la Argentina: educación, vivienda, transporte, salud.
Virtualmente desconocido para la mayoría de los argentinos, Singapur encara sin embargo una política de acercamiento al país y a América latina en el marco del Foro de Cooperación América Latina-Asia del este (Focalae) que integran una quincena de países sudamericanos y otros tantos asiáticos.
El fuerte de Singapur es el comercio y como señala Ravi Menom, del ministerio de Comercio e Industria de este país, la creciente demanda de alimentos y energéticos por parte de China e India en los mercados latinoamericanos ha puesto al pequeño país asiático en un lugar clave de las relaciones entre los dos continentes.
El secreto de tanta prosperidad, que le valió integrar con Hong Kong y Taiwán el grupo de los denominados Tigres Asiáticos, parece estar en una enorme capacidad de organización de sus 4,8 millones de habitantes, de los cuales más de un millón son inmigrantes extranjeros que acudieron a este pequeño paraíso en busca de trabajo y futuro.
Desde que el viajero desciende del avión las sorpresas son inevitables. Aunque Singapur es tan pequeño que no tiene casi vuelos internos, el aeropuerto de Changi es uno de los más grandes de Asia y el que concentra el mayor número de pasajeros en tránsito de todo el continente.
Su enorme puerto es el más activo del mundo y el más importante del planeta en transporte de contenedores, con 28 millones de toneladas por año. Buena parte del comercio de la región pasa por sus muelles.
Independizada en 1963, y separada definitivamente de Malasia en 1965, luego de un corto período, Singapur que acaba de cumplir este mes sus 44 años de vida, es una antigua colonia británica enclavada frente al estratégico estrecho que comunica el sudeste asiático con la India por un lado y China, Hong Kong y Japón por el otro. No en vano los británicos se instalaron allí en 1819 para disputar el control del comercio del sudeste asiático a los portugueses.
A la población originalmente malaya se sumaron los chinos, los hindúes y otras etnias de la región, de manera que hoy la población es un cóctel de razas en el que predominan los primeros (75%) seguidos por los malayos (13%) y los hindúes (8,9).
La gran isla de Singapur y las más pequeñas que la rodean son uno de los puntos más densamente poblados del mundo, con más de 6 habitantes por kilómetro cuadrado y la población habla cuatro idiomas: el inglés, que es la lengua oficial, el mandarín, el malayo y el tamil, este último originario del sur de la India.
Actualmente Singapur se declara una democracia parlamentaria, con un presidente y un primer ministro y una cámara única de representantes elegidos en voto directo por las distintas circunscripciones.
Fuerte defensor de la libertad de mercado y de su inserción en el comercio mundial, factores a los que atribuye su estabilidad y su gran prosperidad -más del 60% de la población es de clase media-, Singapur tiene sin embargo un Estado poderoso que interviene fuertemente en materia de educación, vivienda, transporte y generación de conocimiento tecnológico.
En ese plano parece jugar un papel clave el poderoso Partido de la Acción del Pueblo (PAP), en el gobierno desde 1959, cuando una elección llevó al cargo de primer ministro a Lee Kuan Yew, quien resultó imbatible en todas las elecciones hasta que en 1999 renunció por propia voluntad. Desde 2004 lo sucede su hijo, Lee Hsien Loong.
Como contrapartida del supuesto "autoritarismo" que le achacan sus detractores, el sistema de gobierno de Singapur acusa uno de los niveles de corrupción más bajos del planeta: Transparencia Internacional lo ubica primero en Asia y entre los 10 más "limpios" del mundo.
La oposición existe también en Singapur pero es notoriamente débil. Sólo dos de los 84 miembros del Parlamento pertenecen a partidos opuestos al PAP. Por otra parte el cuerpo sólo cuenta con 10 bancas ocupadas por mujeres.
Debido a su gran diversidad étnica y a un extraordinario celo del gobierno por preservar la convivencia y la tolerancia mutuas, Singapur también se define como una sociedad "multicultural" y "multireligiosa".
Desde el gobierno hay un especial cuidado en preservar ese equilibrio y se desalienta toda política segregacionista. Por ejemplo, los antiguos guetos creados por los ingleses, como China Town y Little India hoy son sólo sitios exóticos conservados para atraer al turismo. Mientras, el Estado, a través de una activa política de vivienda, cuida que cada barrio y cada edificio de departamentos construido por el sistema público esté integrado por una adecuada proporción de las distintas etnias.
Precisamente, la política en materia de vivienda es uno de los principales logros que exhibe el partido que gobierna el país desde la independencia.
El Housing and Development Board (una suerte de instituto nacional de la vivienda) ha construido más de 9 millones de departamentos desde su fundación en los 60, sacando a los singapurenses de los ranchos de madera y chapa donde vivían hacinados, sin servicios básicos, sin agua ni saneamiento, en la más absoluta pobreza.
Actualmente, el 82% de los singapurenses vive en departamentos propios, construidos por el HDB y adjudicados a través de créditos accesibles para cualquier bolsillo.
Otro de los pilares del exitoso "modelo" singapurense parece ser la educación. El pequeño Estado invierte un 3,5% de su presupuesto, alrededor de 8 mil millones de dólares singapurenses (unos 6.200 millones de dólares estadounidenses) en su sistema educativo, cuya calidad es reconocida en todo el mundo e involucra a unos 500 mil estudiantes primarios y secundarios y unos 150 mil terciarios y universitarios.